No
es verdad que existan la hadas, si así fuera las convocaría para ayudad a los niños pobres y huérfanos
del mundo.
Los niños todavía conmueven el corazón
endurecido de nuestra depravada sociedad. Al menos, denuncian algunos medios
periodísticos, que hay que proteger a los niños de las mafias infantiles. Lo he
escuchado mientras desayunaba, cuando el reloj no llegaba a las siete de la
mañana y en los tejados la escarcha pintaba ojos a la madrugada, al tiempo que
se extendía una niebla oscura como si el cielo se tapara la cara para no saber
nada de lo feo y miserable que ocurre en nuestra sociedad.
Las tragedias más horribles se quedan
empequeñecidas ante esta denuncia.
Suena en las emisoras la denuncia y se estrella
contra las paredes violentamente porque
cuando ya no cabe pensar en nada peor, esa realidad macabra y sucia agiganta la
catástrofe hasta límites insospechados.
No es nada nuevo esta noticia cuando se ha dicho
a los cuatro vientos.
Negocios amparados por seres humanos que miran
hacía otro lado y se sientan junto a los verdugos de los desprotegidos.
Sabemos que mueren a diario miles de personas y
nos hemos acostumbrado a ese holocausto. En voz muy baja, casi a hurtadillas,
se habla de la esclavitud que persiste en países árabes. El miedo a no ser
correctos nos amordaza y nos hace
callar.
Se denuncia aquello que no nos causé deterioro
ni nos complique nuestro vivir.
Y olvidamos lo que es inolvidable, por sí
perdemos el asiento que ocupamos en el vagón del tren del bienestar.
La tragedia del hambre es doble tragedia cuando la ignominia se
aprovecha del hambriento, porque quien
nada tiene, cuanto se le da es más que suficiente.
La tragedia es saber que la suciedad del mundo
la conocemos y no la limpiamos.
Luego olvidamos lo escabroso y a los que se
mueren minuto a minuto porque bastante tenemos con lo nuestro… Y así salpicados
de fango crecemos en pobreza y en miserias.
Al fin esa gente está lejos.
Pero, ay, ahora ya nos toca de cerca y los
parados son de los nuestros, y también los que buscan un sitio en el comedor
parroquial porque el hambre acucia. Pero allá en tierras olvidadas siguen
muriendo de hambre y de enfermedades millones de personas. Y no paran las
mafias prostituyendo mujeres, niños y hombres… Lo sabemos y el mundo juega a
taparse la cara y mirar a otro lado porque eso nos queda lejos.
¿Lejos?
¿Dónde están los niños que desaparecen sin dejar
rastro?
El mundo se ha quedado pequeño, salvo para las
mafias que campa a sus anchas.
Natividad Cepeda
Arte digital: N.Cepeda
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