viernes, 22 de marzo de 2013

Bajo un techo de sombras se escribe poesía

           
La poesía es el arte menos valorado y a la vez el más recurrido y recurrente; cabaña donde se alojan las palabras jugando con el honor y la gloria en busca de belleza.
Su nombre fortalece el río de la vida en la primera edad de la niñez, también la adolescencia y crece emergente de fuerza inusitada como una procesión de sueños en la juventud. Apenas si se leen a unos cuantos poetas, porque cualquiera enhebra cuatro versos y sin humildad alguna se exponen y hasta se obliga a escuchar a los vates prominentes, sobre todo si en el alijo muestran titularidad universitaria, como si con adquirir el titulo se adquiriera el don de componer un verso. Los otros, los poetas de pueblos y ciudades de provincias, son meros jornaleros despreciados por los que al apego del poder oficial consiguen premios y medallas. Y aún así, los libros de premios apenas si son leídos por el público que también, cómo no, se yergue por encima de formas y estilos literarios argumentando no necesitar de instrucción alguna para componer hermosos versos.  Entre unos y otros lo cierto es que en el mercado de los libros nadie apuesta por invertir en publicar poesía, porque es un mercado que siempre está en crisis. Y quedan los poetas, pobres entre los pobres, con su carro de folios llenos de tachaduras rodeados de innumerables cuervos, ávidos de comerse el despojo.

La Unesco, estableció un día mundial para leer poesía, para elevarla al techo del mundo conocido en los portales cultos, al menos de los que presumen de ser cultos, y se nombra en los medios requeridos para quedar bien. Pero de esos inflados actos y comentarios ¿qué queda de verdad en todo ello? me pregunto. Y creo sin demasiado error a equivocarme, que ese día 21 de marzo, pasa desapercibido para la mayoría.
Porque la verdad sea dicha sin tapujos ¿para qué sirve la poesía? Pues para casi nada, puede, que  para sanar el alma dolorida cuando llora por dentro, o para cantar el vuelo de los pájaros que todavía nos acompañan habitando estas ciudades nuestras inhumanas. Quizá, para no perder la fe en la frescura de los amaneceres, y encontrar alguna noche, una estrella que  nos mira desafiando la luminiscencia de nuestras calles… Incluso sirve escribir poesía para viajar al espacio soñado y labrar el encanto de un estremecido verso de amor. Pero hasta la buena tierra hay que laborearla para arrancarle frutos y compruebo que muchos aficionados a escribir poesía apenas si leen versos.
Cierto es que hay poetas ostentosos que presumen ante el público como si fueran diosecillos del Olimpo urbano, se dan entre los muy notables y también entre los trovadores locales que presumen de ser sinceros y decir y escribir lo que sienten como si los demás carecieran de emociones y sentimientos. De todos ellos nos salvan los poetas auténticos que cuando se leen en soledad con la única compañía de un libro nos llegan al alma. Gracias a esos poetas en el techo de la poesía sigue apareciendo la luz a pesar de otras sombras.
Por ellos, y gracias a sus libros, cualquier día es  bueno para la poesía.


                                                                                                     Natividad Cepeda


Arte digital: N. Cepeda





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