lunes, 30 de agosto de 2021

Perseidas en los senderos del cielo


Cuando cruzan las brillantes perseidas en el cielo no dejan huella alguna. Al buscarlas, en esa inmensidad sin límite jamás he percibido viento cósmico que  dispersara sus fulgores. Recuerdo que allá en esa infancia lejana de mi memoria me decían, las mujeres que apenas si sabían firmar, que algunas estrellas fugaces eran las almas de las buenas personas que al morir iban al cielo. Yo les preguntaba como lo sabían y ellas me dijeron que si al mirar la estrella me recorría un escalofrió, entonces que no dudará que alguien moría y volaba arriba. Las recuerdo sentadas junto al pozo de aquella tierra de mis padres en el paraje llamado de las Tres casas. Sentadas en silencio mirando al infinito, hermosas y profanas.  Ninguna de ellas había estudiado astronomía, ni leído a poetas insignes, cantaban algunas coplas que yo desconocía y señalaban la Vía Láctea llamándola el Camino de Santiago. Fueron ellas las que me dijeron que algunas noches cuando cruzan muchos cometas es porque el apóstol Santiago galopa en su caballo blanco guiando a los muertos que  han perdido el camino. Eran mujeres oscuras, anónimas con creencias de fe enraizadas en otras paganas. Rezaban ensalmos que curaban, que de ellas aprendí, prometiendo no decírselo a nadie.

Las perseidas otras veces eran antiguas magas desterradas al cielo a causa de la envidia de hombres y mujeres hacía ellas. ¿Por qué? les preguntaba, y ellas sonreían ante mi ignorancia mientras la noche iluminaba sus miradas mostrando sus brazos musculosos con sus mangas remangadas por encima del codo, brazos torneados y blancos, lo mismo que sus blusas interiores, desabrochadas hasta mostrar el canalillo donde empieza el pecho. Senos firmes y altos que nadie adivinaba cuando se tapaban. Si una estrella cruzaba como un relámpago auguraba a quien la había visto en silencio, que a lo largo del año tendría noches fogosas. Y reían al imaginarlo. Y quien no veía estrellas fugaces  era porque  le faltaba lumbre en el corazón o tenía mala niebla en el alma.

Perseidas y dormir fuera de la casa, fuera de las habitaciones y lejos de los hombres para que la magia de la noche las cubriera. Mujeres aquellas que conocían los sonidos de las aves nocturnas, del ratón que corría  y de donde llegaba el aire por el aroma que traía. Las recuerdo leyéndose el futuro por dibujos que hacían en la tierra, por el agua que traspasaba el cristal y aparecía un prisma de colores que ellas decían que eran puertas por donde entramos y salimos en el transcurso de nuestra vida. Ante  ellas me sentía desnuda, pequeña, y a la vez deseosa de que me enseñaran lo que ellas sabían.

Ninguna de ellas  me traición, ni me olvidó. Éramos diferentes y a la vez iguales. La envidia, niña, me dijeron, es una sarna que no se quita y es un camino oscuro lleno de ingratitud; cierra la puerta a los envidiosos, a los que te quiten varas de pellejo y son desagradecidos. Por entonces aquellas palabras para mí no tenían sentido eran palabras que sonaban  distintas, calientes, como la cal viva cuando hervía en viejas calderas destinadas a encalar  paredes de tierra apisonada para cubrir los cuadriláteros de tapiales de cientos de años. Mujeres desdeñosas de mendigar caricias con hogaza de amor para sus hijos y un cartapacio de saber entre sus manos ajadas de uñas limpias sin lacas de colores. Mujeres como lo fue mi madre, que me enseñó a salar jamones, a cocer los membrillos y hacer carne membrillo, las jaleas, las conservas de tomate y pimiento, las berenjenas encurtidas en las orzas de barro para el verano, los tomates en sal, el letuario para el arrope, con el mosto más dulce de septiembre, la pepitoria que se servía en la celebración de bodas…

Mujeres que amasaron adobes con sus manos desde la infancia ayudando a la economía familiar y a las que sin decirlo les sobraban saberes. De aquello hoy se ha perdido su esencia, la verdad sin artificio alguno. Cuando cruzan en el cielo de agosto las perseidas en ellas las recuerdo. Regresan en la hondonada oscura de la noche estrellada y siento que me acogen igual que en el amanecer veo el lucero del alba y regreso a coger la  mano de mamá, señalándome con su mano el cielo y explicándome que aquella estrella era el planeta Venus. Perseidas y cabañuelas en labios de mujeres y hombres del medio agrícola prediciendo el futuro de los meses venideros. Mujeres y hombres apegados a los ancestros de viejas tradiciones hoy casi olvidadas o profanadas por su alteración y mangoneo ficticio.

Perseidas, partículas de sueños que cruzan por el cielo con su cola luminosa en la noche de agosto; lágrimas de amor por el  martirizado San Lorenzo, asado en la parrilla del emperador romano Valerio, que subieron al cielo aquél diez de agosto del 258. Perseo y la decapitación de Medusa brillando en la constelación del Norte… Estrellas que alumbran y nos acompañan desde sus lejanías muy olvidadas hoy por la luminosidad artificial de la electricidad y la ignorancia nuestra.

 

                                                                                                 Natividad Cepeda

 

 

 

lunes, 23 de agosto de 2021

Mascarillas

Estás sobre mi rostro ocultando mi sonrisa o un mohín dibujado en mi boca y desde que formas parte de mi indumentaria me siento atrapada en tu bozal de tela.

 A veces me ahoga llevarte evitando respirar con este calor abrasador del verano y siento que la garganta se me seca y aspiro queriendo abarcar mucho más aire que el que tú me proporcionas.

Cuando camino por la calle me saludan rostros de ojos que no reconozco y de la misma manera respondo ignorando a quien saludé y quien me saludó. Interiormente me sonrío al comprobar que hay mascarillas de diseño, de colores y estampados a juego con el vestido o la camisetas, y no solo estas mascarillas las llevan las mujeres también hay hombres que lucen mascarillas sofisticadas y de diseño masculino. Desde hace un mes, más o menos, la mascarilla la llevo quitada por la calle y a modo de brazalete la llevo en mi brazo izquierdo para ponérmela cuando llego a un comercio, centro cultural, religioso o civil. Se ha convertido en mi compañera inseparable impidiéndome llevar pendientes porque la goma que la sujeta me resta libertad para lucir cualquier pendiente en mis orejas. Gracias a la mascarilla me he olvidado de ellos y creo que deben estar aburridísimos por no salir de mi joyero. Curiosamente a lo que no he renunciado es a maquillarme los labios, eso sí, con barra permanentes que no manchan porque al quitarme este protector trozo de tela farmacéutica me sentía más yo que sin pintar mi boca.  

Ahora que la vacuna me trastornó durante 48 horas la primera dosis y 10 días la segunda que me ha dejado la reliquia de vasos capilares amoratados y una pierna hinchada con algunos morados que no son agradables. Son la muestra inequívoca de pequeños trombos pululando por mis extremidades. El médico, una doctora, me  tendió en la consulta en una camilla y me las examino concluyendo que no era yo el único caso que veía con esos problemas. Me recomendó una crema antiinflamatoria que no entra en la tarjeta de la Seguridad Sanitaria de mi país, España, para mitigar las molestias y que anduviera y…bueno obedientemente lo hago aunque en casi nada he mejorado.

Esta es la realidad seguir con la boca tapada y sólo destapada cuando voy por calles amplias y con escasos viandantes. Los jóvenes pasan en grupos sin mascarillas, la gran mayoría, no temen la pandemia y para que se vacunen en diferentes países europeos organizan sorteos, festivales y una larga lista de cosas que son disparatadas.  No se ha cambiado a mejor después de tantos fallecidos. Las familias que han perdido seres amados lloran en silencio y soledad su pérdida. Los demás parecen no recordarlo. Como si esas muertes fueran algo que no ha sucedido o aún peor, se siente que como eran viejos ya no hay que llorarlos porque los viejos para nada sirven. Para nada hacen falta son cargas inútiles a los que hay que dedicar tiempo y esfuerzo, incluso, cuando están viviendo en las residencias  hay que ir a visitarlos para quedar bien ante esta sociedad exenta de amor, misericordia y caridad con aquellos que aportaron su esfuerzo a crear estabilidad y economía.

Hace un mes fui al cementerio pasé al nuevo cementerio donde se multiplican nombres y más nombres de los que desaparecieron en el año 2020, solos en hospitales y residencias. Solos se fueron y solos los lloran los que los amaron y aman. El sol caía vertical por la explanada iluminando cada ángulo de aquél recinto cuadrado donde los “callaos” se encuentran. Unas pocas y escasas personas limpiaban el polvo de nichos y tumbas con la mirada perdida en un punto lejano, tan lejano que solo cada una de ellas podía saber lo que veían. En aquél apartado del cementerio nuevo se captaba  la enorme tristeza acumulada en sus piedras de mármol, granito y piedra artificial. Sentí que el dolor de los que lo habían padecido permanecía intacto entre sus piedras. Algunos nichos y tumbas tienen fotografía de los fallecidos los miro y tengo la extraña sensación de que ellos también lo hacen…

Hoy también hemos tenido calor. Ahora mismo hace calor. Esta noche  se ha levantado un aire huracanado  que silva por tejados y muros y al sentirlo silbar tengo la sensación de regresar a mi infancia; a  la casa de mi abuelos maternos donde en las tardes invernales arriba, en la galería acristalada el viento se estrellaba en los cristales pidiendo pasar adentro. Debería llover, llover agua mansa que fuera calando la tierra reseca del verano. En el campo las uvas de las  viñas se han deshidratado.

En casa tememos al virus malo. Lo tememos porque lamentamos no volver a ver a muchas personas queridas. Es tarde y el sueño cierra mis párpados. Otro día seguiré escribiendo del quehacer de cada día y de las mascarillas y su mundo de colores. otro día y en otro momento volveré, si Dios me lo permite, a recordar nombres y más nombres de los que ahora son el rumor del viento.

 

Natividad Cepeda

 

 

 

jueves, 19 de agosto de 2021

Afganistán dolor y miedo

                                                                     

            

Llega  sin sonido, sin palabras, con imágenes desgarradoras de impotencia el miedo de miles y miles de personas que han quedado expuestas al terror del fanatismo y la barbarie una vez más en nuestra Historia deshumanizada.  Se repiten las mismas secuencias de hace siglos, milenios, los lamentos de los desamparados sin otra realidad que sus lágrimas en mitad de una huida, la de unos pocos, para desgracia de muchos. Los que se quedan no pueden huir del terror que ya conocieron. No pueden porque se les cierran las puertas de salida. No pueden y el mundo lo permite. Dolor y angustia que ahora conocemos. Dolor en nombre del perpetuo canto de un dios administrado por hombres, una vez más. Se repite la Historia. Una vez más. Se escribe la crónica nefasta. Se escriben papeles y folios, se teclea el teclado de los ordenadores y se expanden por teletipos, emisoras de radio y televisión, Internet y portales internacionales el drama de las gentes sin rostro a las que se les impide salir de un territorio político, no geográfico. Se les encierra como esclavos  sin providencia alguna y, para nada les sirven mis palabras, ni los versos sangrantes de los poetas que se duelan de su drama.

Por mi cabeza pasan escenas vistas por las imágenes que nos muestran un aeropuerto lleno de personas que claman por salir de donde nacieron…Son siluetas desesperadas buscando no caer en un pozo de horror en nombre de leyes tan injustas, tan terribles, oscuras y negras como negar la libertad a la mitad de la especie humana por el exclusivo hecho de nacer mujer. Unos sobre otras blandiendo la hegemonía de género en medio de la chapuza esgrimida por feminismos absurdos que de poco sirven en estas horas de opresión y llanto.

Viajamos de nuevo al ayer con lenguas  diferentes de idiomas actuales inmersos en gramáticas que reverdecen los mismos signos equívocos de aquellas leyes y códigos de hace miles de años. Ojo por ojo y diente por diente; NO. No cuando esas leyes discriminan y adoctrinan para la sumisión al otro. No cuando no tengo voz, ni rostro, ni palabras iguales a mis hijos. HIJOS, TODO HOMBRE, NACIDO DE MUJER.  Y esto sucede en ese caos adonde nos asomamos desde las ventanas del mundo libre. ¿Libre, hasta cuándo?  Cantamos los tejedores  de versos lo justo e injusto que nos rodea, publicamos en medio de mares y océanos de pueblos y naciones ese sagrado canto de componer poemas y, hasta alabamos el seno matriarcal de la mujer que en cinta, da vida en todo tiempo de bonanza y tiniebla.

Y así pasa la vida en éste ventisquero de montañas buscando la salida a un valle de luz y riqueza bajo edictos filosóficos casi siempre en contra de los pobres del mundo, de la gleba, del sujeto que carece de voz y primacía, pero que son imprescindibles para alimentar el ego de los otros. La aventura de la vida no siempre es una buena aventura, sobre todo cuando hay proyectiles que siegan sueños y esperanzas. Soy vieja, tan vieja como esas leyes que me oprimieron desde antaño. Soy una anciana que conoce injusticias y traiciones.  Soy experta en caídas y humillaciones y apoyo mi cayado de vida en la verdad sin artimañas. Soy asceta de la contemplación de los cielos  y de la tierra en permanente silencio. Soy pequeña, tan invisible como un gramo de arena o el vuelo de una mota de polvo en los caminos. Soy voz que se apaga en medio del clamor de los vencedores del mundo. Y soy desolación, hoy por Afganistán, y ante cualquier pueblo carente de libertad.

Libres son los vientos que recorren paisajes desmitificando fronteras, tan libres y rotundos que llegan hasta el más leve suspiro de cualquier forma de vida. Por eso amo el viento porque besa los rostros sumidos en tristezas y aquellos otros donde el amor se hospeda. Amo la sinfonía de los amaneceres en paz cuando su resplandor es caricia encendida de color. Y mi lamento hoy, es por la burla sombría que el destino ha dejado, y deja, sin amaneceres de paz a todos aquellas gentes a las que se les prohíbe ponerse a caminar por las sendas geográficas de la tierra.

 

                                                                       Natividad Cepeda

martes, 17 de agosto de 2021

Arden los bosques y con ellos ardemos todos.


Arden los bosques, se elimina la vida. Arden los bosques, se mueren los hermanos árboles. Arden las tierras y quedan carbonizados animales y alimentos. Ardemos de calor en éste verano y seguimos sin culparnos de nuestro abandono en cuidar los entornos donde vivimos.

Olvidamos que en este planeta, la tierra, es nuestra Madre. Olvidamos cuidarla de la misma manera que se olvidan los millones de mujeres abandonadas a su suerte sin Derechos Humanos.

La sociedad humana se ampara y esconde en reglas creadas por seres humanos, unas veces amparándose en religiones exentas de justicia para mujeres y niñas, en otras ocasiones masacrando en nombre de patria o raza. Y así se repite la desigualdad de unas personas en contra de otras a lo largo de la conocida historia Humana.  Leemos las mitologías y comprobamos la desigualdad de dioses masculinos y femeninos sin reparar, en ocasiones, que son disparatadas, cómicas y con terribles dramas envueltas esas narraciones en desigualdad y abusos.  Y así seguimos permitiendo abusos a niños, a mujeres y a niñas marginadas en países y territorios donde la civilización de la proclamación de igualdad no existe. Y lo sabemos y lo permitimos.

Pero no es solo depravación y explotación en esos países con pensamientos barbaros y sin piedad ni misericordia con esos seres humanos nacidos Mujeres, en vez de hombres; no, lo es también en las esferas de países con leyes democráticas y Derechos Humanos vigentes donde si analizamos esas sociedades visualizamos que en los órganos de poder y decisión de la economía, la educación, y la cultura la presencia de la Mujer es minina. Y es tan obvio que para que se conforme se la muestra como estandarte de avance en todos los campos sociales cuando la realidad es que en la academias, centros de investigación y premios noveles, por citar algunos ejemplos la Mujer es de nuevo número bajo comparada con el hombre. Tema rayado y aburrido porque la misoginia desgranadamente para la Mujer, está dentro de la propia esencia femenina. Y así en los libros actuales los escritores son más valorados que las escritoras en campos literarios  como a la hora de formar jurados de Artes y letras donde son escasas las mujeres. También en los galardonados en multitud de eventos culturales y sociales, dándose el caso que en las fiestas locales se enarbola la bandera de igualdad dejando fuera de esos acontecimientos mujeres con suficiente trayectoria cultural en favor de amiguismos, casi siempre masculinos de una tendencia o de otra.

Y nos callamos ante esas estupideces que alimentan foros vulgares donde crece la incultura creándose círculos de “poder” aquí y allá que fuera de esos estadios nadie conoce. Creíamos que el avance de los medios informáticos nos harían una sociedad global justa y equilibrada y asistimos a una sociedad que nada exige y mira hacia otro lado cuando arden los bosque y se violan derechos humanos en millones de personas. Así asistimos a los seres humanos que huyen de conflictos bélicos abandonados a su suerte, como en este momento dramático en Afganistán…y miramos las noticias como si ese drama nos quedara tan lejos como la dioses griegos del pasado.

El fuego destruye la vida y la injusticia crece cuando la dejamos avanzar. Recordemos aquella caída del Imperio Romano del pasado y la oscuridad de la edad Media, sus plagas, sus guerras, su fanatismo religioso, su poder feudal y el hambre que diezmó a Europa. Recordemos el pasado escrito buscando fuentes de verdad y no fuentes escritas manipuladas ayer igual que hoy. Y busquemos lo que está escrito para cumplirlo en al realidad humana y no solo en el papel de libros y mítines inútiles. Ahora hay millones de personas abandonadas a su suerte; a su mala suerte donde según  la ONU se estima que el 35 por ciento de las mujeres de todo el mundo ha sufrido violencia física y/o sexual. Y Según el Banco Mundial, 104 países tienen leyes que impiden a las mujeres realizar determinados trabajos y 18, leyes que permiten a los maridos impedir legalmente el trabajo a sus esposas. Y la Organización Internacional del Trabajo estima que 740 millones de mujeres trabajan en la economía informal, sin protección legal y con acceso o limitado o nulo a los sistemas de seguridad social. Por lo que me pregunto  se garantiza todo esto?

LOS ESTADOS DEBEN GARANTIZAR LOS DERECHOS HUMANOS DE LAS MUJERES

Los organismos internacionales de derechos humanos, como la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW), entre otros, establecen que los Estados tienen la obligación de garantizar los derechos humanos de las mujeres, y a prevenir, investigar y sancionar todas las formas de violencia, así como reparar a las víctimas. Pero aunque ha habido logros significativos, en ningún país del mundo se ha conseguido la plena igualdad de género.

No olvidemos que nuestro mundo es pequeño y que nada es imposible si la maldad se propones arruinar la vida que conocemos. Dictaduras  ateas o religiosas, gobiernos sin conciencia colectiva se dan y existen ahora mismo, los conocemos y en cualquier momento nos pueden llegar los gritos de las victimas del mundo porque esas víctimas seamos nosotros mismos.

 

Natividad Cepeda