Apenas el reloj marcaba las cuatro de la tarde cuando el coche corría
veloz por la autovía. Arriba crecían las nubes formando montañas amenazando
lluvia. Todo era nuevo, incluso la
vendimia mojada de las cepas; el agua
nos es tan necesaria que hasta la bendecimos en el templo de Dios y en los
templos profanos. El aire olía a uvas fermentadas camino del milagro del vino.
Apenas si quedaba donde sentarse cuando pasé al templo: un coro de voces
femeninas entonaba con fuerza canciones acompañadas de guitarras que me
hicieron recordar aquellos grupos de los años 70 de Jarcha, Aguaviva,
Mocedades… Sentí que la tarde detenía su marcha para sentarse junto a mí como
si el tiempo no existiera. Golpeaba mi
pecho el corazón con su batería de latidos trayendo desde los últimos recuerdos
memoria de otros septiembres del pasado.
Despertaban aromas de tierra y frutas
jamás olvidadas pegadas a mi piel, sutil corteza invisible de la no me he desprendido
desde mi nacimiento. Olía el templo a flores frescas y a cera derretida,
mientras desde la calle llegaba el abrazo húmedo de las paredes caladas por la
lluvia. Las guitarras me evocaban aquello que cantábamos de Libertad sin ira, esperanzados y seguros de que el futuro sería
siempre un camino empapado de la hermosa pasión de la vida. La tarde insistía
en recordarme viejas ilusiones con incongruencias actuales. Estaba asistiendo a
un acto de fe y entrega personal,
invitada por una congregación religiosa de monjas de clausura y por esa
causa no podía asistir al acto de reconocimiento de un escritor al que en su
recuerdo y memoria le rendían homenaje poniendo su nombre a la Universidad
Popular de Argamasilla de Alba. Precisamente a un hombre nacido en Manzanares
donde yo me encontraba: Pascual Antonio Beño Galiana, poeta, narrador y
periodista que se dolía de que no se le tenía en cuenta en ese pueblo que él
había elegido por suyo, por amor a su mujer, y por amor a la obra literaria Don
Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes.
Pascual Antonio Beño, poeta
incandescente, triste como todos los poetas auténticos, así lo recuerdo en
nuestro último encuentro. Deuda pagada con el escritor y algo tarde para el
hombre que se marchó sin haberlo vivido. Misterio de la vida y la muerte que
caminan unidas. Pensé, en mi ignorancia, que podría llegar al homenaje aunque
fuera algo tarde, pero no fue posible. También para la misma tarde había
recibido enviada por el escritor y poeta Dionisio Cañas, invitación para un acto de protesta y denuncia en defensa de
la sanidad y educación pública en
Tomelloso…
Sobre la tarde caía la mirada de Dios con
soplo de campanas y oraciones acompañando a Nina Cittilappilly que tomaba el
hábito de monja Concepcionista Franciscana Descalza, cambiando su nombre por el
de Sor María Inmaculada, como novicia del Monasterio Santísimo Sacramento de
Manzanares. Por las laderas de la tarde se asomaba el sol entrando hasta el
altar mayor donde Nina, vestida de blanco y cubierta su cabeza con un velo
blanco, acompañada de la Madre Mercedes,
superiora del convento, decía sí a la llamada de Cristo para participar
con Él en su misión de amor y liberación. El Visitador Episcopal, don Miguel
Ángel Angora Mazuecos, preguntaba a la joven Nina con la palabras del ritual,
mientras Madre Mercedes, le quitaba el velo blanco quedando al descubierto el
largo pelo negro de la joven profesa.
Muy leve, un vientecillo se filtro por
entre los asistentes, que en silencio asistían a la ceremonia, parpadearon las
velas temblando de emoción cuando las tijeras empezaron a cortar el pelo de
Nina fundiéndose en todos los que asistíamos una profunda emoción. Dulce llama
de amor ardía en la mirada limpia de la joven mujer que sonreía… Se calló la
tijera y todos quedamos gratamente sorprendidos al ver que el pelo descansaba
sobre los hombros de Nina, y comprendimos que lo que se ve en las películas
sobre la religión católica no siempre es veraz.
De regreso a Tomelloso, fuera
de la autovía, llegaban algunos remolques cargados de uvas a descargarlos en
las cooperativas. Y recordé que según las crónicas medievales, el territorio
cristiano se conocía porque eran campos de viñas. Vid para el sacramento del
vino y trigo para el sacramento del pan: símbolos del cuerpo y sangre de Cristo,
legado que nos ha precedido. Mi herencia de fe que me ha enseñado a respetar a
los demás. Empezó a llover mansamente
haciendo correr a los emigrantes y parados, que sin paraguas, van desde la
plaza deambulando por las calles de los pueblos en busca de trabajo. Y en el
canto del agua escuchaba aquello que en
mi juventud cantaba… Pero yo sólo he visto gente/ que sufre y calla. / Dolor y
miedo. / Gente que sólo dese su pan, /su hembra y su hombre en paz. / Libertad,
libertad… Desencanto y dudas de prosperar se ha llevado
septiembre, inconsecuencia de los políticos
es la situación actual.
Natividad Cepeda
Fotografïa: Arte digital N. Cepeda
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