En mi tierra, con escasas
lluvias, en primavera florecen bellísimos cardos.
Entre los más bellos están
los llamados tobas. Nacen pequeños, casi se dijera que no podrán llegar a
crecer cuando el aire los mueve y zarandea en mitad de barbechos y cunetas.
Pasan los días, crecen semejantes a un bebé humano que se afianza y nutre de la
tierra y del sol; y de pronto se yergue en mitad del espacio haciéndose visible
en la distancia de caminos y carreteras. Cuando llega a su juventud emergen bellas
flores de hilitos de hebras rosadas entre el exuberante verde de sus hojas
rodeadas de punzantes agujas de pinchos.
No las tocamos. Las
admiramos y dejamos que sigan madurando y envejeciendo hasta que se tornan
amarillas y desfallecen muriendo en los
inviernos.
Hoy en mí país, España, se
han aprobado la muerte de miles y miles de futuros hombres y mujeres en nombre
de una mal entendida libertad. Y al escucharlo he recordado la libertad de los
cardos de mi tierra que crecen en libertad desde que una invisible semilla cae
en la tierra y germina. Gracias a esa gestación yo he podido admirar su belleza
y ver su decadencia y muerte. Lo que no veré serán niños españoles por las
calles a causa de la desprotección de la mujer y de sus hijos. De la
desaparición del hombre autóctono. Olvidamos que gracias a la procreación
estamos aquí, Matar al embrión humano es esquilmar la especie.
Envejecemos y morimos
aislados en residencias sin el calor de la familia. A estas leyes las llamamos
progreso. Y me pregunto, ¿desapareceremos como tantos otros pueblos?
Natividad Cepeda
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