sábado, 6 de octubre de 2012

Aquél último sábado de septiembre


                                         


        Apenas el reloj marcaba las cuatro de la tarde cuando el coche corría veloz por la autovía. Arriba crecían las nubes formando montañas amenazando lluvia.  Todo era nuevo, incluso la vendimia  mojada de las cepas; el agua nos es tan necesaria que hasta la bendecimos en el templo de Dios y en los templos profanos. El aire olía a uvas fermentadas camino del milagro del vino. Apenas si quedaba donde sentarse cuando pasé al templo: un coro de voces femeninas entonaba con fuerza canciones acompañadas de guitarras que me hicieron recordar aquellos grupos de los años 70 de Jarcha, Aguaviva, Mocedades… Sentí que la tarde detenía su marcha para sentarse junto a mí como si el tiempo no existiera.  Golpeaba mi pecho el corazón con su batería de latidos trayendo desde los últimos recuerdos memoria de otros septiembres del pasado.
                                                                                                              
Despertaban aromas de tierra y frutas jamás olvidadas pegadas a mi piel, sutil corteza invisible de la no me he desprendido desde mi nacimiento. Olía el templo a flores frescas y a cera derretida, mientras desde la calle llegaba el abrazo húmedo de las paredes caladas por la lluvia. Las guitarras me evocaban aquello que cantábamos de Libertad sin ira,  esperanzados y seguros de que el futuro sería siempre un camino empapado de la hermosa pasión de la vida. La tarde insistía en recordarme viejas ilusiones con incongruencias actuales. Estaba asistiendo a un acto de fe y entrega personal,  invitada por una congregación religiosa de monjas de clausura y por esa causa no podía asistir al acto de reconocimiento de un escritor al que en su recuerdo y memoria le rendían homenaje poniendo su nombre a la Universidad Popular de Argamasilla de Alba. Precisamente a un hombre nacido en Manzanares donde yo me encontraba: Pascual Antonio Beño Galiana, poeta, narrador y periodista que se dolía de que no se le tenía en cuenta en ese pueblo que él había elegido por suyo, por amor a su mujer, y por amor a la obra literaria Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes.

Pascual Antonio Beño, poeta incandescente, triste como todos los poetas auténticos, así lo recuerdo en nuestro último encuentro. Deuda pagada con el escritor y algo tarde para el hombre que se marchó sin haberlo vivido. Misterio de la vida y la muerte que caminan unidas. Pensé, en mi ignorancia, que podría llegar al homenaje aunque fuera algo tarde, pero no fue posible. También para la misma tarde había recibido enviada por el escritor y poeta Dionisio Cañas, invitación para  un acto de protesta y denuncia en defensa de la sanidad y educación pública  en Tomelloso…
                                                                                                               
Sobre la tarde caía la mirada de Dios con soplo de campanas y oraciones acompañando a Nina Cittilappilly que tomaba el hábito de monja Concepcionista Franciscana Descalza, cambiando su nombre por el de Sor María Inmaculada, como novicia del Monasterio Santísimo Sacramento de Manzanares. Por las laderas de la tarde se asomaba el sol entrando hasta el altar mayor donde Nina, vestida de blanco y cubierta su cabeza con un velo blanco, acompañada de la Madre Mercedes,  superiora del convento, decía sí a la llamada de Cristo para participar con Él en su misión de amor y liberación. El Visitador Episcopal, don Miguel Ángel Angora Mazuecos, preguntaba a la joven Nina con la palabras del ritual, mientras Madre Mercedes, le quitaba el velo blanco quedando al descubierto el largo pelo negro de la joven profesa.                                                                 
Muy leve, un vientecillo se filtro por entre los asistentes, que en silencio asistían a la ceremonia, parpadearon las velas temblando de emoción cuando las tijeras empezaron a cortar el pelo de Nina fundiéndose en todos los que asistíamos una profunda emoción. Dulce llama de amor ardía en la mirada limpia de la joven mujer que sonreía… Se calló la tijera y todos quedamos gratamente sorprendidos al ver que el pelo descansaba sobre los hombros de Nina, y comprendimos que lo que se ve en las películas sobre la religión católica no siempre es veraz. 
        De regreso a Tomelloso, fuera de la autovía, llegaban algunos remolques cargados de uvas a descargarlos en las cooperativas. Y recordé que según las crónicas medievales, el territorio cristiano se conocía porque eran campos de viñas. Vid para el sacramento del vino y trigo para el sacramento del pan: símbolos del cuerpo y sangre de Cristo, legado que nos ha precedido. Mi herencia de fe que me ha enseñado a respetar a los demás.  Empezó a llover mansamente haciendo correr a los emigrantes y parados, que sin paraguas, van desde la plaza deambulando por las calles de los pueblos en busca de trabajo. Y en el canto del agua escuchaba  aquello que en mi juventud cantaba… Pero yo sólo he visto gente/ que sufre y calla. / Dolor y miedo. / Gente que sólo dese su pan, /su hembra y su hombre en paz. / Libertad, libertad… Desencanto y dudas de prosperar se ha llevado septiembre, inconsecuencia de los políticos  es la situación actual.


                                                                                       

                                                                                              Natividad Cepeda       



 Fotografïa: Arte digital N. Cepeda