jueves, 12 de julio de 2012

El Molino de la Bella Quiteria en el paraje ancestral de Munera


         Llegué un sábado de hace años desde Tomelloso hasta Munera. Llegué después de haber escuchado hablar del mito de Enrique García Solana y de su hijo, cuando ya, por las besanas de la vida el nombre de ellos dos eran umbral del paisaje por los Campos de Montiel.
 Aquí, en nuestra tierra manchega, no podemos reducir el calor del verano por lo que la cintura de julio  abarca los molinos que lo esperan imperturbables.
El sol nos ayuda desde tiempos milenarios  a que no olvidemos que el pan  y su semilla se hacen con calor.  Por eso, probablemente, el calor impenitente  del sol le impuso pamela a los molinos, o mejor un cucurucho de mago  para que desde la paramera siempre los distinguiéramos.
Hoy no podemos imaginar estos parajes de la Mancha sin molinos, a pesar de que muchos de ellos murieron con el paso de los siglos. Miguel de Cervantes nos dejó un legado de memoria sin relojes en el tiempo. Ese legado es tan inabordable que se expande continuamente  en la historia humana. En la pequeña historia que cada nuevo día se gesta donde nosotros, sin saberlo, la gestamos, para cuando mañana marchemos con el crepúsculo del sol, retornemos al día siguiente.
El enclave de Munera y sus alrededores tiene un halo misterioso que se adentra en el alma de quienes experimentan las señales inequívocas del las antiguas culturas que lo poblaron. Si nuestra pobre y expoliada tierra manchega pudiera rescatar una pequeña parte de su ancestral historia sabríamos el potencial fabuloso que permanece enterrado en parajes y pueblos como el de  Munera y otros similares.
Llegar a Munera en pleno julio es estar a la sombra de un sueño: porque no otra cosa es  su molino y el certamen literario, casi milagroso, nacido bajo la protección y empeño de la familia García Gavidia.

Mirando hacia el ayer,  y leyendo crónicas pasadas, sabemos  que se exportaron y edificaron  los molinos de viento en La Mancha   allá, en el primer tercio del siglo XVI. Dicen que se edificaron a causa de una terrible sequía que se originó en la primera mitad del siglo XVI.  Aseguran que la terrible sequía duró casi cuarenta años originando la muerte de ríos y fuentes y quedando convertidos los humedales en secarrales de polvo...




 Solo quedó el viento recorriendo
la tierra sedienta y yerma.

 El viento en las alturas soplaba y soplaba inútilmente. Fue entonces cuando se importó el molino de aspas. Al principio las gentes lo miraban como un fantasma extraño.

La gente, nuestra gente, lo encaló y lo puso de limpio con ese blanco bautismo de esperanza renovada. Los molinos desde lo alto de cerros y sierras miraban las rojas amapolas y madurar los trigos y cebadas, centenos y avenas junto al corazón malherido de las gentes manchegas, de manos valientes derramando su fuerza por la vasta llanura, por altozanos y valles, por los lechos resecos y angostados de los cadáveres ríos…

 Miraban los molinos manchegos despedirse a las tardes detrás del rescoldo fresco de la noche, así se hicieron parte y alma de hombres y mujeres, uno más con los niños que crecían a su sombra, uno más, con las doncellas  calladas y hacendosas que desde el alféizar de La Mancha aprendían a ser molineras...

Molinos que todavía hoy al mirarlos no trasladan a su historia y nacimiento.
Molino literario y soñador el alzado a la entrada del pueblo de Munera viniendo desde mi lugar de origen; Tomelloso, que asombra y admira cuando dentro de su espacio piso la tierra y siento deseos de besarla en honor del escritor y cronista de Munera  Enrique García Solana, que junto a su esposa, Amparo Gavidia Murcia, hicieron realidad un certamen que hasta hoy goza de prestigio y fiabilidad a pesar de carecer de dotación económica.
Cuando llegamos al molino de la Bella Quiteria a todos nos acoge su protectora sombra.

Ya es un molino  legendario. Un molino que nació para moler la cosecha de la creación y dejarla  llena de júbilo en el alma de todos cuantos escuchamos el mensaje de amor de una familia de mecenas.
Amor a un gran Amor, eso es este Certamen  del Molino de la Bella Quiteria.
Amor de Enrique a la Mancha, al Ingenioso Hidalgo Don Quijote, a todos esos personajes que nos hablan de nuestros antepasados, a todos cuantos nos han hecho soñar frente a las aspas de un molino y dejarnos besar por su sombra, por sus aspas de paz, por su cono de piedra, barro y cal, mientras vemos las tierras de pastos, las parras florecidas de esta nuestra tierra prometida por Dios.
Vamos llegando desde distintos puntos de España el primer sábado de julio para escuchar el rito antiguo de la palabra, mientras sentimos desde el infinito centro del molino, que desde su punto más neurálgico, nos llega y nos embarga la fuerza de los dos Enriques: padre e hijo, fallecidos prematuramente.
Sólo cabe pensar, que sin Amparo Gavidia  y las  mujeres de su familia, este milagro de amor no continuaría. Porque el amor  es fuerza que perdura,  por eso siempre está abierto y se expande como el aire por las aspas del molino, por su palo de gobierno, por su piedra angular, por su anillo, por sus hitos de amarre, por su borriquillo, por su rienda, por su manivela, por sus ventanillos y el nombre de los vientos… y la vela.
Vela de los molinos harineros que surcas la llanura y al mirarla, enamora de ocho metros de largo y dos de anchura, dieciséis metros de algodón puro que mueve el viento. Que mueve la rueda catalina, esa rueda del aire que  a veces hay que  ponerle freno.  Molinos y molinetas de madera de fresno, de roble, de álamo negro, piedra, barro y el trigo convertido en harina de pan de amor.


Molino de la Bella Quiteria  adonde peregrinamos los vates, las gentes de lugares lejanos para admirar una vez más el barro elevado a la categoría de obra de arte. 
El barro que toma vida y armonía, belleza y símbolo de leyenda cuando lo tocan las manos del  prestigioso artista ceramista conquense Adrián  Navarro. Alquimista de la alfarería, inspirado y trasmutado al arte arcaico de las culturas olvidadas que poblaron nuestro suelo. Olvidadas en los anales históricos, salvo, para los estudiosos de historia antigua, que nos legaron y dejaron, en la génesis materna, el patrimonio heredado de la artesanía evolucionada a la categoría de arte. De esa herencia milenaria surgen las creaciones bellísimas de este singular hijo de El Provencio.  Barro enamorado de Adrian Navarro Calero: amor de barro, es lo que todos somos. 

Y queremos que julio nos cerque con su calor para que de los labios brote la palabra de los poetas, de los narradores que año tras año acudamos a ser uno con todos en memoria y homenaje al espíritu de los dos Enriques. Amparo Gavidia, esposa y madre, nos recibe con su sonrisa de paz, con su abrazo fraternal y franco, con su legado de amor que va más allá de la muerte.

                Amparo Gavidia, mujer fuerte y hermosa por su grandeza y su honestidad.
Doña Amparo, que hace gala de su nombre y nos acoge bajo su mirada de lumbre que no quema. Mirada de mujer manchega, llana y libre, alta y clara como la tierra que la hizo y que la sostiene. Gracias por la dedicación y amor  hacia la palabra escrita. Gracias porque todavía hay certámenes como este de la Bella Quiteria, donde  todavía los poetas y narradores, podemos sentirnos dignos y orgullosos de conseguir uno de sus premios, ya que el jurado que evalúa y valora los trabajos literarios, saben que al presentarse a ese certamen  no acudimos por el valor del dinero, sino por la valoración de esas justas literarias, ganadas en buena lid por cada uno de los que son premiados.

Y gracias por la peculiar invitación que sigue al acto literario, digna de mención por ser cocinada y servida por mujeres, guisanderas de la mejor cocina matriarcal manchega, donde queda patente la maestría en cocinar gachas de almortas, torreznos, hígado, junto al queso y los embutidos y los picantes que aderezan la pitanza acompañada de la refrescante cuerva y las rosquilletas. Menú quijotesco donde el arte de clavar el pan en la navaja y comer la sopa de gachas con un paso adelante y otro hacia atrás demuestra que los ancestros siguen presentes en todos nosotros.

   Bienvenidos, bienhallados  en la tarde calurosa de julio donde el testigo de la familia lo ha tomado Julia García Carrizo, nieta de doña Amparo; Bella Quiteria  que nos sonríe a los congregados, sin que ella se percate que desde sus pedestales los bustos de don Quijote y Sancho Panza, esculpidos por el desaparecido escultor Cayetano Hilario, se admiran de la disposición y galanura de la hermosa joven; mientras a su lado, el busto de la bella Quiteria, creado por la escultora Inmaculada Lara “Maku”, presume de que en ese molino aún hoy, su espíritu prevalece por encima de los siglos.
Brasas de julio que  dibuja a Munera en la sombra humilde del molino ungido de poemas.


                                                                                                             Natividad Cepeda
El Concurso Literario del Molino de la Bella Quiteria  de Munera  (Albacete)  es de ámbito internacional a partir del tercer año en el que fue convocado. Se celebra ininterrumpidamente desde hace  37 años en recuerdo de  Enrique García Solana, Fundador de este concurso y de su hijo Enrique García Gavidia.

Son premiados tres trabajos en prosa y tres de poesía.

Los premiados reciben piezas de cerámica de creación exclusiva para estos concursos muy valiosos, aportados generosamente por el Ceramista conquense Adrián Navarro Calero.


Fotografías: Arte Digital: N. Cepeda