En Tomelloso, abril se llama romería. Abrazo
fraternal, orientación que vuela desde los mástiles del cielo, golondrinas que
de repente se acurrucan en sus nidos. Y el buceo del alma cuando reza con el
escepticismo de la bruma diaria. O ese parpadeo que casi desmorona cuando
tiendes las manos y estrechas al ausente y vienen en ese abrazo todas las luces
cayéndonos en la superficie invisible de lo que no se olvida, como la mariposa
que encendían los mayores para alumbrar senderos de los que se marcharon para
que con su luz, no se olvidaran nunca de este pueblo tendido en la llanura
horizontal y bravo.
Lampadario de hoy, los jóvenes vestidos con chándal y
deportivas introducen monedas y se encienden una tras otra lucecitas, esperanza
sin límites que crepita y no hiere, o es quizá esa fe que late a pesar de toda la incidencia de ser todos
tan materialistas. Fe ignorada muchas veces, pero que cae perpendicular sobre
uno mismo, sobre la ruta que converge en esa romería que aguardamos año tras
año, y existe una estrella interior que señala la ruta para los que ese
perdieron y regresan. Para todos aquellos que dejaron su mirada en el paisaje,
en el sol que les cruza la génesis del misterio inviolable y certero de que
pertenecemos a esta tierra sin más.
Abril nos coge en su espiral, tiene
umbrales de ansia cual suspiro
abandonado sobre el rojo crepúsculo de cadera rosada que el vidrio intocado de
la tarde nos desliza en los ojos. Nos detiene, nos conjuga su tacto y nos
irrumpe como un dulce viento sobre el corazón. La sombra de los pinos canta,
duda, se mecen sus agujas y a mí se me abre en
el alma un rictus y no quiero rebuscar en el rumor del aire nada. Todo
se va quedando exacto en su ascensión, la añoranza se funde con los muros del
santuario de Pinilla, vienen voces, aguardan sobre la cruz tallada en la
techumbre, hasta las manos sube el calor en ese justo hueco que yo retengo en
ellas.
Como una
flor silvestre en mis labios cerrados se alza la oración tantos nombres, tantos
rostros amados. ¡Ay. Virgen de las Viñas! aquí estamos tú y yo. Un silencio de
luna va rodeando los campos. Tú sabes Virgencita que en esta romería me falta
mucha gente. Los niños risa fresca me miran con ojos de azabache, en sus
miradas se funde el pasado y el presente. ¿Acaso estos niños somos todos
nosotros que de verdad no hemos crecido? Un niño que nos mira y sonríe es el
perdón de Dios a pesar de tanto desatino. Un niño frente al cielo cuando muere
la tarde es la vida que aún se multiplica, ellos son el mañana de otras
romerías. El tiempo, nuestro tiempo no existiría sin ellos. Cuantos niños
crecieron fuera de Tomelloso y regresan hoy hombres. Cuantos niños que nacen
lejos del santuario vendrán después a él. Niños de padres ausentes de su
pueblo. De padres que retornan sin hacer el balance de por qué ese regreso
cuando termina abril.
Tradición de
la que no se habla, que a veces ocultamos entre los pliegues de esta
civilización racionalista que no quiere pensar y se queda atrapada en lo
mediocre de la contradicción. Pero la libertad es amor y es regreso a esa
ilimitación que aceptamos sin renegar de lo que somos, movimiento que encarna
nuestro ser en la historia más íntima y más nuestra. Manifiesto incansable de
buscar los orígenes de la vida y la muerte, de lo imaginario y de la realidad
de esta antropología moderna. Pero todavía es el tiempo de anticipar esa vuelta
a uno mismo y señalar la ruta por la que regresamos, o a la que desde épocas remotas pertenecemos.
Sabemos que podemos dejar nuestra herencia de pueblo, esparcido por ciudades
distintas, pero sin olvidar nuestra procedencia.
De donde se
encarnó la palabra con su arcaísmo tránsfuga
de un lenguaje urbano.
Un niño necesita conocer la palabra y su origen, y necesita
tener antepasados conocer los lugares de los que allí le aguardan o reposan.
Conocer esa estirpe a la que pertenece frente a la pluralidad que descompone
los valores de lo individual.
Que ningún
niño ausente se nos pierda en ese laberinto sin tradición ni historia.
Los niños
necesitan conocer el pasado, la sangre que creció a la intemperie, rota,
fuerte, esparcida y, si queréis, ausente, pero aun así nuestra, suya, himno de
milagro que siempre será auténtico. Un hombre sin un pueblo no es nada se
convierte en un ente que camina sin
saber dónde va.
Abril en romería es la llamada que nos
une y agrupa, es sucesión amorosa de volver y encontrarnos, es inexorable
fuerza de la determinación del quehacer inmediato con su imagen más pura y
genuina.
Tomelloso es un pueblo que sigue dando
hijos para tenerlos lejos, para que recordemos al margen de la edad tanto
ausente querido, pero la libertad es eso desprendernos de aquello que amamos y
esperar calladamente sin tener nuestras
casas ni una puerta cerrada, ni un cerrojo clavado. Todos caben por las puertas
del alma, todos pueden pasar. Que no me diga nadie que los tomelloseros no
sabemos amar a los que no lo son. Que nadie certifique que aquellos que
estuvieron viviendo en Tomelloso no lo recuerdan y volverán a él, porque sobre
el dorso oscuro de esta tierra manchega sabemos ofrecer pan, vino y posada. Esa
manera nuestra de acoger, nos la legaron
nuestros antepasados que sin conocerlos nos hicieron tal cual.
Cuantas fotos
en silencio nos hablan a todos de
romerías. Una fotografía nos recuerda la plática que detesta discursos. EL
lenguaje del grupo se nos viene a la mente, escenas familiares, rostros con
nombres propios, y al mirarlas vas diciendo al niño, o al hijo que ha crecido
la historia individual de los que desde la cartulina son romeros de una romería
que ya no volverá.
Pero todo renace, el encuentro prosigue,
la palabra comienza a fluir, el romero hace planes. ¿Qué hacemos este año?
¿Quién vendrá? ¿Con quienes comeremos?
Compra pronto la carne. La carne sobre todo de cordero manchego. Y al
escuchar la frase vuelven los recuerdos de quien nos la enseñó a guisarla, a
darle el punto justo… Se prepara la fiesta y se invita a los amigos de otros muchos pueblos, y siempre hay quién
pregunta que si para la romería vendrá la familia que está ausente. Sabemos que
ese domingo único por la calle encontraremos a tantos conocidos, en Pinilla
apenas si cabemos.
Con la certeza sonámbula de que te falta
alguien, acoges, vives la romería. ¡Oh Virgen de las Viñas que hermosísima
eres! Los remolques engalanados de ramas
verdes desfilarán tan llenos de muchachos, y un cura, a paso ligero, vendrá
acompañando a la Virgen
en medio de la gente, igual que aquellos otros que este año también están
ausentes, y otros años venían con la gente, que andando carretera adelante portan
las andas voceando vivas y piropos a la Patrona , hasta desembocar en la calle
Socuéllamos y seguir a la plaza de
España toda repleta de gente apiñada. Tomelloso es así, quiere verte venir, nuestra
Virgen viñera. Mi Patrona querida, ahora somos ya muchos los que a Ti rezamos e invocamos como Madre del cielo y
Madre protectora.
Romería de
abril en algún calendario se señala el último domingo y se susurra recordando
hacia adentro…Ahora en mi pueblo sonarán las campanas repicando alegría
mientras pasa la Virgen
de la plaza a la iglesia. Es un tomellosero ausente que revive la escena.
Romero en la distancia que reza sin saberlo.
Romeros de abril, San Marcos y la Virgen de las Viñas, venid
hasta Pinilla, llegad como vencejos con las alas al viento de los brazos en
cruz y acortar las distancias, Tomelloso en abril sólo tiene una fecha, vivir
la romería, hasta con los que se marcharon y hasta con los que por
circunstancias personales no pueden venir a celebrarla.
Romeros sin condiciones ni clase,
obreros del andamio, del volante, del despacho, de las fábricas, del que porta
los libros, del artista, del jubilado, del ama de casa y de la peluquera, del
médico, del bedel, de la recepcionista, del viticultor y el melonero, del gañán
de antaño y del agricultor de hoy, del bodeguero y el ceramista, del informático
y el barrendero que acuden a la cita. Un pueblo con María de las Viñas. Sin reservas, se invita a
que vengan a ver desfilar las reatas de mulas engalanadas y carros pintados con
esmero, orgullo de carreros y al mostrarlo, ponen en su corazón la inmensidad enorme que tiene
la llanura. Invitan a gachas, al festín, al escándalo espiritual de la
primavera junto a su religión por donde
la vida fluye. Romeros, que vibran desde
la noche del viernes portando antorchas para la procesión alrededor del
santuario. Romeros confundidos entre las casetas de asados, vinos y cervezas en mitad de la música y el
jolgorio hasta pasada la media noche y el sueño rinde. El domingo, en la
explanada la misa de campaña, confundida la plegaria con los ruidos de la
romería profana y festiva. Y a las cinco repican las campanas del santuario,
sale la Virgen con su niño chatillo balanceando los racimos de sus manos al son
de las campanillas de plata de las andas. Y el plástico, doblado y dispuesto,
porque la lluvia casi siempre bautiza a los romeros, a las mulas y a las
carrozas artísticas, y a las otras de verde. El agua besa a los tomelloseros en
las aceras y en la plaza que aguardan la llegada de la Virgen alta y guapa como
madre resuelta mostrándonos a su divino niño en su brazo. Y el desfile de
trajes viñeros y manchegos, los bailes folclóricos delante del ayuntamiento
presidido por la alcaldesa perpetua, la Virgen de la Viñas: la traca final y
las campanas de la iglesia tañendo alto y claro recibiendo a la Señora entrar
en el templo abarrotado de tomelloseros. Así, año tras año, despedimos a abril
con agua o con sol, con viento o con nublado; no importa si el día es
desapacible. Lo único importante es celebrar la romería de la Virgen de las
Viñas año tras año. Cuando la noche
reina en Tomelloso el silencio lo envuelve con su manto y se duerme deprisa
porque amanece el lunes y hay que volver al trabajo.
Natividad Cepeda
Arte digital: N. Cepeda
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