sábado, 18 de febrero de 2023

Gatos en libertad


 Desde que yo recuerdo gatos y perros han convivido con nosotros sin problema alguno.  Salían y entraban por patios y corrales, habitaciones diversas y comían lo que nosotros comíamos.  Los años aquellos se perdieron entre las comunidades de pisos  con escaleras y ascensores y perros y gatos se acostumbraron a sentarse en balcones y terrazas  esperando. los perros salir a pasear con sus dueños.

En los campos cercanos al pueblo se cercaban las propiedades con telas metálicas para impedir que al salir se perdieran y en aquellas hectáreas los animales corrían, jugaban y comían y defecaban en plena libertad.  A veces cuando pasábamos por esas propiedades salían a vernos pedros ladrando enfurecidos, por si osábamos pasar a su propiedad y se agradecía la tela metálica que nos protegía de ellos.  

Los gatos maullaban ronroneando  mimosos  y alguna vez los pequeñines se esforzaban por salir al camino jugándose la vida. En los balcones de los pueblos perros y gatos miraban el trajín la calle asomados a esos balcones y todos estábamos acostumbrados. Pues ahora se ha aprobado una Ley en España, como no, que gatos y perros no pueden estar en los balcones ni en las terrazas, y si se incumplirá se multará al dueño con una multa inicial  de cincuenta mil euros. Así estamos por aquí luchando por no perder lo que tenemos. Personalmente esa Ley  es tan absurda que nadie .nadie la comprende. Debemos tener un coeficiente sin apenas masa gris en nuestro cerebro, porque si no es así no comprendo ese castigo impuestos en aras de proteger a los animales. 

En fin que febrerillo loco ha  debido influir en ese parlamento español para tal aprobación.


Natividad Cepeda



viernes, 17 de febrero de 2023

Leyes en contra de la vida

 

En mi tierra, con escasas lluvias, en primavera florecen bellísimos cardos.

Entre los más bellos están los llamados tobas. Nacen pequeños, casi se dijera que no podrán llegar a crecer cuando el aire los mueve y zarandea en mitad de barbechos y cunetas. Pasan los días, crecen semejantes a un bebé humano que se afianza y nutre de la tierra y del sol; y de pronto se yergue en mitad del espacio haciéndose visible en la distancia de caminos y carreteras. Cuando llega a su juventud emergen bellas flores de hilitos de hebras rosadas entre el exuberante verde de sus hojas rodeadas de punzantes agujas de pinchos.

No las tocamos. Las admiramos y dejamos que sigan madurando y envejeciendo hasta que se tornan amarillas y desfallecen  muriendo en los inviernos.

Hoy en mí país, España, se han aprobado la muerte de miles y miles de futuros hombres y mujeres en nombre de una mal entendida libertad. Y al escucharlo he recordado la libertad de los cardos de mi tierra que crecen en libertad desde que una invisible semilla cae en la tierra y germina. Gracias a esa gestación yo he podido admirar su belleza y ver su decadencia y muerte. Lo que no veré serán niños españoles por las calles a causa de la desprotección de la mujer y de sus hijos. De la desaparición del hombre autóctono. Olvidamos que gracias a la procreación estamos aquí, Matar al embrión humano es esquilmar la especie.

Envejecemos y morimos aislados en residencias sin el calor de la familia. A estas leyes las llamamos progreso. Y me pregunto, ¿desapareceremos como tantos otros pueblos?

 

 

Natividad Cepeda 

miércoles, 15 de febrero de 2023

Los duendes del fuego


                                          

La niña acurrucada en los brazos de la mujer miraba declinar la tarde envuelta en su  luz que apenas era una ráfaga de hilo suspendida en los tejados filtrándose por la ventana hasta ir a confundirse con  la leña que ardía en el fuego. La niña miraba embelesada la lumbre y el rayo de luz fundida en las llamas sin pestañear al tiempo que elevaba su mirada hasta el rostro de la mujer confiada en sus brazos. Casi a media voz le pedía a la mujer que siguiera contándole cuando vio por primera vez a los duendes del fuego; y con voz pausada empezó diciendo.

Fue una noche que hacía mucho frío y nos faltaba leña para encender el fuego. Había llovido y los leños mojados eran como peces sucios y muertos.  Apenas  si teníamos cerillas secas para prender la leña y, los papeles y cuatro sarmientos secos no eran suficientes para hacer arder a los leños. Yo, dijo la mujer, tiritaba de frío y mis hijos  me miraban calados hasta los mismos huesos.

Mi madre me había dicho que pidiera a las magas de la tierra su ayuda para encender la lumbre, pero yo no creía en esos cuentos de antaño. Me parecían disparates de mi madre y de mi abuela que  creían en esas cosas. Porque has de saber que yo no soy de aquí, de tu pueblo, le dijo la mujer a la niña. La pequeña se apretó más junto a ella y sonriendo le dijo que ya lo sabía. Sigue, Gabriela, por favor, sigue hablando.

Las llamas de gran tamaño ponían resplandor en el pelo rubio de la niña y chispitas de color en los bellos ojos de la mujer. Crepitaban las cepas al desmoronarse convertidas en ascuas de luz incandescente iluminando la luz del anochecer que ya se colaba por la ventana. Desde el techo de vigas de madera se escuchaban sonidos casi imperceptibles.

Sabes, en mi pueblo todavía creemos en la magia. Yo no creía hasta ese día que estábamos empapados y no podía encender la lumbre. Mi madre insistía; pídeles que te ayuden a encender la lumbre o nos moriremos de una pulmonía.

Afuera escuchábamos chapotear la lluvia al caer copiosa entre las piedras y la tierra hecha barro. Mi madre sacó de su faltriquera  una pequeña cruz de ámbar y me la puso en mis manos; vamos,  reza y roza los leños mojados con la cruz, me ordenó.

Empecé a rezar  una oración no escrita en libro  alguno, enseñada de generación en generación, rocé la leña mojada con la cruz  sujeta entre mis labios y volví a encender los papeles debajo de la leña, cuidando que la cruz de ámbar y mi boca quedaran en línea recta con la lumbre. Crujieron los sarmientos mientras unas sombras pequeñas bailaban de abajo arriba igual a chispas de lumbre evitando que el fuego se apagara. Incontables duendes tan pequeños como bolliscas nos rodearon dándonos calor saliendo y entrando en la pequeña cruz de ámbar que yo sostenía con mi boca. El fuego fue grande a pesar de estar chorreando la leña.

¿Tú ves a los duendes igual que yo?

Si hermosa mía, están por el aire de la chimenea porque son duendes del fuego y ellos no se queman. Gabriela, eres una maga. Dijo la niña.  También tú lo serás, cariño mío, jamás debes decirlo, porque nadie cree en ese mundo  mágico. Desde aquél día en el que  santigüe con la cruz a mis hijos y a mi madre después de hacerlo yo, comprendí el poder que otorga el ámbar a quien conoce sus misterios.

¿Porque enciende la lumbre? preguntó la niña.

Porque el ámbar es leña. Cuando vayas a un pinar, en verano, fíjate bien y veras las lágrimas de los pinos resbalar por sus troncos. Hace muchísimo tiempo, las hadas de las montañas guardaron en el fondo de la tierra a los árboles que  mató una estrella. Eran tan bellos que sus corazones se convirtieron en ámbar y por eso encienden el fuego. Desde entonces los duendes del fuego son sus guardianes y nuestros protectores. Desde el pasado emergía la magia por la ventana de la vida imborrable en la memoria de una niña. Su código secreto seguía siendo aquella maga  sanadora, que quitaba dolores y arreglaba huesos  dislocados, mientras rezaba entre balbuceos y pendía de su cuello una cruz de ámbar.

Un día se marchó lejos a ganar su sustento, sin ella se perdió la sabiduría de las mujeres que hablaban con los duendes y las hadas. En silencio hay quien  habla con ellos todavía adornada  de ámbar.

 Natividad Cepeda

Publicado en revista Quevedalia                                             





                                                           

                                                  

jueves, 9 de febrero de 2023

Amar a la Madre Tierra conlleva amar a todos los seres que la habitamos

 


 

Los frutos y las riquezas de la tierra nos han sido dados  para ser compartidas por sus habitantes con equidad.

La depredación humana basada y ejercida por la malversación de esa riqueza propicia que se ejerza la violencia  en todos sus géneros, masculinos y femeninos, basada en el abuso de cualquier índole, desde el abuso de poder hasta la explotación  más degradante e injusta de unas personas para con otras.

Si se ejerciera una justicia natural en todos los países y sus contratos fueran moderados, la escasez de lo más necesario no se daría, evitando el pillaje y la devastación.

Porque desde la noche de los tiempos la justicia verdadera  no camina de la mano de la  ley. Leyes  no deseadas cuando no defienden a los débiles de la tierra.

   Por esa causa y error no se ha reconocido en el pasado, ni se reconoce en el presente, que todos los habitantes de pueblos, aldeas y ciudades del mundo, tienen  los mismos derechos a participar de esa riqueza que es acumulada por unos pocos en prejuicio de muchos millones de seres humanos.

Leyes que permiten la  malversación, los abusos ejercidos desde el mismo poder gubernamental desde elevados impuestos a la falta de  seguridad ciudadana.

Leyes que desprotegen la vida humana desde el aborto masivo sin justificación a la autorización de la eutanasia…


Leyes que protegen la naturaleza y a los animales antes que a los seres humanos.  ¿Acaso la vida no debe ser respetada en la especie humana desde que se concibe hasta cuando se envejece?

Amar a la Madre Tierra conlleva amar a las personas. Educarlas para ese fin en vez de manipularlas  para embrutecerlas y así crear sociedades alienadas sin lógica ni razón.

España  es un país envejecido como lo son otros países de Europa; Francia, Italia, Suiza, Alemania… a cusa de la desprotección de la vida y de la familia.

Nos faltan niños. Nos faltan jóvenes que amen la vida en todas sus  especies empezando por la especie humana.

Nos sobran drogas de toda índole. Drogas para fumar, masticar, esnifar, pinchase en vena, beber sin control alguno…

Drogas informáticas creando adicciones con ausencia de voluntad para dejarlo desde ese universo de pantallas múltiples, pequeñas o grandes, desde donde se nos  dirige haciéndonos creer que somos dueños de nuestro tiempo.

Erróneamente se nos contrala desde los satélites y las antenas gigantes que inundan nuestros tejados, campos y montañas. Y ante esta magnitud me pregunto ¿hacia donde vamos?

Guerras duraderas, alimentadas de armas y de dictadores insaciables de poder. Guerras con mortíferas armas. Guerras de escasez esquilmado miles y miles de seres  humanos hambrientos, dejando morir a la  naturaleza y con ella a los  animales.

¿Qué será de Europa cuna de Occidente, no tardando mucho?

 

Natividad Cepeda