una onda olor a suelo mojado."
Leopoldo Sédar Sénghor
Llegaron una tarde con su pobreza a cuestas
cuando en el horizonte el azul de la noche
era paz del estío.
Andaban
torpemente
sin quejas, sin lágrimas, sin cólera.
Se veía en sus ojos ese cansancio antiguo
de furtiva miseria sin voz sobre sus hombros.
¡Pasaron!, y un estremecimiento inclemente
al verlos, se
quedó por las calles del pueblo.
Al principio
eran números pares, un trámite del tiempo,
color de ojos oscuros que nada significan.
Pasaban con su carne
¡Pasaban!, pero para nosotros ellos eran ajenos,
un residuo humano con un vaho de despojo.
Hasta entonces la palabra igualdad era eso, una
fábula,
un hallazgo gramatical sin márgenes en el corazón.
Llegaron sin redes,
privados de derechos, con todo el desamor del mundo
como único equipaje. Y al mirarme en sus ojos el
escenario
de la infancia se me hizo mentira.
Porque ahora los extranjeros llegados de Nigeria,
Yibuti,
Uganda, Níger, Marruecos, Sahara...
no era el dulce negrito que cantaba boleros
o movía las maracas en orquestas de ferias.
De improviso
Africa era una mala madre donde el hambre
era moneda de curso legal y por instinto de
supervivencia
se abandonaba el maíz y el sisal, la mandioca y el
mijo.
Y de Kampala
huían sus jóvenes hablando el suahili
con escasos Nuevos Chelines ugandeses
para encontrar al Euro, y dejar atrás el VIH,
y ese vértigo atroz de no llegar a contar canas ni
arrugas
prematuras. Miedo y angustia con un grito indefenso.
de insalvable miseria omnipresente.
Cuando ellos pasan
hay un descrédito de incredulidad y alarma
caminando de puntilllas por las calles,
porque adivinamos que detrás de su dócil paso hay una
hoguera
incandescente debajo de su humillada piel. Por eso
cuando vienen
se cierran los postigos y se echan las llaves en las
puertas
porque el hambre es siempre peligroso.
Y
la luz del día
es una inmensa sabana impaciente donde el yoruba
se mezcla con el francés, y el ovambo con el árabe,
con el español y el bereber, con el tumbuca, el yao,
el portugués y el macua para así demostrar una vez más
que la libertad resuena con diferentes lenguas en la
Torre de Babel.
Y por las calles de los pueblos
ellos recuerdan a Tinduf allá entre la vieja arena acogedora,
a Rabat con su olor y color de vieja cultura sin
relojes,
a Yibuti con su puertos, a Namalu , la campiña
de Karamoya donde los pastores llevan a beber sus
vacas,
al sabor del
aceite de palma, a la tierra que las mujeres africanas trabajan.
Esos hombres errantes
que también fueron hechos con el barro de Dios
no quieren caridad. Han venido buscando la justicia,
un esquema de la razón donde la esclavitud se funda
en el olvido
sin gemido inhóspito al dorso de los meses
Pero en la geografía
de los pueblos hay miedo al cruzarse con ellos.
Han llegado
errantes, y hogaño,
muchos se quedaran aquí a esperar el invierno.
Desandar el ayer es mirarlos. ¿Quien ante de echar
raíces
no ha sido nómada? Afinidad de polvo errante somos
todos,
sudor de ruinas, breve estallido de materia que se
desvanece,
precaria desnudez de muerte y vida.
Frente a la tarde
el velo del
crepúsculo escribe en las estrellas el destino,
y los pueblos se duermen, sin preguntar el nombre de
los que sueñan
entre sus paredes cada noche. Desde ahora ya nada
será igual
porque ellos llegaron volteados por el mar, y es una
nueva estirpe,
que tallan con
sus pasos la ciudad.
Natividad Cepeda
Artedigital: N.Cepeda
No hay comentarios:
Publicar un comentario