Retumban en mis oídos las
noticias escalofriantes y terroríficas de tantos niños maltratados por otros
niños. Y no dejo de pensar que esos
maltratadores son la consecuencia de la sociedad donde crecen y evolucionan. En
silencio, un profundo lamento estéril se
aposenta en las fibras de todo mi ser al comprobar que esa paliza dada en un
colegio a una niña de ocho años por quienes le doblaban la edad haya sucedido y
no es ni el primer caso ni un caso aislado. Y me pregunto el por qué cuando se
escribe en la prensa esta fatídica noticia se trata de encubrí el hecho como intentando quitar importancia empleando
palabras de otro idioma. No ignoro que denunciar esta palabra empleada es una
voz que calma en el desierto de las ciudades cibernéticas y que me puede llover
una tormenta de bilingües que se vayan por donde no quiero en defensa de ser políglota.
Llevamos tanto tiempo empeñados en ñoñerías que hemos olvidado lo
importante que es llamar a cada cosa por
su nombre sin complejos, además de salvaguardar los valores éticos y humanos
tan pisoteados por una sociedad caduca y
podrida de vicios múltiples. Aquí los espabilados, hipócritas y malvados son defendidos por un sistema
empeñado en machacar a los que no delincan y ya puede retumbar las atrocidades más
escabrosas y brutales que seguimos quitando importancia a todos los acosadores,
violadores, asesinos y ladrones que pululan por calles y plazas de pueblos y
ciudades de esta España harta de futbol y de políticos que cobran, no todos,
pero sí una gran mayoría, sin cumplir con lo prometido y jurado cuando se hacen cargo de la confianza
que en ellos se ha depositado.
No hay día que no se cueza en la olla a presión de este desmedido desmadre un atropello; y lo escuchamos como si fuera
algo natural, y ocurre porque la mayoría lo consentimos y nos apabullamos y
callamos. Es vergonzoso leer esa paliza dada a una niña en un centro escolar,
donde se supone que nuestros niños están protegidos por los educadores. Aunque
si hace años no se les hubiera maltratado a muchos de esos maestros y educadores,
quitándole toda autoridad, probablemente
esas pandillas de delincuentes adolescentes
no se atreverían a golpear a una
indefensa niña pateándola. Y yo me pregunto, ¿a dónde están los defensores de
los animales, las asociaciones feministas y tanto colectivo vocinglero que no
salen a protestar airadamente cuando estos hechos ocurren?
Ha pasado mucho tiempo, dura demasiado la violencia contra las personas
y nuestras leyes no se cambian, por qué, me sigo preguntando, ¿acaso ser
progresista es ser solo denunciadores y denunciadoras, de unos políticos contra
otros, en los patios de los partidos políticos, ignorando lo que ocurre en la
vida de los ciudadanos? Porque si es así no los necesitamos.
Existe demasiado silencio ante hechos muy graves. Un niño, una niña;
nuestros niños, son nuestra continuidad y son, lo que ven, en el testimonio de
los adultos. Una niña apaleada, pateada
y herida en su dignidad hasta ser abandonada es ignominiosa en este país que se
rasga las vestiduras ante sucesos mucho menos alarmantes que este hecho
concreto.
Pero no pasa nada porque la
estupidez ha llegado a cotas tan altas que hasta ser educados se ha borrado de la vida
social e informativa de muchos presentadores y comunicadores femeninos y masculinos.
La
sensatez ha fallecido entre nosotros, y el grito silencioso de esa niña, víctima
de esa atroz paliza, se escribe en otro idioma porque así demostramos lo poco
que nos importa la convivencia en cualquier área social de este país llamado España
y nuestra cobardía.
Natividad Cepeda
Arte digital: N Cepeda
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