lunes, 26 de febrero de 2018

Contemplando un cuadro de cigüeñas del pintor español Ángel Pintado


            
Un muro, y el tejado está habitado de cigüeñas y pareciera que ellas, desde siempre han estado  ocupando ese espacio tan suyo, tan unido con su vuelo en descanso mirándose   a sí mismas  su plumaje en rededor, mientras corre el tiempo en desbandada. Nos crecemos de tiempo como si de su aroma naciéramos y no es cierto porque somos fugaces como vuelo de pájaros.
Las miro. Contemplo a las cigüeñas  desde ese cuadro de un pintor que parece que él también se mira en su interior cuando lo tengo enfrente. Tan otra cosa, como si se escondiera de todos o jugara al escondite con las cosas y los perfiles de las sombras, de los recodos y los colores que él mezcla y distribuye como si fuera algo inmaterial y tocara con los pinceles una sonata de melancolía y de tristeza, porque  en los pinceles encontró su arpa y sus dedos  pintan poesía o yo dijera que hace poseía sin palabras.
Yo que nada entiendo de los que se dedican al oficio de vender la belleza plasmada en un cuadro me detengo en este cuadro  de un pintor  llamado Angel pintado, nacido y andador de las calles largas y solitarias de Tomelloso y al hacerlo, y yo verlo me parece que quisiera esconderse de todos y, a la vez  captar las sombra y las luces de todas las esquinas porque, apenas si en Tomelloso hay plazas y rincones que saluden a vecinos y visitantes. Y este pintor escondido en su figura de bohemio de antaño, satura su pintura de románticos vuelos  como si las llanuras las mirará a través de una gasa  de seda, o su mirada la hundiera entre rendijas de grada coloreada de luces de quinqués polvorientos. De esos trastos que él recupera como si él no quisiera, los demás, los otros, nos olvidáramos de ellos.  Y todo ese universo lo deja reposar entre las telas saturadas de esos olvidos que al verlos en sus cuadros a mí, que nada sé de crítica de arte, me emociona y me devuelve la ternura de encontrar y admirar la belleza de las pequeñas cosas sencillas. Tan hermosas como un bombo apenas perfilado entre flores silvestre y amapolas que parecen, que de un momento a otro escaparan del cuadro y se vayan a la tierra,,al aire y al barbecho de donde él, Ángel Pintado las sustrajo.                    
Y de pronto yo que nada sé de premios y sucios vasallajes de jurados donde también se compran y vendes las dádivas del arte, me admiro y embeleso ante una rama de fruta que reposa sobre  algo sutil e inexplicable, como si al fruta fuera la muchacha desmayada de un cuadro y un hada la hubiera trasformada en esa rama frutal  cobijada de hojas lánguidas…Y, no entiendo el cíngulo invisible que une una rama de almendro con la sombra de un mueble  antiguo,  ni porqué el pintor lo eligió para darle soporte a esas flores que por sí mismas ya son bellas. Miro el cuadro y su composición y me pregunto ¿por qué, a este hombre soñador de figuras, se le ocurrió juntar  la madera viva de la rama de almendro, con la madera muerta del mueble? que hace que las flores sean más blancas y más bellas.


                 
Sus manos traban sueños como si el pintor escuchara una voz interior que le dijera por donde han de ir los trazos, y el color hiere tela y madera persignando sus creaciones  tan libres como lo es, y debe ser todo pulso del creador que se precie. La casa, la suya, y la mía; las casas de otros que se fueron tienen o han tenido, tablas  de yeso o de madera  donde dejar un jarro antiguo de cristal: yo tengo uno de mi abuela igual que ese jarro que Ángel ha pintado. Si lo tengo y lo amo porque pienso que es parte de mi vida y de esa abuela que yo no conocí.  Y de las otras abuelas que me dejaron la herencia de los jarros de cristal guardados, igual que ese jarro que hace de florero  en un cuadro transido de  ayeres y nostalgias,  junto a un cuenco de cerámica y un imposible puchero o jarrón azul, como si un soneto clásico lo hubiera dejado para que fuera compañero del jarrón donde los tallos verdes audaces y orgullosos, eclipsan a todo el que comparte los límites del cuadro, quedando algo alejado un humilde plato, casi olvidado, porque hasta las flores  malvas de semilla amarilla se difuminan, se visibilizan,
No todo son figuras de enseres hay mujeres de antaño, de esas que vestían faldas largas y creaban una curvatura de arco románico al inclinarse para arrancar a la tierra los frutos, o las malas hierbas de los campos. Mujeres sin rostro, o con rostro universal de campesinas anónimas y frágiles en medio de una augusta blancura manchada  de sutil colorido, apenas unas manchas diluidas,  para que los que las vemos y contemplamos nos unamos al cuadro y sintamos que ellas, y nosotros, somos un todo en mitad de la nada de la vida.
También Ángel Pintado nos deja torres lejanas y serenas  de palacios o templos  y ciudades,  bajo anaranjados colores de crepúsculos por donde un río  discurre por debajo de un puente: un puente de esos que dicen que tiene siglos y a los que miramos  por ser tan singulares y,  por aquello del misterio que  se aloja en las piedras que conocen los pasos del ayer …Poca cosa dirán los especuladores de finanzas y entresijos de dólares y euros, de subidas de extraños minerales, el oro de estos días por los que no importan que al lado de las minas se mueran las personas. Nada nuevo, siempre ha sido así, y así sigue la humanidad paciendo.
Pero Ángel Pintado tiene esa gracia del arte en sus entrañas, ese honorable sello de cortesía vago e impreciso de dejarnos soñar un poco con sus sueños, y si se le pregunta hace un mohín o se encoge en sí mismo, y  cierto es, que no desvela nada. Es normal, los artistas, los creadores nada tiene que explicar,  ya es suficiente con que nos regalen la esencia de su arte. Y si fuera posible vivir de esa belleza, porque si la belleza no se compra, el alma del artista se angustia y los pinceles  se encogen,  y no es bueno que  se pierda esa magia en la nada: no, no es bueno que se quede guardada en las entrañas del corazón y del cerebro.
Hace unos años, pocos, visité el estudio de Ángel Pintado acompañada de Serfin Herizo. Fue una mañana de primavera cuando todavía Serafín Herizo sonreía y decía que tenía que escribir de los pintores; de los buenos pintores como Ángel y de sus cuadros y obras. Escribir con el alma, con mi forma de ver, y yo le sonreí porque tampoco para mi es fácil escribir de la belleza cuando delante de ella me pongo, y la emoción me recorre la sangre  junto a este pintor parco en palabras y grande  en su paleta de colores.
Un día le dije, a Serafín Herizo, amigo de verdad, sin evasiones, escribiré de Ángel Pintado si Dios quiere. Un día, y hasta hoy, te juro, Serafín Herizo, que no he podido. Yo sé, estoy segura, que tú leerás mis letras, que la vas leyendo al golpe de la tecla del teclado, de este ordenador ligero y para mí, hermano, y espero que cuando Angel Pintado, deje  sus ojos por mis texto le parezca qué la confianza que tú en mi depositaste no está del todo mal cumplida. Porque yo ignoro lo que de verdad piensa el artista, tan solo miro sus cuadros y algo me dice que es hermoso lo que este pintor español y tomellosero deja en los lienzos.  
Pronto la primavera llamará llenando con su arquitectura de arcángel luminoso nuestra tierra y al pasar por las calles volveremos a vernos los que todavía la pisamos y, Ángel Pintado, expondrá y quien sabe cuántos otros proyectos tendrá en su  haber… Es otra primavera y por el puente de la  muerte nos faltan muchos otros. Nos quedan en el alma y en las vivencias que hoy recuerdo.

                                                                               Natividad Cepeda


                      


Las fotografías de los cuadros son del Pintor Ángel Pintado