Aquí, en nuestra tierra manchega, no podemos
reducir el calor del verano por lo que la cintura de julio abarca los molinos que lo esperan
imperturbables.
El sol nos
ayuda desde tiempos milenarios a que no
olvidemos que el pan y su semilla se
hacen con calor. Por eso, probablemente,
el calor impenitente del sol le impuso
pamela a los molinos, o mejor un cucurucho de mago para que desde la paramera siempre los
distinguiéramos.
Hoy no podemos
imaginar estos parajes de la Mancha sin molinos, a pesar de que muchos de ellos
murieron con el paso de los siglos. Miguel de Cervantes nos dejó un legado de
memoria sin relojes en el tiempo. Ese legado es tan inabordable que se expande
continuamente en la historia humana. En
la pequeña historia que cada nuevo día se gesta donde nosotros, sin saberlo, la
gestamos, para cuando mañana marchemos con el crepúsculo del sol, retornemos al
día siguiente.
El enclave de
Munera y sus alrededores tiene un halo misterioso que se adentra en el alma de
quienes experimentan las señales inequívocas del las antiguas culturas que lo
poblaron. Si nuestra pobre y expoliada tierra manchega pudiera rescatar una
pequeña parte de su ancestral historia sabríamos el potencial fabuloso que
permanece enterrado en parajes y pueblos como el de Munera y otros similares.
Llegar a Munera
en pleno julio es estar a la sombra de un sueño: porque no otra cosa es su molino y el certamen literario, casi
milagroso, nacido bajo la protección y empeño de la familia García Gavidia.
Mirando hacia
el ayer, y leyendo crónicas pasadas,
sabemos que se exportaron y
edificaron los molinos de viento en La
Mancha allá, en el primer tercio del
siglo XVI. Dicen que se edificaron a causa de una terrible sequía que se
originó en la primera mitad del siglo XVI.
Aseguran que la terrible sequía duró casi cuarenta años originando la
muerte de ríos y fuentes y quedando convertidos los humedales en secarrales de
polvo...
la tierra sedienta y yerma.
El viento en las alturas soplaba y soplaba
inútilmente. Fue entonces cuando se importó el molino de aspas. Al principio
las gentes lo miraban como un fantasma extraño.
La gente,
nuestra gente, lo encaló y lo puso de limpio con ese blanco bautismo de
esperanza renovada. Los molinos desde lo alto de cerros y sierras miraban las
rojas amapolas y madurar los trigos y cebadas, centenos y avenas junto al
corazón malherido de las gentes manchegas, de manos valientes derramando su
fuerza por la vasta llanura, por altozanos y valles, por los lechos resecos y
angostados de los cadáveres ríos…
Miraban los molinos manchegos despedirse a las
tardes detrás del rescoldo fresco de la noche, así se hicieron parte y alma de
hombres y mujeres, uno más con los niños que crecían a su sombra, uno más, con
las doncellas calladas y hacendosas que
desde el alféizar de La Mancha aprendían a ser molineras...
Molinos que
todavía hoy al mirarlos no trasladan a su historia y nacimiento.
Molino
literario y soñador el alzado a la entrada del pueblo de Munera viniendo desde
mi lugar de origen; Tomelloso, que asombra y admira cuando dentro de su espacio
piso la tierra y siento deseos de besarla en honor del escritor y cronista de
Munera Enrique García Solana, que junto
a su esposa, Amparo Gavidia Murcia, hicieron realidad un certamen que hasta hoy
goza de prestigio y fiabilidad a pesar de carecer de dotación económica.
Cuando llegamos
al molino de la Bella Quiteria a todos nos acoge su protectora sombra.
Ya es un
molino legendario. Un molino que nació
para moler la cosecha de la creación y dejarla
llena de júbilo en el alma de todos cuantos escuchamos el mensaje de
amor de una familia de mecenas.
Amor a un gran
Amor, eso es este Certamen del Molino de
la Bella Quiteria.
Amor de Enrique
a la Mancha, al Ingenioso Hidalgo Don Quijote, a todos esos personajes que nos
hablan de nuestros antepasados, a todos cuantos nos han hecho soñar frente a
las aspas de un molino y dejarnos besar por su sombra, por sus aspas de paz,
por su cono de piedra, barro y cal, mientras vemos las tierras de pastos, las
parras florecidas de esta nuestra tierra prometida por Dios.
Vamos llegando
desde distintos puntos de España el primer sábado de julio para escuchar el
rito antiguo de la palabra, mientras sentimos desde el infinito centro del
molino, que desde su punto más neurálgico, nos llega y nos embarga la fuerza de
los dos Enriques: padre e hijo, fallecidos prematuramente.
Sólo cabe
pensar, que sin Amparo Gavidia y
las mujeres de su familia, este milagro
de amor no continuaría. Porque el amor
es fuerza que perdura, por eso
siempre está abierto y se expande como el aire por las aspas del molino, por su
palo de gobierno, por su piedra angular, por su anillo, por sus hitos de
amarre, por su borriquillo, por su rienda, por su manivela, por sus ventanillos
y el nombre de los vientos… y la vela.
Vela de los
molinos harineros que surcas la llanura y al mirarla, enamora de ocho metros de
largo y dos de anchura, dieciséis metros de algodón puro que mueve el viento.
Que mueve la rueda catalina, esa rueda del aire que a veces hay que ponerle freno. Molinos y molinetas de madera de fresno, de
roble, de álamo negro, piedra, barro y el trigo convertido en harina de pan de
amor.
Molino de la
Bella Quiteria adonde peregrinamos los
vates, las gentes de lugares lejanos para admirar una vez más el barro elevado
a la categoría de obra de arte.
El barro que
toma vida y armonía, belleza y símbolo de leyenda cuando lo tocan las manos
del prestigioso artista ceramista
conquense Adrián Navarro. Alquimista de
la alfarería, inspirado y trasmutado al arte arcaico de las culturas olvidadas
que poblaron nuestro suelo. Olvidadas en los anales históricos, salvo, para los
estudiosos de historia antigua, que nos legaron y dejaron, en la génesis
materna, el patrimonio heredado de la artesanía evolucionada a la categoría de
arte. De esa herencia milenaria surgen las creaciones bellísimas de este
singular hijo de El Provencio. Barro enamorado
de Adrian Navarro Calero: amor de barro, es lo que todos somos.
Y queremos que julio nos cerque con su calor para que de los labios brote la palabra de los poetas, de los narradores que año tras año acudamos a ser uno con todos en memoria y homenaje al espíritu de los dos Enriques. Amparo Gavidia, esposa y madre, nos recibe con su sonrisa de paz, con su abrazo fraternal y franco, con su legado de amor que va más allá de la muerte.
Y queremos que julio nos cerque con su calor para que de los labios brote la palabra de los poetas, de los narradores que año tras año acudamos a ser uno con todos en memoria y homenaje al espíritu de los dos Enriques. Amparo Gavidia, esposa y madre, nos recibe con su sonrisa de paz, con su abrazo fraternal y franco, con su legado de amor que va más allá de la muerte.
Doña Amparo,
que hace gala de su nombre y nos acoge bajo su mirada de lumbre que no quema.
Mirada de mujer manchega, llana y libre, alta y clara como la tierra que la
hizo y que la sostiene. Gracias por la dedicación y amor hacia la palabra escrita. Gracias porque
todavía hay certámenes como este de la Bella Quiteria, donde todavía los poetas y narradores, podemos
sentirnos dignos y orgullosos de conseguir uno de sus premios, ya que el jurado
que evalúa y valora los trabajos literarios, saben que al presentarse a ese
certamen no acudimos por el valor del
dinero, sino por la valoración de esas justas literarias, ganadas en buena lid
por cada uno de los que son premiados.
Y gracias por
la peculiar invitación que sigue al acto literario, digna de mención por ser
cocinada y servida por mujeres, guisanderas de la mejor cocina matriarcal
manchega, donde queda patente la maestría en cocinar gachas de almortas,
torreznos, hígado, junto al queso y los embutidos y los picantes que aderezan
la pitanza acompañada de la refrescante cuerva y las rosquilletas. Menú
quijotesco donde el arte de clavar el pan en la navaja y comer la sopa de
gachas con un paso adelante y otro hacia atrás demuestra que los ancestros
siguen presentes en todos nosotros.
Bienvenidos, bienhallados en la tarde calurosa de julio donde el
testigo de la familia lo ha tomado Julia García Carrizo, nieta de doña Amparo;
Bella Quiteria que nos sonríe a los
congregados, sin que ella se percate que desde sus pedestales los bustos de don
Quijote y Sancho Panza, esculpidos por el desaparecido escultor Cayetano
Hilario, se admiran de la disposición y galanura de la hermosa joven; mientras
a su lado, el busto de la bella Quiteria, creado por la escultora Inmaculada
Lara “Maku”, presume de que en ese molino aún hoy, su espíritu prevalece por
encima de los siglos.
Brasas de julio
que dibuja a Munera en la sombra humilde
del molino ungido de poemas.
Natividad Cepeda
El Concurso
Literario del Molino de la Bella Quiteria
de Munera (Albacete) es de ámbito internacional a partir del
tercer año en el que fue convocado. Se celebra ininterrumpidamente desde
hace 37 años en recuerdo de Enrique García Solana, Fundador de este
concurso y de su hijo Enrique García Gavidia.
Son premiados
tres trabajos en prosa y tres de poesía.
Los
premiados reciben piezas de cerámica de creación exclusiva para estos concursos
muy valiosos, aportados generosamente por el Ceramista conquense Adrián Navarro
Calero.
Fotografías: Arte Digital: N. Cepeda
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