miércoles, 10 de diciembre de 2025

El Venerable Ismael de Tomelloso es el Silencio que Habla con Dios

 

 

¿Cómo entender el silencio de Ismael? ¿Cómo comprender la voz que no se pronuncia, la palabra que se guarda? Muchos se preguntan por qué, cuando pudo salvarse con una simple declaración, eligió callar. ¿Por qué no dijo que era católico, miembro de Acción Católica? ¿Por qué no buscó la salida fácil? Porque su respuesta no estaba dirigida a los hombres, sino a Dios.

El silencio de Ismael no fue vacío, fue oración. Fue su monte Calvario sin cruz de madera, con una cruz invisible, hecha de fidelidad y entrega. En medio del odio, eligió la paz; en medio del ruido, eligió la voz interior que susurra: “Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2,10).

La sociedad busca gestos visibles, necesita pruebas, quiere héroes que hablen y se defiendan. Pero Ismael eligió otro camino: el de los pacificadores, el de los que oran en secreto, el de los que confían en que Dios ve en lo oculto y recompensa en lo eterno. Su silencio fue resistencia, fue fe radical, fue amor que no se doblega ante la violencia.

Hoy, su ejemplo nos interpela: ¿somos capaces de callar para escuchar a Dios? ¿Podemos aceptar ser incomprendidos por los hombres para ser comprendidos por el Señor? El silencio de Ismael nos enseña que la verdadera victoria no está en escapar del sufrimiento, sino en permanecer fiel a la verdad, aunque cueste la vida.

Que su testimonio nos inspire a vivir con la misma fe, a abrazar la oración como fuerza, y a recordar que, en el silencio, Dios habla más fuerte que cualquier voz humana.


 

Oración en el Silencio

                                              «Estad quietos, y conoced que yo soy Dios»

                                                          (Salmo 46,10)

Señor,

enséñame a comprender el misterio del silencio,

ese silencio que no es vacío, sino encuentro contigo.

Como Ismael, quiero aprender a callar ante el odio,

a no responder con palabras humanas,

sino con la voz interior que susurra tu paz.

Hazme fiel en la prueba,

firme en la esperanza,

valiente para abrazar la cruz invisible

que se oculta en la obediencia y la oración.

Que mi silencio sea resistencia al mal,

que mi oración sea fuerza en la debilidad,

que mi vida sea testimonio de tu amor,

aunque nadie lo comprenda.

En lo oculto, Tú me ves.

En lo callado, Tú me escuchas.

En lo pequeño, Tú me engrandeces.

Dame, Señor, la gracia de vivir como Ismael:

con fe radical, con paz profunda,

con la certeza de que tu corona de vida

es más grande que cualquier victoria humana.

Amén.

 

Natividad Cepeda

Tomelloso. diciembre de 2025

 

 


Causa de Beatificación y Canonización de Ismael de Tomelloso: Estado Actual del Proceso

¿Cuándo se inicia la Causa?

En 2006: Un grupo de laicos de Tomelloso inicia formalmente la causa, creando una asociación para promoverla.

El proceso se inició a nivel diocesano en 2008 en la Archidiócesis de Zaragoza (donde falleció). La fase diocesana concluyó en 2009 y la documentación fue enviada a Roma.

2009/2012: La Santa Sede autoriza la apertura del Proceso Diocesano, que investiga su vida y fama de santidad y es declarado

Siervo de Dios:

La causa de beatificación y canonización de Ismael de Tomelloso (Ismael Molinero Novillo) está actualmente en curso, habiendo alcanzado la fase de ser declarado Venerable: El 23 de mayo de 2024, el Dicasterio para las Causas de los Santos reconoció sus virtudes heroicas, lo que llevó al Papa Francisco a firmar el decreto que le otorga el título de Venerable.

Próximos Pasos (Beatificación y Canonización)

Para la beatificación, se requiere la aprobación de un milagro atribuido a su intercesión, ocurrido después de su muerte y verificado por la Iglesia. Una vez beatificado, se necesitaría un segundo milagro para la canonización y ser declarado santo.

Sus restos mortales fueron trasladados a la Parroquia de la Asunción de Nuestra Señora en Tomelloso el 20 de febrero de 2025, a la espera de su posible reconocimiento como beato y santo.

martes, 2 de diciembre de 2025

Navidad perdida





Ha llegado diciembre y por las ciudades y pueblos se encienden luces brillantes anunciando la Navidad. Es una Navidad que ha perdido su autentico significado. El significado del amor. Amor universal porque para eso nació mi bendito niño Jesús en Belén. La Navidad era reunión familiar y sacar las figuritas de barro del belén y ponerlas una a una hasta completar aquellos maravillosos belenes en nuestras casas; en nuestros hogares sin necesidad de luces de colores pero si con mucho amor. Ahora eso lo hemos perdido y nos conformamos con las luces fatuas y eléctricas de las calles. Lástima de mi Navidad.





Diciembre llega, con frío en la piel,
con luces que arden sin alma ni miel.
Las calles se visten de oro y cristal,
pero en los corazones… ¿dónde está el portal?

Escaparates gritan: compra, consume,
mientras el amor se oculta en la bruma.
No hay pesebre humilde, ni canto de fe,
ni el Niño dormido en su lecho de pajas.

Añoro la risa sencilla y callada,
la mesa pequeña, la voz que abrazaba,
el barro del belén, la zambomba sonando,
y el pajarillo de barro cantando.

Hoy todo es ruido, banquetes sin norte,
luces que ciegan, monedas que escapan,
y el alma, desnuda, tiembla en la noche
buscando el calor que el tiempo arrebata.

Navidad… regresa con tu esencia primera,
con tu humilde cuna, tu amor que consuela.
Que el brillo no mate la luz verdadera,
que el corazón vuelva a ser tu frontera.

 

     


                                             Natividad Cepeda

miércoles, 26 de noviembre de 2025

Surcos de Esperanza

 



Hoy vuelve a lucir el sol,
el aire viene helado,
porque allá, en las montañas del norte,
la nieve ha dejado su manto callado.

Mientras el sol calienta,
el hombre prepara la tierra,
abre surcos en la llanura manchega,
solitario, entre viento y besana.

Sabe que poco valdrá su trigo mañana,
pero siembra,
y en silencio suplica:
ven, lluvia, cuando acabe de sembrar,
humedece el grano,
haz que dé pan mañana.

Ya no son sus manos como antaño,
ahora guía la sembradora mecánica,
desde el tractor traza líneas,
igual que hicieron sus padres,
igual que soñaron sus antepasados.



Pasan las horas, el otoño sereno lo acompaña,
y él, muy solo, sigue sembrando esperanza
en cada grano, en cada surco,
para el pan de mañana.

 

Natividad Cepeda

lunes, 24 de noviembre de 2025

25 de noviembre: No basta con recordar las mujeres merecen justicia y memoria viva



Nos hemos acostumbrado a vivir rodeados de celebraciones. Cada día parece haber una fecha especial, un motivo para llenar las redes de mensajes y las calles de luces ahora en noviembre anunciando una navidad profana. Pero tanta celebración ha perdido su esencia: se ha vuelto ruido. Entre ese ruido, olvidamos los llantos que no aparecen en los titulares, las tragedias que se diluyen en la avalancha de noticias que nos bombardea sin descanso.

El 25 de noviembre, se recuerda a las mujeres asesinadas por la violencia machista. Mujeres que un día confiaron en quienes les prometieron amor y terminaron siendo víctimas de odio y brutalidad. Sin embargo, ¿qué hacemos realmente por ellas? Las convertimos en cifras, en estadísticas que se exhiben en discursos políticos, en pancartas que reclaman leyes que nunca llegan. Y mientras tanto, los homicidios continúan.

Vivimos en una sociedad que ampara delincuentes, que teme denunciar por miedo a represalias, por miedo a ser señalados. Ese miedo se ha instalado en nuestra médula, nos ha silenciado. Callamos lo que nos duele, lo que nos indigna, porque tememos ser clasificados, etiquetados, perseguidos. Como llevar una marca que nos condena.

No solo callamos ante la violencia contra las mujeres. Callamos ante la persecución religiosa en otros países, ante la injusticia que se extiende más allá de nuestras fronteras. Callamos mientras acogemos a quienes llegan buscando refugio, lo cual es justo y humano, pero seguimos ignorando las raíces de los problemas que nos rodean. Ese silencio, tarde o temprano, se convertirá en un grito, y no será bueno.

El 25 de noviembre no debería ser solo una fecha en el calendario. No debería ser un día para publicar mensajes vacíos ni para sumar números en listas oficiales. Debería ser un día para reflexionar, para exigir cambios reales, para recordar que detrás de cada cifra hay una vida arrebatada, una historia truncada, unos hijos huérfanos. Debería ser un día para recuperar valores, amor y lógica en una sociedad que parece haberlos perdido.

No basta con hablar. Hay que actuar. Porque si seguimos callando, si seguimos tratando la tragedia como un espectáculo pasajero, estaremos condenados a repetirla.

Olvidamos que hay millones de mujeres sometidas en países donde la igualdad no existe, donde la libertad es un sueño imposible. Lo sabemos, lo vemos, y aun así callamos. Callamos porque no es cómodo denunciar, porque no es políticamente correcto señalar que en muchos lugares la mujer no vale nada. Allí se la esclaviza, se la vende, se la mata. Y aquí, en Europa, donde las leyes deberían proteger, también hay mujeres que mueren, que viven con miedo, que son perseguidas por quienes nunca aceptaron la igualdad.

No basta con encender luces ni con pronunciar discursos. No basta con convertir el dolor en estadísticas. Cada mujer asesinada deja hijos huérfanos, familias rotas, sueños truncados. Cada silencio es una traición. Cada indiferencia, una complicidad.

Las democracias nacieron para garantizar justicia y libertad. Pero sin valores, sin leyes firmes, sin valentía para defender la dignidad humana, esas palabras se vacían. Necesitamos más que memoria: necesitamos acción. Necesitamos que la voz de las víctimas no se pierda entre titulares fugaces, que su ausencia no se trate como un espectáculo pasajero.

Hoy no basta con recordar. Hoy toca llorar por ellas, exigir justicia por ellas, y comprometernos a que ninguna mujer vuelva a ser un número en una lista. Porque detrás de cada cifra hay un nombre, un rostro, una vida que merecía vivir.

 

Natividad Cepeda

jueves, 13 de noviembre de 2025

Noviembre: Entre la rutina y la realidad que no queremos ver



 

Noviembre avanza con sus días grises y nos envuelve en una rutina que parece anestesiarnos. Mientras tanto, los medios nos bombardean con escándalos políticos, con dirigentes que manejan el poder sin ética, y nosotros, acostumbrados, seguimos callando. Solo importamos cuando hay elecciones, cuando nuestros votos son la moneda de cambio.

La subida de los alimentos es colosal, pero preferimos mirar hacia otro lado. Nos hemos olvidado de protestar. Y, como si nada, noviembre se convierte en la antesala de una Navidad que ha perdido su espíritu: una fiesta reducida al consumo, a cenas imposibles, a regalos que desafían economías recortadas.

 

En cada municipio se organizan actos y más actos, como si la sociedad necesitara estar ocupada para no pensar en la cruda realidad. Pero de lo verdaderamente importante apenas se habla: enfermedades venéreas, drogas que se venden en cualquier esquina, jóvenes y mayores atrapados en papelinas. Todo se normaliza, todo se silencia.

 


Mientras tanto, la falta de lluvia amenaza los campos manchegos y la gripe aviar encarece hasta la humilde tortilla de patatas, convertida en un lujo. Y en las ciudades, las palomas invaden tejados y plazas aceras, los perros y sus dueños ensucian calles, y nosotros seguimos practicando un “buenismo” que endulza lo que no debería ser normal. Pero lo más doloroso está en las residencias: lugares donde los mayores esperan la muerte, cuidados en el cuerpo, pero abandonados en el alma. Nadie quiere hablar de ello. No hay tiempo para los viejos; hay que atender al gimnasio, a las carreras, a los clubes. Cuando nos toque, ya sabemos dónde iremos: a morir bien cuidados, pero solos.

 

Esta es la sociedad que hemos construido: llena de palabras bonitas y vacía de humanidad. Noviembre nos lo recuerda, aunque no queramos verlo.

Noviembre: entre la luz y la sombra de nuestros deseos

Los días soleados de noviembre nos hacen esperar el frío, las nubes y, por qué no, la nieve. Soñamos con que caiga, porque sabemos que “año de nieves, año de bienes”, y lo necesitamos para compensar tantos silencios y dificultades acumuladas.

Sin embargo, mientras miramos al cielo, también miramos hacia dentro y descubrimos una inquietud: buscamos la felicidad y parece que nunca la encontramos. Lo conseguido no nos basta. Queremos más y más, como si la vida fuera una película y nosotros actores empeñados en interpretar un papel que no nos pertenece.

Nos resistimos a aceptar el paso del tiempo. Pagamos para no parecer mayores, aunque los años se sumen. Buscamos nuevas sensaciones porque lo que tenemos no nos llena. Hay una anomalía que nos impide ver lo que somos: personas con carencias, con necesidad de ser amadas, más allá de brillar socialmente o lucir un físico perfecto.

Vivimos corriendo tras guiones que no son verdaderos. Y noviembre, con sus flecos de tristeza, nos recuerda que estamos hechos para el amor. Amar es darse y comprender, aunque eso nos obligue a vivir de otra manera.

Los niños y los mayores deberían recuperar su lugar en las familias. Necesitan tiempo, atención y generosidad, porque son etapas donde la humanidad se muestra en su esencia y construye civilizaciones estables. Quizá ahí esté la clave: volver a lo simple, a lo auténtico, a lo que realmente importa.

 

                                                                                Natividad Cepeda

 

sábado, 8 de noviembre de 2025

Sedientos montes manchegos

 


 

Por fin cayó la lluvia anhelada, y la tierra,

sedienta, bebió cada gota como un milagro.

Llovió, y nosotros, con los paraguas

abiertos, parecíamos invocar al agua

para que no nos abandonara.

Dicen que en el monte los colores han mudado,

aunque los humedales y los ríos

siguen sin despertar de su letargo.

Nos faltan lluvias, y sentimos en la piel

la misma aridez que oprime nuestros campos.

Llovió, sí, pero hoy el sol regresa altivo,

coronando el cielo, y apenas quedan nubes

que prometan nuevas caricias de agua.

Es noviembre, otoño en mi tierra manchega:

pobre en agua, rica en belleza,

exultante en su desnuda verdad de siglos.


Natividad Cepeda

 

jueves, 30 de octubre de 2025

 


La banalización de la sociedad y el dominio de los creadores de contenido

Natividad Cepeda

 

Vivimos inmersos en una sociedad cada vez más banalizada, donde la falta de formación y de identidad personal afecta profundamente la manera en que enfrentamos la vida cotidiana. Esta carencia de pensamiento crítico y de valores sólidos ha generado un terreno fértil para el crecimiento de figuras como los influencies y creadores de contenido, quienes, desde plataformas digitales, dirigen sus ideas a miles y millones de personas, especialmente jóvenes, aunque también adultos de diversas edades se suman a esta tendencia.

La influencia de estos personajes no se limita a lo superficial. Su capacidad de convocatoria y persuasión ha transformado la manera en que se construye la opinión pública. Ya no se necesitan teatros, plazas o estadios para proclamar ideas; basta con un dispositivo móvil, una computadora o una tableta para acceder a audiencias masivas. Esta nueva forma de comunicación, aunque democratizadora en apariencia, ha contribuido a una preocupante pasividad del pensamiento. Muchos individuos adoptan opiniones ajenas sin cuestionarlas, perdiendo así la capacidad de discernir y de construir una visión propia del mundo.

Además, el lenguaje utilizado para referirse a estos fenómenos digitales “creadores de contenido para los hombres y influencies para las mujeres” introduce una distinción de género que está siendo objeto de análisis en diversos países. Esta diferenciación, lejos de ser inocente, refleja cómo incluso en el ámbito digital se perpetúan estructuras sociales que separan y categorizan a las personas.

La influencia de estos actores digitales no se limita a sectores populares; ha penetrado también en ámbitos culturales, donde en demasiadas ocasiones la calidad del contenido es escasa o nula. En este contexto, personas de distintas edades se sienten autorizadas para emitir opiniones públicas sin contar con la formación adecuada, motivadas más por el deseo de reconocimiento que por el rigor intelectual. Este fenómeno ha generado una cultura del ego, donde el aplauso colectivo se convierte en el principal objetivo, incluso si se alcanza a costa de la verdad y la ética.

Este comportamiento no se restringe al ámbito digital. Lo observamos también en espacios políticos, en instituciones, en mesas redondas y en grupos de opinión, donde la popularidad se convierte en una meta que justifica cualquier medio. La verdad se distorsiona, la ética se relativiza, y la convivencia se ve amenazada por una abulia colectiva que margina el pensamiento razonable.

En este escenario, todo parece estar permitido. Mentir se ha convertido en una práctica común, y los hechos se manipulan para servir a intereses particulares, incluso en acontecimientos de orden mundial. Esta manipulación, muchas veces ejercida por líderes que carecen de principios democráticos, pone en riesgo la libertad y la estabilidad social.

La pérdida de valores fundamentales, como el respeto, es uno de los síntomas más alarmantes de esta realidad. El respeto por quienes han demostrado sabiduría y equidad se ha desvanecido, y en su lugar se celebra la ignorancia y la superficialidad. En múltiples ocasiones, uno se siente fuera de lugar al presenciar cómo se aplauden afirmaciones vacías, carentes de mérito, simplemente porque se alinean con la opinión dominante.

Este fenómeno trasciende las redes sociales. Se manifiesta en todos los niveles: en sesiones políticas, en debates públicos, en conversaciones cotidianas. La mayoría impone su visión, aunque carezca de cultura o fundamentos sólidos. Hemos dejado de asombrarnos, de cuestionar, de aprender. Nos hemos aferrado al derecho de opinar sin asumir la responsabilidad de formarnos, de escuchar, de ser humildes ante el conocimiento.

Esta falta de reflexión nos acerca peligrosamente a los errores de civilizaciones pasadas. Si no establecemos filtros para la convivencia ni razones para analizar los fallos actuales, corremos el riesgo de perpetuar tragedias como la depresión y el suicidio juvenil, fenómenos que afectan a nuestros hijos, quienes representan el futuro. Sin ellos, no nos queda nada.

Vivimos con un miedo oculto, alimentado por noticias manipuladas que nos muestran una sociedad violenta y transgresora, donde el respeto ha perdido su lugar. Y sin respeto, no hay convivencia posible. El respeto es esencial para la seguridad en nuestras ciudades, en nuestras propiedades, en nuestros centros educativos y sanitarios. Rechazar a un compañero por prejuicios o diferencias es un acto que debe erradicarse. La convivencia no implica amistad, sino la capacidad de compartir espacios con dignidad y tolerancia.

No podemos quedarnos atrapados en las redes sociales sin evaluar su impacto en nuestro pensamiento. Es urgente analizar por qué recibimos ciertos mensajes, cómo se instalan en nuestra mente, y qué consecuencias tienen. Pensar es existir, y esa existencia debe ser activa, crítica y libre de violencia. Solo así podremos recuperar los peldaños tambaleantes de nuestra sociedad.