Llora París
y con toda la Francia, llora Europa
Me han llegado correos de amigos que tienen hijos emigrados en
Francia. Me han instado a que lea los periódicos franceses y a ver los videos
colgados durante toda la noche en las redes sociales con las manifestaciones del presidente, François Hollande, y las
imágenes de la sala de conciertos de
Bataclan, envuelta en la horrorosa masacre que dejaron los disparos de los fusiles Kalashnikov.
He contemplado las imágenes con el
dolor de la impotencia y la terrible sensación de aquello que se ha venido
advirtiendo por algunas voces, no escuchadas, acerca de la proliferación de
mezquitas en las ciudades europeas, ha sido un error que Europa pagará muy
caro.
He visualizado y escuchado los gritos
y llantos de los franceses, y he regresado al ayer de aquél 11 de marzo, donde
se masacró a unos españoles en los trenes de la muerte, quedando en todos
nosotros una niebla de incertidumbre que persiste a través del tiempo.
Y he admirado al presidente francés
al decretar el cierre de fronteras y aconsejar a los ciudadanos a quedarse en
sus domicilios, sin miedos a ser llamado xenófobo, racista… y todos los
adjetivos que sobran cuando se atenta contra la vida y la libertad de un país,
olvidando la libertad en las que
las democracias europeas se
sustentan. Y gracias a esa libertad,
nacida en Francia, hace siglos, los
emigrantes de cualquier nacionalidad van y vienen por cualquiera de nuestros
estados. De tal manera que por esa razón
en Europa hay residiendo unos 19
millones de musulmanes en este año 2015.
Diferentes medios y estudios realizados aseguran que la mayoría de
emigrantes no se integran por conservar su
cultura y no aceptar la cultura de la sociedad donde residen.
También hay voces, denunciando en
medios de comunicación diversos, y con estadísticas reales, que una gran parte
de esas comunidades musulmanas se benefician de las ayudas sociales sin aportar
nada a los países de acogida, lo que ha creado paulatinamente, un rechazo
soterrado que, temo, se radicalice ante los atentados que sufre Europa por los
radicales islamistas.
Hay anécdotas que no trascienden a
los medios públicos, pero que sí se cuentan en reuniones familiares y de
tertulias con encuentros de amigos; entre
ellas escuché el verano pasado, que a las personas de pelo negro y piel morena
que viajaban, desde hace años, al Reino Unido, bilingües y totalmente
acompañadas por familias inglesas, conocidas desde años atrás, se miraba con
desconfianza en los pub y clubes privados, a las personas morenas. Y esta actitud se repite en otros países
europeos, creando un rechazo total a
todos aquellos que se distinguen por su forma de no vestir a lo
occidental. En España ha habido
diferentes problemas de convivencia en colegios mistos donde algunas familias
musulmanas han exigido menús diferentes
en los colegios escolares, y protestas en trabajos sociales de ayuntamientos y
Cáritas, como si todos ellos, tuvieran privilegios por ser diferentes,
olvidando, que viven gracias a las ayudas sociales. Temas todos estos acallados
frente a la sociedad en general para no ser llamados xenófobos y racistas, pero
vivo y latente, en un número elevado de
la población española.
Hoy lloramos con París, sin
comprender tanto horror, y sentimos en lo profundo de nosotros, ese temor hacia los que representan terror y
muerte. Y nos sentimos occidentales y
libres albergando en nuestra cultura el legado de Francia donde las libertades
son amparadas y respetadas como en ningún otro país, y por eso no comprendemos
tanta masacre y tanto dolor.
Lloramos y admiramos el coraje francés al decretar las
medidas oportunas sin complejo alguno ante los asesinatos perpetrados. Pedimos,
calladamente, para no ser violentados
por opiniones enfundadas en falsos mensajes de convivencia, que el tráfico de
emigrantes se regule, incluso si hay que volver a cerrar fronteras, exigiendo
identidades auténticas a quienes piden asilo político, además de trabajo.
Y no
queremos olvidar de donde proceden y
salieron las bestias asesinas, ¿quiénes le dieron pasaporte para erigirse en
ejecutores de nosotros? Y sobre todo
nadie les impide inmolarse en nombre de quienes quieran, pero sin
inmolar con ellos a los inocentes que creyeron que al estar conviviendo
con ellos, también eran franceses y
europeos.
Las muertes de París
cerrará puertas; las puertas donde se hacen proclamas y mandatos en contra de la
sociedad occidental, porque una vez más han teñido la convivencia de inseguridad desabrochando un Apocalipsis injusto.
París velará
a sus muertos, rezará por ellos, sin obligar a hacerlo a nadie que no lo desee, sin
empuñar fusiles ni bombas por plazas,
calles y restaurantes: esta es nuestra forma de convivir. Saber que el respeto,
es convivir respetando todo lo que nos rodea. O dicho en Román paladino; donde
fueras has lo que vieras.
Siento un vació interior por tanto
terror, vuelco mi llanto por todos los
muertos ejecutados en cualquier lugar de nuestro mundo, porque es tiempo de
llorar y dejar correr las lágrimas.
Natividad
Cepeda
Fotografía tomada del web
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