La poesía es el arte menos valorado y a
la vez el más recurrido y recurrente; cabaña donde se alojan las palabras
jugando con el honor y la gloria en busca de belleza.
Su nombre fortalece el río de
la vida en la primera edad de la niñez, también la adolescencia y crece
emergente de fuerza inusitada como una procesión de sueños en la juventud.
Apenas si se leen a unos cuantos poetas, porque cualquiera enhebra cuatro
versos y sin humildad alguna se exponen y hasta se obliga a escuchar a los
vates prominentes, sobre todo si en el alijo muestran titularidad
universitaria, como si con adquirir el titulo se adquiriera el don de componer
un verso. Los otros, los poetas de pueblos y ciudades de provincias, son meros jornaleros
despreciados por los que al apego del poder oficial consiguen premios y
medallas. Y aún así, los libros de premios apenas si son leídos por el público
que también, cómo no, se yergue por encima de formas y estilos literarios
argumentando no necesitar de instrucción alguna para componer hermosos versos. Entre unos y otros lo cierto es que en el
mercado de los libros nadie apuesta por invertir en publicar poesía, porque es
un mercado que siempre está en crisis. Y quedan los poetas, pobres entre los
pobres, con su carro de folios llenos de tachaduras rodeados de innumerables
cuervos, ávidos de comerse el despojo.
La Unesco, estableció un día
mundial para leer poesía, para elevarla al techo del mundo conocido en los
portales cultos, al menos de los que presumen de ser cultos, y se nombra en los
medios requeridos para quedar bien. Pero de esos inflados actos y comentarios
¿qué queda de verdad en todo ello? me pregunto. Y creo sin demasiado error a
equivocarme, que ese día 21 de marzo, pasa desapercibido para la mayoría.
Porque la verdad sea dicha sin tapujos ¿para qué sirve la poesía? Pues para casi nada, puede, que para sanar el alma dolorida cuando llora por dentro, o para cantar el vuelo de los pájaros que todavía nos acompañan habitando estas ciudades nuestras inhumanas. Quizá, para no perder la fe en la frescura de los amaneceres, y encontrar alguna noche, una estrella que nos mira desafiando la luminiscencia de nuestras calles… Incluso sirve escribir poesía para viajar al espacio soñado y labrar el encanto de un estremecido verso de amor. Pero hasta la buena tierra hay que laborearla para arrancarle frutos y compruebo que muchos aficionados a escribir poesía apenas si leen versos.
Porque la verdad sea dicha sin tapujos ¿para qué sirve la poesía? Pues para casi nada, puede, que para sanar el alma dolorida cuando llora por dentro, o para cantar el vuelo de los pájaros que todavía nos acompañan habitando estas ciudades nuestras inhumanas. Quizá, para no perder la fe en la frescura de los amaneceres, y encontrar alguna noche, una estrella que nos mira desafiando la luminiscencia de nuestras calles… Incluso sirve escribir poesía para viajar al espacio soñado y labrar el encanto de un estremecido verso de amor. Pero hasta la buena tierra hay que laborearla para arrancarle frutos y compruebo que muchos aficionados a escribir poesía apenas si leen versos.
Cierto es que hay poetas
ostentosos que presumen ante el público como si fueran diosecillos del Olimpo
urbano, se dan entre los muy notables y también entre los trovadores locales
que presumen de ser sinceros y decir y escribir lo que sienten como si los
demás carecieran de emociones y sentimientos. De todos ellos nos salvan los
poetas auténticos que cuando se leen en soledad con la única compañía de un
libro nos llegan al alma. Gracias a esos poetas en el techo de la poesía sigue
apareciendo la luz a pesar de otras sombras.
Por ellos, y gracias a sus
libros, cualquier día es bueno para la
poesía.
Natividad Cepeda
Arte digital: N. Cepeda
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