lunes, 22 de agosto de 2016

El adiós de los pájaros

 Contemplo la amplitud  extendida ante mis ojos trazados por alguien invisible que me inunda y me transporta al infinito  de ese Dios que busco  y que en tantas ocasiones ni entiendo ni comprendo.
Abro mi ignorancia a ese día abierto  al resurgir a la vida después de la oscuridad de la noche; después de tanto llanto  servido con lágrimas derramadas en las antesalas de los templos, en las faldas de montes conocidos y en valles cultivados desde siglos.
En esa travesía del día y su amanecer virginal y perpetua presiento la metralla de las campos en guerra, de los techos derrumbados en pisos bombardeados por donde asoman tragedias repetidas entre la ausencia de misericordia y de esperanza.
Al fondo del horizonte  se queda detenida mi alma, sin otra voz que  la de un sonido terrestre, sin ríos y sin mares, sin selvas, ni humedales, sin el vuelo cantarín de golondrinas y vencejos porque se han marchado sin yo percibirlo desde hace escasas horas. Y mis ojos buscan su presencia en el cielo infinito que se pierde a lo lejos.
Dialogo con mi silencio y esta soledad que pasa y siento  al no escuchar  el canto de la melodía de las golondrinas. Estoy en este pueblo que es el mío tan singular en recomponerse y buscar permanecer de pie o de rodillas, cuando por circunstancias cruciales lo necesita.  Estoy aquí acompañada de ese dolor  de rienda inútil  que me deja el ver pasar hombres de piel negra y brillante hablando con los móviles en una lengua que desconozco, de esos que nos dicen que huyen de las guerras, de las masacres del terror  sin otras alas que volar a esta Europa que se pierde en sus idas y venidas de consejos de gobernantes y entresijos sin remediar lo que nos atañe a sus habitantes.
Me turba la luz de este día como si el amanecer tuviera en sus luces difusas alas invisibles de seres que nos cruzan y nos miran sin que yo los vea y sí lo siento. Desde mi lejana infancia cuando había ese silencio que nos deja pequeños escuchaba decir a mis ancianos que entonces era cuando pasaba un ángel,  o se iba un alma al otro mundo. Cosas de viejos, dirán los enganchados en las tablees  y el móvil…
Busco en este amanecer manchego el vuelo del vencejo  por los aires, su  poca admirada habilidad por los humanos, para elevarse hasta la cúspide del cielo sin cansarse. Escudriño los cielos azules con esa capa de calima tempranera, los grupos de golondrinas y aviones, sus sonidos que anuncian que están vivos, su resistencia a  volver un año y otro al nido que dejaron vacío, aunque en muchas ocasiones esos nidos han sido destruidos por  obras urbanas, porque somos tan ignorantes que no cuidamos esas colonias que nos libran de tanto insecto molesto y peligroso.
No veo en este amanecer su estela oscura por el cielo, ni pasar por la calle con su ruido de voces chillonas y armoniosas que me dicen que  para ellos la vida es volar a pesar de todos los inconvenientes,  al pensarlo, en este cementerio de vanidad mediocre donde los picaros abundan desde los políticos que en esta España no se ponen de acuerdo para  ser gobernados, los unos por los otros, y terminar de marearnos con ir a depositar papeletas en urnas que nos saben a chifla y una broma pesada que no termina nunca… 
Se me encoge la voz  en esta madrugada por donde los cohetes aguardan ser disparados al paso de reinas y reyecitos, de princesas y madrinas de ferias patronales donde, sin apurarse, siempre hay alguien que escribe en contra de esta farsa de fe, como si a estas alturas de la Historia no supiéramos que a casi nadie le importa el patrón o la patrona en cuyo nombre se dice celebrar esa feria.
Y mientras tanto  al salir a la calle siento que estoy dentro de esta torre de babel indecisa donde los gobernantes nos dicen con la boca muy chica, que hay que ser solidarios, jamás xenófobos, y generosos con los que nos han llegado de mares extraños y países  que nada aportaron para salir del bache en el que nos han metido nuestros amados políticos.  
Sí, los que estamos aquí generación tras generación aportamos nuestro esfuerzo diario sin ayuda ninguna, pagamos impuestos altísimos, carecemos de vacaciones y, cuidado con no asumir lo que las leyes dictan,  porque nos pueden dejar sin justicia por aquello de que  no merecemos nada, salvo trabajar y ahorrar para pagar a unos y a otros  sus  muchas necesidades.
No puedo volar como los pájaros y siento que los dioses  que presumen de no tener ni Dios ni moral, me han cargado de cadenas. Progresar, es al parecer, hacer esta travesía de perder dignidad  entre el falso perfume de palabras vacías y proclamas de evangelios cívicos por donde nuestra ruina crece y crece cada día.  Hoy me pasa el silencio de no escuchar el canto de los pájaros y comprobar que se han ido, quizá porque me faltan alas para salir de este atolladero.

                                                                                                               Natividad Cepeda

Arte digital: N. Cepeda