martes, 22 de enero de 2013

ESOS HOMBRES ERRANTES QUE PASAN ANTE MI




                                                                                           "Y de la tierra brota el ritmo,                                                                                      savia y sudor,
          una onda olor a suelo mojado."

                                 Leopoldo Sédar  Sénghor

                                                                                                                   
                                                                                                    


Llegaron una tarde con su pobreza a cuestas
cuando en el horizonte el azul de la noche
era paz del estío.

                                             Andaban torpemente
sin quejas, sin lágrimas, sin cólera.
Se veía en sus ojos ese cansancio antiguo
de furtiva miseria sin voz sobre sus hombros.
¡Pasaron!, y un estremecimiento inclemente
 al verlos, se quedó por las calles del pueblo.
 Al principio eran números pares, un trámite del tiempo,
color de ojos oscuros que nada significan.

                                               Pasaban con su carne
de tumbos buscando una esperanza.
¡Pasaban!, pero para nosotros ellos eran ajenos,
un residuo humano con un vaho de despojo.
Hasta entonces la palabra igualdad era eso, una fábula,
un hallazgo gramatical sin márgenes en el  corazón.

                                                   Llegaron sin redes,
privados de derechos, con todo el desamor del mundo
como único equipaje. Y al mirarme en sus ojos el escenario
de la infancia se me hizo mentira.
Porque ahora los extranjeros llegados de Nigeria,
 Yibuti, Uganda, Níger, Marruecos, Sahara...
no era el dulce negrito que cantaba boleros
o movía las maracas en orquestas de ferias.




                                                      De improviso
Africa era una mala madre donde el hambre
era moneda de curso legal y por instinto de supervivencia
se abandonaba el maíz y el sisal, la mandioca y el mijo.
Y de Kampala  huían sus jóvenes hablando el suahili
con escasos Nuevos Chelines ugandeses
para encontrar al Euro, y dejar atrás el VIH,
y ese vértigo atroz de no llegar a contar canas ni arrugas
prematuras. Miedo y angustia con un grito indefenso.
de insalvable miseria omnipresente.












                                                        Cuando ellos pasan
hay un descrédito de incredulidad y alarma
caminando de puntilllas por las calles,
porque adivinamos que detrás de su dócil paso hay una hoguera
incandescente debajo de su humillada piel. Por eso cuando vienen
se cierran los postigos y se echan las llaves en las puertas
porque el hambre es siempre peligroso.
                                                                                                               
                                              Y la luz del día
es una inmensa sabana impaciente donde el yoruba
se mezcla con el francés, y el  ovambo con el árabe,
con el español y el bereber, con el tumbuca, el yao,
el portugués y el macua  para así demostrar una vez más
que la libertad resuena con diferentes lenguas en la Torre de Babel.












                                                Y por las calles de los pueblos
ellos recuerdan a Tinduf  allá entre la vieja arena acogedora,
a Rabat con su olor y color de vieja cultura sin relojes,
a Yibuti con su puertos, a Namalu , la campiña
de Karamoya donde los pastores llevan a beber sus vacas,
al sabor del  aceite de palma, a la tierra que las mujeres africanas trabajan.













                                                 Esos hombres errantes
que también fueron hechos con el barro de Dios
no quieren caridad. Han venido buscando la justicia,
un esquema de la razón donde la esclavitud se funda en el olvido
sin gemido inhóspito al dorso de los meses



 Pero en la geografía
de los pueblos hay miedo al cruzarse con ellos.
 Han llegado errantes, y hogaño,
muchos se quedaran aquí a esperar el invierno.
Desandar el ayer es mirarlos. ¿Quien ante de echar raíces
no ha sido nómada? Afinidad de polvo errante somos todos,
sudor de ruinas, breve estallido de materia que se desvanece,
precaria desnudez de muerte y vida.





 Frente a la tarde
 el velo del crepúsculo escribe en las estrellas el destino,
y los pueblos se duermen, sin preguntar el nombre de los que sueñan
entre sus paredes cada noche. Desde ahora ya nada será igual
porque ellos llegaron volteados por el mar, y es una nueva estirpe,
 que tallan con sus pasos la ciudad.


                                                                                                Natividad Cepeda
                                                                                                                                                                                          




Artedigital: N.Cepeda

viernes, 11 de enero de 2013

LLANTO EN LAS HERIDAS DE LA TIERRA



Cuando el tiempo navega hacía lo oscuro
y brota llanto en las heridas de la tierra,
hay que tomar la antorcha y ser equivalentes.
                       
                         Por eso
me abrazo a la columnas  que sostienen las palabras,
busco sin prisa las razones
de este vacío inmenso, de esta noche sin leyes
y descubro que nada me compensa mentirme
ni mentir a los otros acerca de mí misma.
¿No estáis viendo que ya me he despojado
de mis alas de falsa mariposa?



          Porque hoy como ayer se pisa la verdad
y apenas queda luz en el faro de la costa,
me niego a negociar con mi conciencia humana.





  
                      

Por eso
procuro no hacer promesas en el aire,
porque lo prometido raras veces se cumple.
Nunca veréis mi rostro en las fotografías
donde se ostenta lo sofisticado,
el poder del dinero, la fama inmerecida,
los besos que se dan con labios falsos.

                Me niego a arrodillarme
ante ídolos torpes, miserables,
ante un Dios vengativo,
ante aquellos que dicen que siempre han existido
los ricos y los pobres.





                                 Me niego a compartir
las fórmulas que admiten y bendicen
la explotación del hombre sobre el hombre.
Aunque vengas envueltas en hermosos mensajes
de eruditos sociólogos
nunca cierro los ojos ni la voz ni el oído
 a las palabras libres
que son como los puentes sobre ríos sin agua.




              Me sublevo ante las puertas
que aparecen oscuras y cerradas                          
para aquellos que nacieron de espaldas
a la suerte, sin paredes ni techos.
Y también para bellas muchachas
que han vendido su cuerpo por un pan necesario.

      
              La vida es despertar
de cara hacía una  meta de todos o de nadie.
No puedo disculpar a las multinacionales
que explotan a las masas en ellas atrapadas,
ni a los santos inocentes de las carreteras
o de la cocaína.
Porque avanzan con ellas oscuros egoísmos
organizados, lujos con marcas, guerras y mísiles
de dentelladas venenosas, minas ocultas, credos
terroristas, mi conciencia de madre
se niega a proseguir ese camino
y también a las falsas estadísticas
de los países ricos
con bolsas de miseria y barrios marginales.


Lejos de mí las confabulaciones
de sabios oficiales, plumas comprometidas,
camaleónicos comunicadores,
chulos que se alimentan de chismes cortesanos,
ladronzuelos de lujo,
mientras naufragan las pateras
y los muchachos pobres empuñan  fusiles
o rebuscan comida en los estercoleros,
junto a los perros abandonados.





                 La vida
no es exclusiva de privilegiados
con derecho a romper la pureza del mundo,
los ríos y las selvas, helados continentes,
los mares, las montañas.
                                        Todos somos
deudores del futuro,
pulso de las constelaciones
los hijos obligados de la naturaleza.




                                                          




                                                                                                                                                                       
                                                                                                          Natividad Cepeda.





 Primer premio: Agrupación Cultural Guardesa XXII Certamen Poesía "Feliciano Roldán" A Guarda (Pontevedra)


Arte digital: N. Cepeda