domingo, 25 de octubre de 2015

Murieron en octubre


Murieron en octubre cuando tenían los ojos soñadores igual que las ventanas de los ríos cuando salen al mar y se zambullen entre corales y peces de océanos lejanos.
Tenían ese día en los labios llamaradas de risas y pasiones de esperanzas, de fuegos venidos desde adentro  igual que el magma de la tierra.
Tenían en esas horas regatos de agua dulce donde saciar la carne dolorida de fracasos y heridas…
Tenían la vida por sus venas con sus fracasos de cada nuevo día y el bosque donde volar pájaros sin alas, porque los hijos, nuestros hijos, los que todas las mujeres acunamos son los que llevan alas, las nuestras, y las de todos los hombres que salen del vientre de la que entrega vida cuando pare.
Tenían la inacabada idea de vivir a pesar de las sombras de la duda, a pesar de las equivocaciones y los golpes, a pesar del error de haberlos conocidos cuando inesperadamente una tormenta de sangre y de tragedia  las dejó  sin respuesta y sin quejas.
Tenían a los jueces y a los magistrados, a los delegados y a las asociaciones, a los publicitarios y a las cadenas de televisión acuñando eslóganes inútiles en campañas, donde esconder la afrenta de las muertes anteriores toda la cobardía de no cambiar sentencias con palabras edulcoradas envueltas en progreso, libertad y avances diferentes a los de antaño, a los que no sirvieron, ni sirven para nada:
Todos los que  acabaron con otras muchas vidas… y en ese universo resbaladizo y lleno de vaguedad y esnobismo se quedaron rajadas,
muertas en este octubre español las mujeres asesinadas,  como otras mujeres en el mundo, con velas y flores en aceras, con zapatos pintados de rojo y sin respuesta para tanta violencia ejercida en ellas, y sensibilidad  para sus asesinos, cuando salen con las caras tapadas para que no descubramos el rostro  que se oculta detrás de capuchas y gorros, de bufandas y cuellos alzados… Ellos lo tienen todo y ellas, las mujeres que ha muerto y mueren, el olvido.
Mañana, cuando alguna otra muera a manos de verdugos socialmente tratados con leyes de seda y condenas de risa, mañana la vergüenza de ser libres se volverá pequeña, invisible, asquerosamente inservible como ahora cuando mueren mujeres en el mundo y en España, y las leyes no las cambian.
Hoy ya no hay llantos, solo voces de un día y el silencio en las tumbas de las que ya no volverán a ver la vida.


                                                                                                  Natividad Cepeda   
Arte digital: N. Cepeda 

sábado, 24 de octubre de 2015

El macho rojo del abuelo 2º

Al abuelo todos le decían que no me engarabitara a lo alto de aquél animal tan loco, pero yo pedía a Dios, (a mi Dios particular, que era un niño rubio vestido con una túnica de mangas muy anchas y el pelo largo hasta los hombros) que el abuelo no les escuchara Mi niño Dios tenía sus manos juntas y la mirada elevada a un cielo que estaba por encima de sus bucles rubios. Aquél cielo no tenía estrellas, estaba poblado de flores blancas. Unas flores muy raras que yo no había visto en ningún jardín. A mi madre ese cuadro le recordaba su primera comunión, porque fue ese día cuando le regalaron la estampa con un Dios niño sin sangre ni lágrimas y sombra de cruz. A mí me gustaba aquella estampa de Dios más que las otras de las cruces tristes y con tanta sangre. Además, si él tenía un cielo por donde nacían flores tenía que ser un Dios soñador, y yo estaba segura que a él también le gustaría montar en el macho Rojo y besar su cabeza grande cuando para no caerme me abrazaba a su cuello.
Tía Julia y  tía Benigna me contaban que Dios cuando era niño le gustaba jugar con el barro, lo mismo que yo, y con sus manos hacía pájaros y burritos, gatos y perros, hasta gallinas, y luego soplaba sobre ellos y, todos los animales de barro se movían. A eso, ellas lo llamaban milagros, y me decían que las personas muy buenas también podían hacer milagros. A esas personas ellas las llamaban santos. Yo, muchos días era muy buena y le pedía a tía Julia que me hiciera pajaritas de papel y ranas, luego me salía al patio de las plantas y las ponía todas encima del arriate donde crecían muchas flores de colores, entonces les soplaba muy fuerte al mismo tiempo que cerraba los ojos, y esperaba un rato para que se hiciera el milagro. Esperaba muy quieta y calladita, pero como no escuchaba nada yo me temía que las pajaritas y las ranas no eran de verdad. Me daba mucho miedo comprobar que si el milagro no se hacía era porque yo no era buena, y aquello me daba mucho miedo.  No porque Dios me castigara, yo sabía que mi Dios rubio y con un cielo lleno de flores no me podía castigar, como mucho, no juntarse conmigo, y sobre todo, no dejar que yo pudiera hacer milagros. Siempre pasaba lo mismo las pajaritas no volaban y las ranas no croaban. Por eso,  como yo no era buena las estrujaba entre mis manos enfadadas porque sólo eran de papel.
 Tía Julia cuando me veía hacerlo me decía que todas las cosas tienen alma y que no tenía que destruir nada. Las pajaritas de papel y las ranas si las dejas vivir contigo, y tú juegas con ellas, cuando duermes ellas se van al cielo y juegan con Dios. Me decía tía Julia. ¿De verdad, de verdad de la buena, que eso ocurre? Claro que sí, refunfuñaba tía Benigna que sonreía un poco menos que tía Julia. Yo las miraba primero a una y luego a la otra, no sé por qué, a ellas sí se les iban sus pajaritas al cielo, y las mías continuaban sin volar por las mañanas. Pero las tías eran buenas, tan buenas que tenían hasta pan bendito de San Antonio. Cuando a mí me dolía la tripa sin saber la causa, ellas sacaban de la taquilla pan duro de San Antonio  y me enseñaban a comerlo a bocaditos  pequeños. Tenía que masticarlo despacio muy despacio, y mientras tanto ellas y yo rezábamos al santo para que su pan me curara. Al rato ya no me dolía nada el vientre - así llamaban ellas a la tripa- y es que aquél pan duro de san Antonio sabía mejor que otros panes. Por algo san Antonio era santo.
El abuelo también tenía sus santos amigos, y hasta vivían con él, eran San José y el niño. El niño Jesús de San José siempre estaba cogido a su mano, y era igual que el niño de la estampa de la comunión de mamá. Solo que ese niño no miraba al cielo de las flores, miraba al rostro de su padre, que era san José. A mí, me parecía que en vez de ser su padre, san José, parecía  su abuelo. Mi papá no era tan viejo, pero el abuelo decía que los dos, san José y el niño, se llevaban muy bien, y que ellos también tenían una burra como la nuestra.
A mí, aquello de que mi Dios subiera en burra, como yo en el macho, me hacía quererlo. Tanto lo quería que cuando no me veía nadie abría la puerta de cristal de la urna y le daba al niño un beso en los pies  porque a su cara no alcanzaba. Dios era más alto que yo.
El abuelo se levantaba de noche, antes de desayunar se iba a la habitación del Santo y se ponía de rodillas con la cabeza baja y los brazos caídos junto al cuerpo, no decía nada, nada, y así pasaba  un rato grande. Yo cuando me cansaba de dormir me levantaba de la cama sin hacer ruido y  llegaba hasta donde el abuelo hablaba con su santo. Me ponía de rodillas y tocaba un poco la mano del  abuelo, él no se movía pero yo sabía que a él le gustaba y al Santo también, porque los dos se reían por lo bajo, y el niño también apretaba la mano de su padre porque la manga ancha de la túnica se movía. Yo no me cansaba de estar allí con el abuelo, se me olvidaba el frío del suelo en mis rodillas y cuando el abuelo se santiguaba tres veces y se levantaba y se volvía a arrodillar otras tres veces, entonces el niño Jesús dejaba de apretar la mano de su padre y yo me levantaba y salía corriendo otra vez a mi cama.




                                                                                     Natividad Cepeda





Publicado en Almagre literario.
Arte digital: N. Cepeda

EL MACHO ROJO DEL ABUELO

                                  
                                      Octubre había llegado trayendo agua del cielo. Se quejaba la gente porque todavía  quedaban días de vendimia. Cuando pasaban los carros al pueblo traían las ruedas llenas de barro y las mulas se veían fatigadas de tirar con la carga por los caminos.
Yo esperaba en la portada, sentada en el poyete pequeño del centro, hecha un cucunete, apoyada la cara en mis manos con la vista fija en la entrada de la calle para ver aparecer el carro del abuelo con sus mulas y el macho rojo. Antes de verlo sabía que venía por su voz saludando a los vecinos. El abuelo era simpático y soportaba las bromas de los conocidos con una sonrisa en sus finos labios. Sin embargo, si lo miraba a los ojos, en ocasiones, me parecía ver que se le vidriaban y parecían tristes y apagados. Pero eso la gente no lo veía porque él no quería que nadie supiera lo que sentía.
El abuelo era pequeño de estatura, delgado y moreno, a mi me parecía que sus piernas y sus brazos eran de goma, pero de una goma muy fuerte porque cuando me elevaba en sus brazos yo volaba y me sentía segura.  Cuando el carro se paraba delante de la lumbrera de casa lo asejaban  pa tras, eso decía Nicanor, que era uno de los pisadores, y cuando ya lo tenían bien centrado en la boca de la lumbrera, desataban la lona y la ataban con cuerdas a la los clavos grandes de la pared dejando deslizarse el mosto hasta el fondo del jaraíz, que estaba en lo profundo de la cueva.
Yo tenía prohibido asomarme a la lumbrera, por si me caía, pero casi siempre conseguía extender mis manos hasta el chorro de mosto y beber  luego de ellas. El mosto así era  más rico, y además escuchaba el sonido  brusco y profundo que hacía el mosto al estrellarse en el piso de cemento del jaraíz. Enseguida resbalaban las uvas con un estruendo de golpe amortiguado.
Cuando el mosto caía  sonaba igual que una catarata que se despeña por un barranco, y yo soñaba que era el mosto brincando del carro a la cueva en plena libertad fuera de la lona. Cuando me descubrían con mis manos extendidas bañadas por el mosto y mi pequeño cuerpo protegido por el muro frágil de la lona. Al verme las mujeres elevaban gritos de miedo por si me asustaban y perdía el equilibrio y los pisadores daban fuertes voces pidiendo que me  retiraran de allí;  el abuelo, con su sonrisa cómplice, me  cogía en volandas y me subía en el lomo del macho rojo para pasar por la portada balanceándome en su grupa hasta llegar a la cuadra. Una vez allí, el abuelo me cogía en sus brazos y yo besaba al macho rojo muy cerca de sus grandes y enormes ojos. Entonces el macho movía sus orejas y su cola, y lanzaba por los enormes agujeros de su nariz un aire muy caliente que me lavaba la cara pegajosa de mosto.
       La familia decía que el abuelo estaba loco por dejarme hacer todo aquello, pero a mí me encantaba. Luego, cuando el abuelo depositaba en los pesebres paja y cebada  para las mulas, el macho y la burra blanca y gris, me cogía por la cintura y me enseñaba a revolver con mis manos la paja y la cebada.
 También me dejaba sostener con él, el cubo de agua del que bebían los animales, y jamás sentí miedo entre sus patas y sus bufidos. El abuelo me decía que los animales conocen a quien los quieren y que son mejor que muchas personas.
 El abuelo cogía la rascadera y pasaba una y otra vez sus manos delgadas y nervudas por el cuerpo de cada uno de ellos.  Los recorría desde  la cerviz  al rabo, y mientras lo hacía les hablaba como si ellos lo entendieran. Los peones y los gañanes decían que el macho rojo era un macho loco.
Lo llamaban coloraó, y se ponían a distancia de él porque lanzaba muchas coces al aire, y por si acaso alguna se perdía y les llegaba a ellos se ponían a buen recaudo de sus patas. Mi padre contaba que cuando lo compraron  una tarde que él estaba arando en la tierra de Pinilla con un garabato, el macho Rojo se encolerizó y salió corriendo con garabato y todo, y así llegó hasta el pueblo. Parece que fue todo un suceso. También un gran disgusto con sofocación por parte de mi padre. Mi padre también afirmaba que el macho Rojo era un animal muy valiente. Todos conocían la gran predilección del abuelo por su macho, y a mí  me hacía soñar siempre que el abuelo me subía a su grupa desnuda de atalajes.

Yo era muy poca cosa allí arriba abrazada a su cabeza en ocasiones, y en otras, erguida, asiéndome a su pelo basto y rojo como si fuera una heroína que habitaba un castillo










Publicado en el libro Almagre Literario:  ...continuará la narración


                                                                                                                       Natividad Cepeda
Arte digital: N. Cepeda

lunes, 19 de octubre de 2015

No es verdad que todo vale

               
 Pensar es muy peligroso. Tan nocivo que nos lleva a no construir una crítica  serena de la realidad. Y la realidad actual tiene muchas vertientes para ser analizada desde una reflexión  de lo que es razonable y de todo aquello que no lo es.
Hoy por hoy muchas mujeres siguen  siendo invisibles en campos sociales a las que se le omite precisamente por ser mujeres. Y por aquello de no sentirse excluida casi nadie lo reconoce y admite. Seguimos celebrando pobremente días dedicados a la mujer como señuelos de feria o premios de consolación. Lástima que no se celebren días dedicados a los hombres rurales, escritores, amos de casa… viudos. Sí, viudos porque cuando un hombre queda viudo sigue cobrando la misma pensión que con su mujer viva, al contrario que las mujeres que cuando se quedan viudas cobran la mitad y a todos los estamentos sociales les parece bien. ¿Bien? esa situación injusta, terriblemente injusta e inmoral, discriminatoria y machista; ¿acaso la mujer viuda  no paga los mismos impuestos, el mismo recibo de luz, la misma tarifa de calefacción y necesita poner la lavadora, ver la televisión entre otras muchas necesidades que cuando vivía con su marido? A nadie parece importarle esas necesidades primarias.
Y nadie las denuncia y defiende. Tema soterrado y enterrado en las miserias de asociaciones y discursos progresistas y políticos. Las mujeres siguen siendo invisibles e ignoradas desde antologías poéticas de ayer y también en las de hoy, Y siguen estando consideradas inferiores ante las jubilaciones por citar dos ejemplos latentes y auténticos. Todavía somos inferiores frente a la sociedad patriarcal. Es una realidad tan viva que decirlo está mal visto. Ni feminismo ni machismo, términos manoseados y grandilocuentes que sirven para obviar lo feo de una sociedad.
La nuestra, la que hacemos día a día en el campo agrario y en las aulas, en los sectores empresariales y en los obreros. No quiero celebraciones, quiero justicia real desde la cultura, las profesiones liberales y manuales. Me moriré sin verlo.  Y no son culpables los hombres, somos culpables todos, la sociedad que se vende y la persona que se calla.
Nos invade una subcultura donde todo vale. Y no es verdad.
La ilustración trajo y luchó por combatir la ignorancia, la tiranía de los gobernantes y el miedo de la superstición. El consumo desenfrenado y el hedonismo  imperante busca tanto placer y bienestar sensorial que olvida la ética que nos hace avanzar en todos los campos de la vida.
Los esclavos bajaban la cabeza ante sus amos, hoy no alzamos la voz ante tanta injusticia y miseria vestidas de falsas esperanza y promesas.

                                        
                                                                                                        Natividad Cepeda

Arte digital: N. Cepeda


martes, 6 de octubre de 2015

Es vendimia y sobran brazos para cortar las uvas

                   
Se quedaron calladas las fábricas de alcohol de Tomelloso. Se callaron y el susurro del tiempo despeino, partícula a partícula su envoltura. Se marcharon, como se marcha la memoria de los muertos que nadie recuerda. Quedan algunos esqueletos de ellas. Quedan porque la piqueta de la locura colectiva de construir pisos las dejó por falta de recursos. Entre sus paredes hay cicatrices del esplendor de antaño. Perdieron el olor a vinazas y el olor del sudor de los que en ellas trabajaban. Primero fue el silencio, después las telarañas, el polvo, las hormigas, las moscas en verano y sin que nadie lo impidiera crecieron arbustos, hierbas, flores silvestres y yedra sempiterna tiritando de frío en los inviernos. Se desconchó la cal de las paredes y el tapial marrón y mágico se mostró en toda su belleza. Al pasar a su lado mirábamos sus torres de ladrillo alzadas a la altura de las nubes: aquellas chimeneas solitarias sin humo brotando por sus bocas. Las mirábamos como se miran las nubes y sin palabras después nos alejábamos sintiendo algo extraño en el fondo íntimo de las entrañas. Y de pronto se dijo que a las chimeneas había que protegerlas, igual que se protegen los retratos viejos de los museos nuevos a los que nadie va.  Nostalgia de la nada que sólo sirve para presumir de lo que ayer dio trabajo y se dejó extinguir.
Perdimos por ignorantes un sustento de sueldos de hombres y mujeres. Un ejercito de bodegueros, carretoneros, lieras, escribientes… Luego, hace escasamente poco, cuatro, tres, dos años   dieron cobijo a extranjeros, pobres emigrantes de escaso equipaje y bolsillos vacios de billetes. Eran un hervidero humano que entraban y salían por paredes caídas, por puertas achacosas y hasta por enormes agujeros en sus paredes que ellos, los emigrantes hacían cuando los desalojaban la policía, porque aseguraban  que era un foco de vender droga. Al final se demolió la fábrica y quedaron los muñones de las solitarias chimeneas, testigos mudos de un pasado que ya no volverá.

Ahora no sirven nada más que para mirarlas desde lejos: mudas, estáticas. Agujas de ladrillo varadas en el tiempo. Algunas de esas torres se han habilitado para que aniden las cigüeñas, tiene suerte; más suerte que los parias extranjeros.  ¿Y ellos?, aquellos que vinieron y los que han seguido llegando atraídos por la riqueza de los campos – falacia de mafias - ¿dónde cobijan sus huesos? Hay otros esqueletos de  cemento que  les sirven para  guarecerse del miedo de carecer de todo. Son naves industriales, abandonadas  por no estar terminadas, expropiadas por bancos con atroces hipotecas… En todas esas moles de castillos preñados de ambición inconclusa, duermen los emigrantes.
 Es vendimia y sobran brazos para cortar las uvas. Y hay necesidad en los de dentro y en los de fuera. Las gentes al verlos pasar se preguntan, ¿dé qué comen, de qué viven? Despacio, como a escondidas murmuran que de los robos en viviendas y campos. Sí, es una realidad que envuelve al pueblo y hace mirar desconfiadamente, y hasta  con miedo, a los que han llegado. Y no creo, que las chimeneas con trazas de obeliscos, les indiquen que han de regresar a sus hogares cuando el invierno les haga tiritar de frío en las naves industriales sin dueño y sin calor.        

                                                                                                                       
                                                                                                       Natividad Cepeda


Arte digital: N Cepeda
Publicado en Diario Lanza de Ciudad Real España


viernes, 2 de octubre de 2015

Dulcinea: amor del espíritu

La palabra siempre está viva y permanece. Sin literatura la belleza del alma estaría oculta. Y la obra literaria es una provocación que grita su autenticidad cuando al paso de los años se sigue buceando en ella.
Desde que el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha se publica en 1605 en la imprenta de Juan de la Cuesta por el editor Francisco de Robles, firmado por Miguel de Cervantes Saavedra, provoca en los lectores encuentros y desencuentros diversos, lo que indica, hasta siglos después, que la palabra escrita por Cervantes sigue vigente y viva. Y con ella los personajes que nos hacen evocar emociones difíciles de enumerar.
Dulcinea es la luz del Quijote, el polvo del aire y la piedra sagrada adonde orar y soñar sin edad y sin lugar, porque nace y vive del espíritu. Es la imagen sin mancha. La dama del medievo que puede encontrar el unicornio. La doncella que todo caballero sueña encontrar. Dulcinea es el amor que el poeta canta, el que el escritor anhela encontrar para su fama; y lo que el hombre quiso hallar en su ingenuidad primaria.
En esa línea que divide lo mortal de lo divino, Cervantes evoca a Dulcinea y la deja en el corazón del viejo caballero que sueña con alcanzar retos imposibles. Y ese reto es el amor. El amor de un antihéroe, que es don Quijote. Por eso cuando salva al desafortunado infante de nombre Andrés en el capítulo IV de la primera parte orgulloso de su hazaña le dice a Dulcinea:
“Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven sobre la tierra, ¡oh sobre las bellas Dulcinea del Toboso! pues te cupo en suerte tener sujeto y encendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan enamorado caballero como lo es y será Don Quijote de la Mancha”
Y he aquí que se encuentra con mercaderes toledanos que van camino de Murcia a los que don Quijote con voz y ademán arrogante dice:
Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.
Los mercaderes le piden que les muestre un retrato de tan singular mujer, aunque sea un retrato del tamaño de un grano de arroz, por si fuera tuerta de un ojo y del otro le manara bermellón y piedra azufre.

No le mana, canalla infame- respondió don Quijote encendido en cólera - no le mana digo, eso que decís, sino ámbar y algalia entre algodones; y no es tuerta ni concorvada, sino más derecha que un huso de Guadarrama. Pero vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad como es la de mi señora!
No hay en el Quijote ni una sola frase que esté escrita al azar. Miguel de Cervantes es un hombre de una amplia cultura, más, tampoco ignora que a veces hay que escribir en clave para protegerse de la censura y sus acusaciones, por lo atrevida que es siempre la ignorancia.
En todos los episodios del Quijote hay curiosas coincidencias; por ejemplo, el nombre de Toboso es también un adjetivo que significa -según la definición del Diccionario de la Lengua Española-, formado de piedra toba. Y toba -proviene del latín: tofus, piedra caliza, muy porosa y ligera. Con la piedra caliza los constructores medievales construyen las catedrales góticas. Gótico es espiritualidad que nos habla desde la piedra convertida en símbolos. Porque esoterismo es todo lo oculto. Todo lo que el ser humano iniciado en la perfección quiere encontrar: esa ansiada unión con el Todo.
Precisamente Dulcinea es un amor del espíritu, la exaltación del héroe llevada a creer y buscar una mujer inexistente, única por ser modelo de virtudes: emperatriz y doncella, es decir virgen, no manchada por hombre alguno.
Dulcinea del Toboso reina de un lugar mágico que a los ojos de los iniciados les parecerá el nombre de una aldea. Una aldea como otra cualquiera.
El Toboso, Dulcinea y Cervantes, suman el número tres. El tres desde el punto de vista de la geometría es el primer número existente, con él se forma el triángulo.
El tres es el símbolo del mundo de los fenómenos, y en el Quijote se sucede y encadenan fenómenos sin fin.
Cervantes y un gran amor que no puede ni quiere descubrir. Ama todo lo que rodea a la amada. Dulcinea mujer soñada. Mujer querida en silencio. Se enamora y por ello nace en él la admiración, más tarde la pasión y por último el amor idealizado hasta extremos novelescos.
¿O acaso todo novelista no es un fabulador que se esconde detrás de sus personajes?
Su personaje, Don Quijote, extravagante y atrevido, sí puede hacerlo.
Don Quijote ama a Dulcinea, tanto la admira que no quiere ocultarlo. Su pasión llega a querer rendir ante ella a todas las criaturas. Su Dulcinea no es una heroína belicosa, sensual o descarada. Dulcinea es más esbelta que un huso del Guadarrama, de ella mana algalia, -se refiere a un perfume hecho de almizcle y ámbar - y está entre algodones-; quiere decir al referirse que vive entre algodones que no pasa estrecheces, si no que vive con posición holgada, sin penurias.
Dulcinea es una beldad, Cervantes al definirla así, está afirmando que Dulcinea es notable por su mucha belleza. Y don Quijote la describe de hermosura sobrehumana: blancura de nieve, de alabastro su cuello, mármol su pecho, corales sus labios y dos rosas su mejillas, corales su labios y perlas sus dientes… Así son las tallas de los conventos y catedrales, las pinturas de los códices y las damas espirituales de todos los caballeros que mueren soñando con ellas. ¿Y sus ojos? Sus ojos son luz: dos soles que iluminan la existencia mostrando al caballero el camino infinito donde la muerte no tiene cabida.

Porque el espíritu no es materia y no perece. Misticismo del poeta, hijo de su momento y época. La vida no es grata, pero el alma es alta y vuela sin encontrar límites y encuentra la dulzura etérea de Dulcinea.
Dulce como la miel, suave cual pétalos de rosas, diáfana como el canto de las fuentes, como el correr del río entre fresnos y álamos…
Un huso del Guadarrama es Dulcinea: la que hila y teje, la que espera y es fiel, la que aguarda en su torre, en su casa… Y la Mancha es esa tierra por la que cruza el alma sin ataduras ni equipaje, sin fronteras ni montañas que impidan ver el horizonte…
Soñar, soñar, cuando la vida es fea, la vejez se acerca y el triunfo no llega. Volar en aras del amor, suyo, sin que nadie más lo vea.
Atisbar lo que se presiente en lugares sagrados, en lugares mágicos de una tierra que guarda misterios, leyendas, cuevas y almenas desmochadas, curanderas y sanadoras calladas, mientras tejen la lana y el lino…
Dulcinea de mirada soñadora en la pequeña aldea ignorada, bajo la paz de los granados y el roturar de campos labrados.
¿Quién no sueña cuando se ha pasado tanto tiempo en tierras herejes? ¿Cuándo se ha encontrado con garfios y argollas, cárceles y encierros, sinsabores en ventas y caminos…? Miguel de Cervantes sabe de todo eso y don Quijote no quiere morir sin soñar con su musa.
Un amor que no pesa es Dulcinea, que no mancha ni estorba, que se la conoce por su buen obrar, un tesoro de virtudes y discreción. Mito de leyenda engarzada en una aldea mítica El Toboso, tendida al sol entre el tañer de campanas y tolerancia de vecindad. Profana y religiosa en medio de una corte que se desmorona perdiendo poder y riqueza mientras, los místicos son encarcelados, perseguidos, y los trúhanes campan libres.
Pesa la vida en el escritor y también en el romántico Quijote.
Sin la melancolía en la que se sumerge el caballero no podría ver a su princesa. Tampoco a la aldea de nombre musical donde el agua surge y huye según el tiempo de lluvias o sequía.
Cervantes conoce la tierra de la que escribe. Conoce su gente con sueños imposibles, y su espíritu soñador a pesar de la pobreza y constante esfuerzo. Esquivias no está tan lejos y Catalina de Salazar es la mujer que siempre espera.
Por las plazas de aldeas y villas llegan haraposos juglares a cantar trovas, se sientan en los quicios de mesones, en los atrios de iglesias y conventos, recitan y ensalzan leyendas de viejas batallas y de amores palaciegos…y mientras son escuchados las gentes sueñan. Miguel de Cervantes conoce a esa gente y escribe. Cuando al amor de la lumbre un letrado lee, y los demás escuchan las aventuras de don Quijote y Dulcinea, todos se sienten protagonistas de la historia.
Por los caminos y veredas pasan arrieros, frailes, monjas y escribanos, mercaderes, rebaños y mozas casaderas que sueñan con ser princesas mientras rezan en la iglesia frente a la parpadeante luz de las velas. Dulcinea, Dulcinea, etérea y blanca como la nieve, como las vírgenes de los retablos, como los sueños que no se muestran.
Cabellos de oro, dientes de perlas, pecho de mármol, cuello de alabastro, así duermen las damas en los palacios, todas, menos la emperatriz de aquella aldea; y la mente vuela y el espíritu de Dulcinea se agranda y se expande como las nubes que cruzan raudas junto a las aves, como los pámpanos de las viñas en el otoño.
Alguna vez, frente a la tarde creo escuchar sus pasos: los pasos de los amantes. Cuando en el horizonte veo dos soles, pienso, que bien pueden ser sus ojos; sus miradas eternas y universales que me contemplan sin yo saberlo.




                                                                                               Natividad Cepeda




Ponencia del XII Congreso de la Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha sábado 18 de octubre de 2014 en El Toboso (Toledo)

Se ha presentado por parte del alcalde Marciano Ortega y la concejal de Cultura y Turismo, Pilar Arinero, el cartel y programa del XII Congreso de la Asociación de Escritores Castilla La Mancha a celebrar el próximo sábado 18 de octubre en El Toboso.
En el Congreso se desarrollarán trece ponencias con catorce escritores y poetas, con temas desde la historia de edificios toboseños, como poesía a Dulcinea, la música en el Quijote y presentación de nuevos documentos que relación, que vinculan más a Cervantes con El Toboso.
Participarán los poetas y escritoras como Francisco de la Torre-Diaz , Navitivad Cepeda, Alfredo Villaverde, Nicolás del Hierro, Juan Jiménez, Almudena Mestre, Luis F. Leal, Francisco Castañón, Tomás Perales, Miguela del Burgo, Antonio Herrera, Francisco Javier Escudero e Isabel Sánchez y el toboseño Ricardo López.
Se desarrollará a partir de las once de la mañana en la histórica Sala Domus Artis, edificio sobrio del siglo XVII, las antiguas caballerizas pertenecientes al Convento de las Monjas Trinitarias hasta la desamortización de Mendizábal.