jueves, 27 de mayo de 2021
domingo, 23 de mayo de 2021
viernes, 14 de mayo de 2021
PREGON DE SAN ISIDRO ENCARGADO POR LA HERMANDAD DE SAN ISIDRO DE TOMELLOSO DIA 8 ABRIL DE 2021 EN LA PAROQUIA DE NUESTRA SEÑORA DE LA ASUNCION DE TOMELLOSO.
Buenas Noches a la Hermandad de San Isidro Labrador por el Honor de elegirme para que pregone la exaltación de la vida de San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza, lo que agradezco a don Manuel Ruíz Gómez Hermano Mayor y a toda la Junta directiva.
Al Rvdo. Sr. D. José Ángel MARTÍN ACOSTA, Párroco de la Parroquia La Asunción de Tomelloso y Consiliario de la Hermandad
Al Rvdo. Sr. D. Miguel Ángel VILLEGAS CALDERA, Vicario Parroquial de la Parroquia de la Asunción de Tomelloso y Párroco de la Parroquia de Nuestra Señora de la Blanca de Ruidera.
Al Rvdo. Sr. D. Jesús CAÑAS MORALES, Adscrito de la Parroquia La Asunción de Tomelloso.
A doña Tomasa Paraíso Serrano por su excelente presentación: gracias.
Mi felicitación a doña María del Carmen Navarro Perona por su merecido nombramiento de "Labradora"2021".
Mi saludo a la Coral Polifónica Asunción de Nuestra Señora y a su director don Antonio Javier Rodrigo Rodrigo por su acompañamiento.
A toda la Hermandad Presente hoy aquí, con mi recuerdo a la primera Junta Directiva de esta Hermandad por recuperar la fiestas en Honor de San Isidro y con todos ellos los amigos y vecinos que llenan el templo y nos acompañan. Dios Nuestro Señor nos guarde y Nuestro Santo Patrón cuide nuestros campos y cosechas bajo la intervención de la Santísima Virgen María en sus advocaciones de las Viñas y la Asunción en el mes de mayo.
Pregón a San Isidro Labrador
Gravada en mi génesis llevo la fe de mis mayores. Señales de júbilo que desde antes de nacer ellos me dieron, han sido y son, ventanas abiertas a la esperanza en el tiempo desde siglos. Mi existencia transcurre a la sombra de la cruz de Cristo guardada en los bordes de mi corazón y en mis entrañas.
Mis ojos conocen las lindes de los campos que mis antepasados labraron dejando entre los surcos el sudor de su piel. De los campos sembrados. Del chozo construido con haces de gavillas, cuando no habían tenido tiempo de hacerlo con lajas de piedra seca.
Elevo mi canto en esta noche semejante a la oración que ellos elevaron al cielo, orando con el templo del amanecer, tan solo eso, y la fe semejante a la de San Isidro Labrador, Patrón de los agricultores popularmente desde siglos y corroborado en el año 1960 por el Papa Juan XXIII como santo patrón de los agricultores españoles.
Isidro de Merlo y Quintana, nombre que recibió en su bautismo. San Isidro, vino al mundo en torno al año 1080 en el Mayrit musulmán, en los arrabales de San Andrés, muy cerca de la iglesia del mismo nombre, donde su cuerpo sería encontrado incorrupto, varias décadas después de su muerte.
Es probable que le llamaran Isidro en honor de san Isidoro, sabio y santo Arzobispo de Sevilla, en la época visigoda. Y también, porque el nombre de Isidro, significa, regalo de Dios.
Isidro fue un labrador mozárabe. Mozárabes eran los cristianos hispánicos que vivieron en territorio musulmán en el período que abarca desde la invasión musulmana del año 711 hasta finales del siglo XI, conservando su religión y una complicada autonomía eclesiástica y judicial. Las prácticas religiosas las mantuvieron en los templos visigodos, que es de donde ellos provenían. La religión cristiana era tolerada con muchas limitaciones por lo que no eran autorizados a levantar nuevas iglesias. Las que se construían eran en los extramuros, arrabales de las ciudades y en aldeas rurales, siendo todas ellas muy pobres y modestas. Isidro, al igual que sus padres, oraba a Dios como cristiano hispano.
Según el poeta, Lope de Vega, recoge y escribe, que los padres de San Isidro se llamaban Pedro e Inés, y sitúa su vida inicial en el arrabal de San Andrés de la villa de Madrid. San Isidro nace de una familia de colonos. Los padres de Isidro tenían un contrato de arrendamiento anual, acuerdo que renovaban libremente, y que eran propiedad del caballero Juan de Vargas. Se cree, que Isidro, estuvo posiblemente al servicio de la familia Vargas y de otros tantos señores terratenientes como Francisco Vera.
San Isidro es el primer laico casado llevado a los altares tras un proceso de canonización instruido por la Congregación de Ritos de santidad Los promotores de esta canonización fueron varios personajes del siglo XVI, incluida la familia Vargas y la casa real de los Austrias. Isidro se casa con María Toribia, de Caraquiz, pertenece a Uceda, provincia de Guadalajara; tuvieron un hijo, de nombre Illán. Curiosamente, Illán, es nombre mozárabe que significa Julián, lo que confirma a la familia que pertenecía.
María Toribia, era creyente y practicante, como Isidro, tanto es así que de mutuo acuerdo los dos hacen vida contemplativa; María cuida de la ermita de la Piedad, cerca de Torrelaguna y al tener que cruzar el río Jarama para con su alcuza de aceite rellenar las lamparillas del Sagrario y altar; según recoge la tradición, tuvo que sufrir calumnias de algunos vecinos, que la acusaban de cometer adulterio, y estas habladurías llegaron a Isidro, quien decidió comprobar por sí mismo, su veracidad. Isidro contempló a escondidas a su mujer, cruzando el río Jarama; María Toribia, extiende su manto sobre las aguas del río y, milagrosamente, cruza hasta llegar a la ermita. convenciéndose así, de su inocencia.
La actual urbanización de Caraquiz conserva el lugar, junto al río, donde sucedió este milagro. Cuando María Toribia, muere es enterrada en esa ermita, que ahora está ruinosa. Después su cuerpo es trasladado al convento de San Francisco de Torrelaguna, donde es venerada, pero en el año 1654 por orden del rey Felipe IV, es trasladada, en secreto a Madrid, para que reposen sus restos junto a los de su esposo San Isidro, porque los vecinos de Torrelaguna, se oponían. Desde el siglo XVIII, se conservan en la Colegiata de San Isidro de Madrid.
El ser llamada Santa María “de la Cabeza” se debe a que su principal reliquia fue su cráneo, venerado durante varios siglos, y que ahora yace en la urna de Madrid.
La vida de San Isidro la conocemos por un códice, un libro escrito a mano, también llamados manuscrito en la Edad Media, que fue encontrado en la Iglesia de San Andrés en 1504 (denominado como Códice de San Isidro y escrito a finales del siglo XII) y donde se denomina Ysidorus Agricola, con detalles y milagros de su vida. Y es ahí donde se dice que esta casado y tiene un hijo. Mencionándose el milagro de los bueyes con los ángeles arando, el milagro del pozo subiendo las aguas para rescatar a su hijo, el de dar de comer a las palomas y el de la olla de comida para dar comida a los pobres, entre otros. Aunque no estaba santificado por la iglesia, los madrileños le rendían culto desde el siglo XII, siendo conocido en otras partes de España. La iglesia y la corona real española, junto con el pueblo de Madrid y de otros muchos, iniciaron su proceso de canonización en el siglo XVI.
El 30 de noviembre de 1172 falleció: Es enterrado en el cementerio de la Iglesia de San Andrés donde había vivido. Se conoce este dato por mencionarlo el códice que acompañaba a los restos del cuerpo incorrupto de Isidro.
El mundo ha crecido San Isidro, y consoladamente, la fe en Dios nos mantiene unidos junto a ti, en el amor y en la oración en este magma de continentes países y ciudades por donde naufragamos en tiempos de pandemia.
Tenemos fe, a pesar de los que vocean que Dios ha muerto, y llegamos a ti, pidiendo que nos guardes la cosecha del alma, y las otras cosechas que labramos con nuestras manos de labriegos ajadas, con frentes surcadas de arrugas y fracasos. Manos orantes pidiéndote ayuda. Manos las que ayer, como tú, sujetaban con fuerza arados, y a voleo el trigo en las besanas. Manos obstinadas hoy en perdurar, generación tras generación labrando viñas, olivos, maíz y melón, cebada, lino y almendros, para vivir…
Aquí estoy, San Isidro, con mi voz que declama palabras varadas en los que te seguimos. Desde que mis antepasados, aquellos que ni recordamos sus nombres, cavaron aquí, el primer pozo para abrevar ganados en éste pueblo de cruce de caminos y posadas, rodeado de tomillos, espliego y encinares Un pozo si, como los que tú también cavaste, santo zahorí de Madrid, cuando allí faltaba el agua, calmando la sed de la tierra árida y de tus vecinos: fuentes y pozos de Madrid que han llegado a nuestros días benefactores para la salud humana. Agua, que con la ayuda de Dios hiciste brotar, entre torrentes de polvo de sequía en esta tierra sin mares ni grandes ríos, orando en los templos al venir el día, delante de la lamparilla alimentada con aceite del sagrario, vestido de estameña y lino. En tiempos donde tú, no eras nada, al no pertenecer a la clase de la nobleza ni a la eclesiástica…Sorprende al estudiar tu trayectoria el hermoso relato de un padre de familia y esposo fiel, en aquella sociedad donde, como también hoy, importaba escasamente la familia. No eres Isidro labrador un santo normal en el santoral católico. Un campesino, no instruido culturalmente, honrado, generoso y tan humilde como callado; vida la tuya sin pretensiones de envanecimiento ni menosprecio a los demás…Con tu natural bondad de hacer el bien. Necesitamos conocerte para seguir tu ejemplo. El sentido esencial de tu humanidad, austera, como lo han sido las gentes de esta tierra.
Gentes alegres con esos canticos de plenitud en la soledad del campo cuando por barbechos y heredades se escuchaba la voz fuerte y monocorde de una “gañanada”. Yo la escuché en mi infancia cantar a mi abuelo paterno y a mujeres con letras de oraciones, hoy olvidadas.
Alcánzame para todos los pueblos que labran la tierra y nos dan alimentos, lo esencial de tu vida, tan amado por Dios, que te hizo acreedor a que por tu santa intercesión, te pidamos ayuda para que nuestros campos expuestos a la intemperie con el techo del sol y las estrellas, no mermen las cosechas de las que vivimos. Vamos cargados de sueños junto a la tierra que es nuestro sustento y volamos haciendo proyectos semejantes a águilas para sacar el fruto del trabajo. Y nos marchitamos y continuamos infatigables sin temor a la escarcha ni a los cardos…Tú, San Isidro eres la longitud de nuestro espíritu, la razón del alma que no avienta el cansancio, ni la muerte cuando nos convierte en tierra y polvo porque vamos amortajados de amor, y el amor nos guía hasta Dios.
Somos gentes que aún creemos en los ángeles, y nos lo callamos por si alguno se ríe de nosotros, porque en la soledad del campo el viento, a veces trae susurros que nos dice que volemos por las espirales de los atardeceres.
Te ruego, nos dejes entre los párpados la luz de tu silencio que nos llama y convoca a ser tus aprendices y oremos, sin temor a perder el tiempo, para encontrar a Dios.
Bajo este cielo, hoy San Isidro,
crece la súplica de estos labriegos
junto al altar. Somos tu gente
los que miramos pasar las nubes
pidiendo lluvia, los que rogamos
a Dios que nuestros campos
nos den el pan de cada día.
Ruego sencillo de esta jornada
hoy de oración en Tomelloso.
Al fin y al cabo somos pequeños
como la yerba de los caminos,
como el repique de las campanas
que por sabido, casi ignoramos.
Somos el pueblo llano y sencillo
sin más tributo que este trabajo
de arar los campos; somos los tuyos,
los campesinos, Santo Patrón,
ruega por todos, pídele a Dios
por nuestros muertos, por las familias
y su sustento, por nuestro pueblo
sin más postigos que esta oración
a ti elevada. Pasa la noche
por sus zaguanes con San Isidro
por nuestros campos.
Todo es silencio. Todo es amor.
Natividad Cepeda
miércoles, 5 de mayo de 2021
El punto indefinido de lo desconocido
Fue a primeros de marzo cuando por la tarde una niebla desconocida me cubrió la pupila de uno de mis ojos y mi visión fue borrosa y se llenó de sombras inesperadas y flotantes. El sol lucia y todo era luz inundando el entorno. Me froté los ojos, pensando, equivocadamente, que aquello pasaría. Me negaba a no poder seguir leyendo y que aquella niebla extraña me desbaratara mis planes. Empezó a dolerme y sentí la punzada del miedo, precisamente yo que no temo casi a nada. Me quedé quieta, turbada ante aquella contrariedad desconocida y recordé a mi padre cuando un año antes de su muerte no podía leer y fue perdiendo la esperanza ante la oscuridad de sus ojos. Regresé a verlo sumido en su silencio en su sillón de terciopelo marrón, donde se perdía con sus manos reposando en los brazos del sillón y su cabeza quieta con los ojos cerrados como si no estuviera entre nosotros.
Cada tarde llegaba y me sentaba a su lado en el sofá marrón y le cogía su mano y empezaba a preguntarle si quería escuchar la radio o si quería que le leyera algo…Movía la cabeza y con su voz apagada, que no parecía la suya, me decía que no. Con su mano entre las mías le preguntaba sobre algo del pasado y poco a poco empezaba a relatar con su memoria prodigiosa, ayudando al relato la voz amorosa de mi madre, que, pacientemente suplía los pequeños detalles que él omitía. Mi marido me aconsejaba gravar aquellos diálogos tan interesantes porque papá y mamá eran enciclopedias vivas del pasado; de lo no se recogió en periódicos ni en libros. Jamás lo hice, pensaba que entonces perdería sentir su abandono en mis manos y yo no quería perderme segundo alguno de aquellas vivencias.
Antes de perder la luz de sus ojos habíamos ido al Hospital de La Mancha Centro de Alcázar de San Juan, donde en diferentes fechas y sesiones había recibido láser por aquello que se llama glaucoma y que pasado el tiempo le quedó aquella ceguera que le impedía leer… Precisamente a él que desde que recordaba en casa se compraba la prensa y libros. Cuentos preciosos troquelados que nos regalaba a mis hermanas y a mí desde la más temprana infancia. Fuimos cumpliendo años y leíamos los de la colección Austral de bolsillo, porque al estar él casi siempre de viaje, por su profesión, los libros no ocupan sitio en su maletín de viaje.
Gracias a él, El espectador de Ortega y Gasset y La rebelión de las masas y otros muchos, los leía con apenas catorce años. Papá era de fuerte carácter por lo que llevarle la contraría suponía un seguro enfrentamiento, pero él nos decía que había que enfrentarse a la vida con la verdad sin miedos; opinión que mamá no compartía porque temía y aseguraba que no todas las personas van con la verdad por delante. Con los años he comprendido que ella, mi madre, tenía razón. Sumido en la oscuridad sus grandes y bellos ojos negros estaban apagados. Ya no jugaba con mis nietos que eran sus bisnietos, al dominó, juego al que él los había enseñado, ni a las cartas, ni al parchís…Tampoco en el largo pasillo jugaba con los niños y las pelotas simulando un partido de futbol. Se fue apagando lentamente semejante a la luz de la tarde de los inviernos con su ceguera, por la que todavía sus ojos veían todo opaco. Se negaba a dejarse ayudar, intentando dignamente ser útil para él mismo y no dar que hacer a los demás.
Lo recuerdo viviendo en aquel cristal de soledad rodeado de cariño alejado de libros que lo esperaban en los anaqueles de su estantería cruzando la última etapa de su vida. Mamá se cansó de insistir que fuéramos a otros oftalmólogos de Albacete y de Barcelona. Sigo pensando que le quedó la duda de que en el equipo de oftalmología del Hospital Mancha Centro, no habían hecho todo lo que tenían que hacer por el hombre de su vida. Regresan hasta mí los recuerdos en los días que he sido operada en el mismo hospital. Reconozco lo importantísimo que es tener para atendernos al Servicio de Oftalmología de la Gerencia de Atención Integrada de Alcázar de San Juan, dependiente del Servicio de Salud de Castilla-La Mancha (SESCAM). Buscando información creo que son 23 años los que llevan atendiendo a una amplía población comprendida entre los hospitales de Alcázar de San Juan y Tomelloso el equipo dirigido por el doctor don Fernando González del Valle, a los que agradezco toda la atención recibida en éste tiempo donde he sido una paciente más de los muchísimos que atienden a diario. Pacientes anónimos, números en las listas de espera que esperamos el milagro de no perder la luz de la mirada porque solo cuando no la percibimos es cuando la valoramos.
En las salas de espera apenas si se respeta el silencio, se habla para ocultar ese miedo inconcreto que supone pasar al hospital cuando el enfermo es uno mismo. Y se olvida la gratitud debida a todos ellos, médicos, enfermería y auxiliares, celadores y administrativos que a pesar de la terrible pandemia atienden cuando llegamos a pedir auxilio y son nuestros buenos samaritanos. Ejercen esa obra de misericordia que es cuidar del enfermo; creyentes o no creyentes, actúan así. Todos en cualquier momento somos enfermos y nos sentimos pequeños ante la enfermedad. Lléganos al hospital buscando la sanación, depositando nuestra esperanza en ellos, los médicos y sus equipos sanitarios, después apenas si se les recuerda porque se ha olvidado agradecer a quienes nos dan consuelo en la enfermedad. En ese punto indefinido de lo desconocido es cuando verdaderamente somos humanos y nos necesitamos los unos a los otros. A mi padre lo llamo Dios una mañana de abril cuando las campanas repicaban alegremente anunciando la romería de mi pueblo, su alma sigue en la mía junto a todo lo vivido con él, incluyendo las consultas en los mismos hospitales a los que ahora acudo yo.
Natividad Cepeda