Los frutos y
las riquezas de la tierra nos han sido dados
para ser compartidas por sus habitantes con equidad. La depredación
humana basada y ejercida por la malversación de esa riqueza, propicia que se
ejerza la violencia en todos sus
géneros, masculinos y femeninos basada en el abuso de cualquier índole, desde
el abuso de poder hasta la explotación
más degradante e injusta de unas personas para con otras.
Si se
ejerciera una justicia natural en todos los países y sus contratos fueran
moderados, la escasez de lo más necesario no se daría, evitando el pillaje y la
devastación.
Porque desde
la noche de los tiempos la justicia verdadera
no camina de la mano de la ley
escrita. Por esa causa y error no se ha
reconocido ni se reconoce, que todos los habitantes de pueblos, aldeas y
ciudades del mundo, tienen los mismos
derechos de esa riqueza acumulada por
unos pocos en prejuicio de millones de seres humanos.
La emigración
es la consecuencia de la pobreza.
Las fronteras
fueron creadas para proteger las puertas de los Estados. Si los estados y
países miran hacia otro lado ante las emigraciones masivas y culpan a un solo
país de lo que está ocurriendo con el hambre en el mundo, esa actitud redundará
no sólo en perjuicio de quien tiene que retener la emigración masiva de seres
humanos, también en aquellos que amparan la injusticia que hace perecer de
hambre y necesidad a los pueblos pobres de la tierra.
Si España es
la puerta de Europa por donde los emigrantes quieren llegar, y la emigración masiva no la puede controlar
ni admitir, entonces ¿por qué se le acusa de detener esa emigración, cuando se
sabe que se le ordena ser la que ha de
poner cerrojos y candados?
La hipocresía
es lo contrario a la verdad y lo contrario de lo que hay que decir y hacer.
Acusar y mirar para otro lado agravan la situación y no resuelve nada.
La muerte de
los emigrantes es un pecado capital o la trasgresión de las leyes naturales de todos los que pudiendo encontrar
soluciones no lo hacen.
La esencia de
la tierra somos todos, y de esa esencia universal estamos hechos.
Habría que
pensar en depurar tanto mal hecho los unos a los otros sin la demagogia de las
diferentes clases sociales existentes. Porque aunque no lo veamos siguen
existiendo los patricios y los plebeyos. Y la plebe es la que muere de
cualquier forma sin importarle a casi nadie.
La cicuta,
también ahora se ordena beber a los que vemos más de lo que se debe ver. Aun
así los poetas seguimos escribiendo lo que nos estremece las entrañas porque nuestra esencia es nuestra palabra.
ESENCIA DE LA
TIERRA
Me quedé
frente a la mar mirando el oleaje
como se queda
un barco encallado en la arena.
Me quedé
con la monotonía de la lluvia
vaciando de
recuerdos la memoria.
Tocaba una
campana insistente en altamar
y un gato vagabundo
se afilaba las uñas
en el muñón
de un tronco de palmera.
A lo lejos se
vislumbraban luces remotas
de viviendas.
Traía el aire aroma de fruta
podrida
vaciadas en el vientre del mar.
Sobre las
ruinas de una torre volaban
murciélagos
hasta los viejos mascarones
de
barcas sepultadas sin redes y sin peces.
Surgían en el cielo estrellas como alfileres
de novia sobre el velo del mar.
Todo se quedó
en silencio.
En el faro se
desvistió de sombras la luna
mientras en
los acantilados las aves se dormían…
Subía la
marea: flotaba en ella un periódico
con la
noticia triste de una muerte violenta.
Junto a
manzanas y limones, en la enagua
que nadie
reclamaba.
Ataviada de
luto y tristeza se lo puso la arena.
Se elevaban
llamas de hogueras en la noche.
Llegaba por
el aire olor a sardinas asadas
y voces de
gentes sentadas a la orilla del mar.
Procedente de
los montes se aspiraban aromas
de resinas.
En la playa los vientos furiosos
gemían ante
el naufragio de una virgen mestiza.
Virgen
buceadora de sueños que se quebró
en las rocas
olvidada y sin nombre.
La besaban
las olas. La lloraban los ríos.
Resonaban
lamentos en las tumbas anónimas
custodiadas
de algas. Lloraba el mar.
Lloraba y
nadie lo escuchaba. Lloraba el viento
Natividad Cepeda
Publicado en Diario Lanza, marzo 2014-Ciudad Real- España
Arte digital: N. Cepeda
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