jueves, 7 de febrero de 2013

Son muchos los que han partido en busca de fortuna


               

La muerte de la esperanza es el signo inequívoco de que el barco de la vida se nos hunde en el cenagal de la avaricia.
Navegamos en un río de fango bebiéndonos a sorbos un turno de calamidades que nos cubren la espalda.
Vamos lisiados intentando zurcir las derrotas, que dicen que son nuestras.
La tristeza del pueblo  cubre de ceniza la memoria.
Esa memoria que evitamos para no maldecir a los que nos han abocado donde estamos. En la garganta, reseca y llagada, no queda grito alguno, porque llevamos clavado el adiós con el que hemos despedido a nuestros hijos por todo el  desamparo  con el que parten y los despedimos. Y todavía se acusan los unos y los otros intentando así, ocultar sus propias culpas.

El viento del invierno empuja los días con su frío mientras se agolpan alrededor de los contenedores de tiendas y supermercados personas  ávidas por encontrar entre los desperdicios algo para paliar el hambre que muerde sus estómagos.
Es hambre sin maquillaje ni secuencia de película el que empuja a los hombres y mujeres españoles y extranjeros a esperar pacientemente a que se cierren las puertas y se bajen los cierres y con las luces apagadas rebuscar la fruta macada que se tira, el bollo duro y los recortes de la carne… Nos ha  desbordado la pobreza mientras los señores del ladrillo sacan el dinero a otros paraísos  donde el IVA no exista y donde la hacienda pública no los persiga.


No hemos tocado techo: no. Estamos sin techo y sin cobijo, viendo cómo se van los hijos en busca de trabajo, esa escasa fortuna que en España se les niega. Y por eso tenemos el sueño en desbandada cuando llega la noche porque tenemos muchos hijos muy lejos de nosotros.
Lejos y desamparados, llegando a Inglaterra, Alemania,  Francia… sin contrato de trabajo en busca de un sueldo escaso en euros, y además ni siquiera pueden ejercer lo que han estudiado.
Me aturde imaginar a nuestros hijos aislados y en franca desilusión en medio de la vida. Y me sobran por eso los modelos con los que se visten y muestran las princesas cónyuges, las actrices y actores que cuando les conviene se las dan de progres y víctimas jaleando a los pobres vocingleros de la calle.


Me sobran las mansiones palaciegas de nuestros gobernantes adquiridas con la estafa en sociedades secretas dando a los testaferros carta  blanca para anular al ciudadano honrado. Y si Dios nos ha de juzgar a todos en la otra vida, le ruego y le suplico, que nos juzgue en esta, empezando por los contratos manipulados en ayuntamientos y consejerías, direcciones y cargos públicos, fundaciones y similares…

Y si todavía queda alguna ley en pie, y no en medio de la ruina moral, que se demuestre eficaz  no sólo con palabras de humo y con trampas legales, por donde se escabullen los pillos, los malversadores de cualquier partido político y empresa apoyada en sucios negocios al amparo de esos sepulcros blanqueados, unos en nombre de Dios al que venden como Judas, y otros en nombre del honor del que carecen. Porque son muchos los que han partido por su culpa; culpa de los partidos mayores en votos y poder electoral, y esos otros, menores en escaños, que hacen pactos y coaliciones callando lo que ven a cambio de medrar a su sombra.

Elegía de amor por lo hijos ausentes, por la muerte de la esperanza en el futuro, cuando a nuestro alrededor se tiran los trastos a la cara los políticos pero sin soltar ninguno de ellos la presa codiciada. Somos demasiados los que hoy  no creemos en nada de lo que juran y prometen.

                                                                                                       Natividad Cepeda






Are digital: N. Cepeda

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