viernes, 31 de marzo de 2017

A las hijas de la tierra silenciadas con luto en primavera

 Se ha vestido de luto la primavera  adhiriéndose al grito desgarrador de la muerte  y no bastan los minutos de silencio en las plazas ni los crespones colgados en balcones. Se derraman lágrimas en los ritos fúnebres anta la desnaturalizada acción de no poder asir las vidas que se han ido. Sufre el dolor ante la pregunta sin respuesta ¿por qué?
Y la oscuridad de lo ocurrido abarca  la inmensidad del macabro misterio. Un campo de criptas agrandado se esparce por nuestra piel hispana plagado de mujeres asesinadas. Pedromuñoz  y Campo de Criptana lloran en estos últimos días de marzo  por la muerte de una mujer-madre, sus dos hijos,  y por el supuesto culpable de las muertes, el marido y padre. Y en los pueblos y  campos hay sombras de tristeza  y la constante pregunta del por qué; que nadie puede contestar.
Me pregunto ¿hacia dónde camina esta humanidad ahogada en su propio  fracaso? ¿Qué males nos aquejan para el infanticidio de dos niños?
Calles de Campo de Criptana por las que he pasado admirando el primor y el arte de sus gentes. Calles y plazas  a la sombra de la belleza alzada de sus molinos en la sierra, adonde en tantas ocasiones he subido acompañada de la lealtad de mis amigos… Calles donde los niños que se han ido, han pasado y vivido, y ante esa presencia infantil inexistente  arrastro mi dolor sin artificio.
Calles y plazas de Pedromuñoz,  donde ensalcé  sus mayos y pregoné su feria; por donde la madre muerta  imagino vistió su reja y lució sus galas de manchega mayera. Las voces de los niños ahora son inaudibles al sonido del día  pero no extinguidas en el corazón de los que los amaron y recuerdan.
Lloramos con vosotros porque como dice la Biblia  en el  libro sagrado de  Eclesiastes,  hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol: un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para curar, un tiempo para demoler y un tiempo para edificar; y un tiempo para llorar…  Ahora lloramos aun cuando el dolor y el llanto carecen de nombre ante tanto dolor en el umbral de estas muertes. Muertes que engloban la cadena de muertes de mujeres asesinadas y de sus hijos en España.
Rechazo el exceso de muertes. Cualquier asesinato  porque no existe razón para quitar la vida concedida por Dios a sus criaturas.
Y rechazo la confusión de las palabras que tratan de dulcificar lo que es amargo e inhumano: ¿violencia de género?  ¿O genocidio de mujeres en nuestro mundo civilizado?  Y niños indefensos  sucumbidos y suicidios casi a diario, cuando parece que nada falta.
Llamar a cada acto por su nombre probablemente nos evitaría caer en la arbitrariedad del capricho banal donde estamos sumergidos. Nuestra sociedad ciegamente sucumbe en un mundo insatisfecho a pesar de tener tantos logros conseguidos. Nos mesamos los cabellos como en las culturas más arcanas y lloramos vestidos de galas inservibles ante esta tragedia repetida de la muerte de mujeres y niños inocentes en nuestra sociedad  buenista y disculpadora de aberraciones y maldades.
Morir, matar, suicidios, ¿hacia dónde nos lleva esta ruta sangrienta?
 Dos pueblos lloran la muerte de sus hijos: dos familias  conocen la tragedia. ¿Hasta cuándo  los legisladores no se decidirán a cambiar las leyes contra el asesinato de mujeres y niños?  ¿Acaso no importa demasiado en nuestra sociedad masificada todas las mujeres asesinadas? Precisamente ahora que estamos comunicados e informados globalmente parece que es imposible  terminar con esta lacra tiránica. Asesinatos cometidos en todos los sectores sociales dese las elites hasta las clases populares, cometidos desde  sectores distantes de poblaciones desconocidas entre sí, pero que sí comparten cifras escalofriantes de mujeres muertas.
Estamos asistiendo a un genocidio sin advertirlo. Los que piensan que la mujer ha alcanzado altas metas actualmente se equivocan; sólo hay que constatar los puestos que ocupan en los puestos de responsabilidad desde los gobiernos mundiales a cualquier sector. Todavía el número de mujeres  es exiguo comparado con los nombres de hombres en la escala social.  Y hay muchos ejemplos que tenemos delante de nosotros sin querer verlos. Como se suele decir mucho ruido y pocos logros.
Nos queda la palabra, como escribió Blas de Otero, para seguir preguntando el porqué de tanto dolor inútil. Nos queda a los poetas la metáfora y el grito alzado para seguir recordando que la crueldad también existe en las esferas del poder cuando no se uscan los medios para salir de situaciones adversas.


           A las Hijas de la Tierra silenciadas



Ha bajado la lluvia  con tristeza a los viñedos
y  a tus ojos, que guardan  sombrías  mañanas
sin sol en tu retina cuando  tras los cristales
miras  las calles solitarias  como si de la ciudad
todos se hubieran ido.
                                          Llueve y tú caminas
en medio de ese llanto del cielo sin notarlo.
Llueve sobre pámpanas rojizas de  parrales
de uvas negras; sobre  cepas vacías de racimos
que  amamantaron con su savia las uvas 
convertidas en sangre de jaraíz  por los rincones
de la tolva. 
                         Te he visto  exhausta, arrancada
tu esperanza entre tus  labios  ajados  y marchitos,
como si la tormenta de la  vida  te hubiera
vendimiado el corazón y el  alma  para siempre.            
Hija de la tierra eres, mujer,  nacida sin macula
del vientre de tu madre, tú, la que abriste
tu mirada al color del arco iris  en la heredad
de tu tierra y de tu gente.
                                                Te dejaste en el alero
de tus labios, nombres amados,  junto al hombre
que te dejó herida,  llevándose  los manantiales
de tu sangre en la arboleda de tus  sueños
rotos.  Vencida  y  sin aliento,  dejas rodar
por las esquinas de tus huesos  cangilones
de mostos funerales.  Emigraron de tu mirada
los cuentos de princesas felices. Con el relente
se quebró  tu cintura vesperal de diosa  profana
en el  jardín de las mariposas muertas.

                                                   No debiste cruzar  
jamás el predio del goce pasajero. No debiste,
Hija de la tierra,  para no sucumbir ante el amor.
Lo hiciste, y a oscuras dejas caer la lluvia de tus ojos
por todos los dinteles  donde mueren a solas
otras  hermanas  tuyas.  Nadie besará tus heridas,
ni limpiará tus lágrimas.
                                           Nadie, salvo tú misma
remontará   el vuelo para encontrar otra tierra
de lluvia  mojada  de ternura  que te salve del odio.
Llámame cuando tus uvas sean lagar de vino nuevo.
Llámame para alzar mi copa y brindar por tu libertad
y  ver florecer en tus labios una sonrisa nueva.
                                                                         
                                                             
                                                                              Natividad Cepeda



 Arte digital: N Cepeda