domingo, 16 de marzo de 2014

La muerte de los emigrantes es la trasgresión de las leyes naturales

  Los frutos y las riquezas de la tierra nos han sido dados  para ser compartidas por sus habitantes con equidad. La depredación humana basada y ejercida por la malversación de esa riqueza, propicia que se ejerza la violencia  en todos sus géneros, masculinos y femeninos basada en el abuso de cualquier índole, desde el abuso de poder hasta la explotación  más degradante e injusta de unas personas para con otras.
Si se ejerciera una justicia natural en todos los países y sus contratos fueran moderados, la escasez de lo más necesario no se daría, evitando el pillaje y la devastación.
Porque desde la noche de los tiempos la justicia verdadera  no camina de la mano de la  ley escrita.  Por esa causa y error no se ha reconocido ni se reconoce, que todos los habitantes de pueblos, aldeas y ciudades del mundo, tienen  los mismos derechos de esa riqueza  acumulada por unos pocos en prejuicio de millones de seres humanos.
La emigración es la consecuencia de la pobreza.
Las fronteras fueron creadas para proteger las puertas de los Estados. Si los estados y países miran hacia otro lado ante las emigraciones masivas y culpan a un solo país de lo que está ocurriendo con el hambre en el mundo, esa actitud redundará no sólo en perjuicio de quien tiene que retener la emigración masiva de seres humanos, también en aquellos que amparan la injusticia que hace perecer de hambre y necesidad a los pueblos pobres de la tierra.

Si España es la puerta de Europa por donde los emigrantes quieren llegar,  y la emigración masiva no la puede controlar ni admitir, entonces ¿por qué se le acusa de detener esa emigración, cuando se sabe que  se le ordena ser la que ha de poner cerrojos y candados?
La hipocresía es lo contrario a la verdad y lo contrario de lo que hay que decir y hacer. Acusar y mirar para otro lado agravan la situación y no resuelve nada.

La muerte de los emigrantes es un pecado capital o la trasgresión  de las leyes naturales  de todos los que pudiendo encontrar soluciones no lo hacen.
La esencia de la tierra somos todos, y de esa esencia universal estamos hechos.
Habría que pensar en depurar tanto mal hecho los unos a los otros sin la demagogia de las diferentes clases sociales existentes. Porque aunque no lo veamos siguen existiendo los patricios y los plebeyos. Y la plebe es la que muere de cualquier forma sin importarle a casi nadie.
La cicuta, también ahora se ordena beber a los que vemos más de lo que se debe ver. Aun así los poetas seguimos escribiendo lo que nos estremece las entrañas  porque nuestra  esencia es nuestra palabra.


ESENCIA DE LA TIERRA
Me quedé frente a la mar mirando el oleaje
como se queda un barco encallado en la arena.
Me quedé con  la monotonía de la lluvia
vaciando de recuerdos la memoria.



Tocaba una campana insistente en altamar
y un gato vagabundo se afilaba las uñas
en el muñón de un tronco de palmera.
A lo lejos se vislumbraban luces remotas
de viviendas. Traía el aire aroma de fruta
podrida vaciadas en el vientre del mar.
Sobre las ruinas de una  torre volaban 
murciélagos hasta los viejos mascarones 
de barcas  sepultadas sin redes y sin peces.
Surgían  en el cielo estrellas como alfileres
de novia  sobre el velo del mar.
Todo se quedó en silencio.
En el faro se desvistió de sombras la luna
mientras en los  acantilados las aves se dormían…
Subía la marea: flotaba en ella un periódico
con la noticia triste de una muerte violenta.
Junto a manzanas y limones, en la enagua
del mar, brillaba un anillo de esponsales
que nadie reclamaba.
Ataviada de luto y tristeza  se lo puso la arena.
Se elevaban llamas de hogueras en la noche.
Llegaba por el aire olor a sardinas asadas
y voces de gentes sentadas  a la orilla del mar.
Procedente de los montes se aspiraban  aromas
de resinas. En la playa los vientos furiosos
gemían ante el naufragio de una virgen mestiza.
Virgen buceadora de sueños que se quebró
en las rocas olvidada y sin nombre.
La besaban las olas. La lloraban los ríos.
Resonaban lamentos en las tumbas anónimas
custodiadas de algas. Lloraba el mar.
Lloraba y nadie  lo escuchaba. Lloraba el viento
llevándose en sus brazos las olas y los muertos.


                                                                               Natividad Cepeda



Publicado en Diario Lanza, marzo 2014-Ciudad Real- España

Arte digital: N. Cepeda