Desde los
medios oficiales se dictan normas
renegando, con palabras escogidas, en contra de la pobreza. Las palabras
para su definición cambian, pero el desamparo medra excluyendo del poder
adquisitivo a un número cada vez mayor de personas. La Ley, abundante en
retórica, incluye recovecos por donde los
que las promulgan y promueven hacen beneficiarse a los más altos y dignatarios en poder
económico y político, quedando los de abajo, el pueblo llano desprotegido,
salvo para pagar impuestos salidos de nóminas, cooperativas agrícolas y
ganaderas y autónomos de cualquier profesión y oficio. De tal manera que la
espalda de Eva y Adán siguen cargando con el innumerable peso de todos los truhanes del mundo.
La economía
rural, desmembrada en impuestos y saqueada en aras de unos planes europeos e
internacionales, ha sucumbido a tanta sinrazón orquestada desde esos planes con
la convivencia de sus mismas
asociaciones, tapando algunas corruptelas, que aunque conocidas, son calladas
por el sector por temor a no ser atendidos si destapan la liebre los que saben
de sucios manejos y prebendas. La triste
realidad se palpa en la despoblación creciente de los pueblos de España, y en
los que quedarán en una década despoblados por estar habitados por personas
mayores; viejos jubilados sin jóvenes ni niños a su lado, agonía unánime parecida a un quinqué sin mecha ni
aceite.
La jugada de
prometer lo imposible es un juego escaso de buenas cartas; porque cuando se
dice que hay que conseguir ayudas sociales para todos los habitantes no se ignora que sin producir, esas ayudas
cada vez serán más escasas. Los políticos de izquierdas esgrimen descaradamente esa porción de dar y
prometer dadivas sin trabajo; los políticos de derechas también, aunque con
menos énfasis o utilizando un lenguaje menos atrevido en sus promesas, aunque
ambos saben, que más pronto que tarde, sin economía sostenida en zonas rurales
y en ciudades sin empresas, donde la inversión no llega ni se canaliza para que
llegue, esas promesas no son ni viables ni ciertas.
Las modestas
economías de las zonas rurales se desangran en vida y en muerte, porque no caben
calamidades entre las manos ásperas de quienes al morir sus padres y heredar la
tierra y la hacienda para continuar
manteniendo trabajo sin tirar cohetes, han de pagar el impuesto de sucesiones
con tal largueza que, es un abuso de autoridad y de poder. Junto al surco no
hay vacaciones ni joyas adquiridas para guardarlas en cajas
fuertes de bancos, tampoco sociedades que conocen como no pagar al Estado…Los míos,
toda la gente del agro español llevan una existencia sin sorpresas. No escondes
pingues ganancias en fundaciones y asociaciones tapaderas de encubrimientos de Euros;
no, su estuche es la caja que recoge sus
cuerpos preñados de amaneceres y
desalientos cuando vuelven a la tierra de la que todos procedemos.
Los pueblos
se quedan solos, abandonados por ser esquilmados, y todavía hay quien dice que
los patrones no se comen la mierda por mal parecer. El
mundo se desangra en las plazas de los pueblos como antaño, como siempre, o se
van cubriendo de una pátina de tristeza taponando sus calles y casas el polvo
del olvido. De poco sirven, hasta hoy, así ha sido y es; las frases hechas y
las arengas en favor de la extirpación del hambre: los pergaminos actuales sin ética, no impiden el hambre y la miseria.
Natividad Cepeda
Arte digital: N Cepeda
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