Contemplo la amplitud
extendida ante mis ojos trazados por alguien invisible que me inunda y
me transporta al infinito de ese Dios
que busco y que en tantas ocasiones ni
entiendo ni comprendo.
Abro mi ignorancia a ese día abierto al resurgir a la vida después de la oscuridad
de la noche; después de tanto llanto
servido con lágrimas derramadas en las antesalas de los templos, en las faldas
de montes conocidos y en valles cultivados desde siglos.
En esa travesía del día y su amanecer virginal y perpetua presiento
la metralla de las campos en guerra, de los techos derrumbados en pisos
bombardeados por donde asoman tragedias repetidas entre la ausencia de
misericordia y de esperanza.
Al fondo del horizonte
se queda detenida mi alma, sin otra voz que la de un sonido terrestre, sin ríos y sin
mares, sin selvas, ni humedales, sin el vuelo cantarín de golondrinas y
vencejos porque se han marchado sin yo percibirlo desde hace escasas horas. Y
mis ojos buscan su presencia en el cielo infinito que se pierde a lo lejos.
Dialogo con mi silencio y esta soledad que pasa y
siento al no escuchar el canto de la melodía de las golondrinas.
Estoy en este pueblo que es el mío tan singular en recomponerse y buscar
permanecer de pie o de rodillas, cuando por circunstancias cruciales lo
necesita. Estoy aquí acompañada de ese
dolor de rienda inútil que me deja el ver pasar hombres de piel negra
y brillante hablando con los móviles en una lengua que desconozco, de esos que
nos dicen que huyen de las guerras, de las masacres del terror sin otras alas que volar a esta Europa que se
pierde en sus idas y venidas de consejos de gobernantes y entresijos sin
remediar lo que nos atañe a sus habitantes.
Me turba la luz de este día como si el amanecer tuviera en
sus luces difusas alas invisibles de seres que nos cruzan y nos miran sin que
yo los vea y sí lo siento. Desde mi lejana infancia cuando había ese silencio
que nos deja pequeños escuchaba decir a mis ancianos que entonces era cuando
pasaba un ángel, o se iba un alma al
otro mundo. Cosas de viejos, dirán los enganchados en las tablees y el móvil…
Busco en este amanecer manchego el vuelo del vencejo por los aires, su poca admirada habilidad por los humanos, para
elevarse hasta la cúspide del cielo sin cansarse. Escudriño los cielos azules
con esa capa de calima tempranera, los grupos de golondrinas y aviones, sus
sonidos que anuncian que están vivos, su resistencia a volver un año y otro al nido que dejaron vacío,
aunque en muchas ocasiones esos nidos han sido destruidos por obras urbanas, porque somos tan ignorantes
que no cuidamos esas colonias que nos libran de tanto insecto molesto y
peligroso.
No veo en este amanecer su estela oscura por el cielo, ni
pasar por la calle con su ruido de voces chillonas y armoniosas que me dicen
que para ellos la vida es volar a pesar
de todos los inconvenientes, al pensarlo,
en este cementerio de vanidad mediocre donde los picaros abundan desde los políticos
que en esta España no se ponen de acuerdo para ser gobernados, los unos por los otros, y terminar
de marearnos con ir a depositar papeletas en urnas que nos saben a chifla y una
broma pesada que no termina nunca…
Se me encoge la voz en esta madrugada por donde los cohetes
aguardan ser disparados al paso de reinas y reyecitos, de princesas y madrinas
de ferias patronales donde, sin apurarse, siempre hay alguien que escribe en
contra de esta farsa de fe, como si a estas alturas de la Historia no supiéramos
que a casi nadie le importa el patrón o la patrona en cuyo nombre se dice
celebrar esa feria.
Y mientras tanto al
salir a la calle siento que estoy dentro de esta torre de babel indecisa donde
los gobernantes nos dicen con la boca muy chica, que hay que ser solidarios, jamás
xenófobos, y generosos con los que nos han llegado de mares extraños y países que nada aportaron para salir del bache en el
que nos han metido nuestros amados políticos.
Sí, los que estamos aquí generación tras generación
aportamos nuestro esfuerzo diario sin ayuda ninguna, pagamos impuestos altísimos,
carecemos de vacaciones y, cuidado con no asumir lo que las leyes dictan, porque nos pueden dejar sin justicia por aquello
de que no merecemos nada, salvo trabajar
y ahorrar para pagar a unos y a otros sus muchas
necesidades.
No puedo volar como los pájaros y siento que los dioses que presumen de no tener ni Dios ni moral, me
han cargado de cadenas. Progresar, es al parecer, hacer esta travesía de perder
dignidad entre el falso perfume de
palabras vacías y proclamas de evangelios cívicos por donde nuestra ruina crece
y crece cada día. Hoy me pasa el
silencio de no escuchar el canto de los pájaros y comprobar que se han ido,
quizá porque me faltan alas para salir de este atolladero.
Natividad
Cepeda
Arte digital: N. Cepeda
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