jueves, 20 de diciembre de 2012

Catálogo de Navidad


                                               
Con el resol del invierno abro el catálogo navideño con un índice desacostumbrado buscando la consolación que el destino deja sobre la herradura señalada en el polvo de los días.
En estos días hay que volver a cantar los villancicos de siempre; aquellos aprendidos al calor familiar cuando la familia hablaba con Dios sin complejos y sin tapujos.
Diciembre es el mes que busca pan dulce con sabor a mazapán y turrón sin reparar en el vestido de quien lo come.
Diciembre lleva impreso en sus días el dibujo de un niño nacido por amor, que es como todos los niños deberían nacer. Y por esa poderosa razón nos marca con su signo de lumbre las entrañas, y el reloj del invierno se postra de rodillas ante un portal simbólico que se contempla con respeto, y al que de labios adentro, pedimos protección para el huerto de la vida.
Por el paso del solsticio de invierno llega hasta nosotros la ternura disfrazada de ruegos envuelta en velos de alas angelicales para paliar el frío gélido de la desnudez  que origina la codicia.
Codicia de los que abren el catálogo de las firmas comerciales para seleccionar regalos de alto coste, olvidando, o ignorando a conciencia, la precaria situación de miles y millones de personas con rostro conocido, hoy también en esta España que ha vuelto a mendigar un plato de comida en los comedores de caridad de instituciones religiosas, la mayoría de ellas católicas, y también en esas otras que recogen alimentos en bancos sin divisas ni acciones, precursores de empresas solidarias.

Catálogo navideño empinado en la crestería del siglo que se nos prometía del ocio y el trabajo reducido, con sueldos fabulosos, que a la vuelta de unos meses se nos ha mostrado desolado, sin orilla que cruzar para alcanzar el paraíso del consumo.
Fragilidad con fondo de barrizal que nos nubla la vista en medio de calles ataviadas de frágiles mentiras selladas con fría luz de figuras de bombillas.
Este diciembre nos ha traído un beso de lodo miserable en el mar oscuro de la putrefacta política, que juega con los derechos de las personas, sin escrúpulo, dejando el alma desasosegada y con escaso atisbo de esperanza.


Se nos ha vuelto diciembre de espaldas ante tanto infortunio, entre murmullos de intrigas y evasiones de cantidades de euros, imposibles de contar, alojados en paraísos fiscales y asociaciones fraudulentas, a donde el ciudadano normal y con escasos recursos, no tiene, ni ha tenido acceso, por lo que todo se cierra a su paso.
Hojeando ese catálogo sórdido plagado de impurezas, resbala por las comisuras del alma la desazón de que si no miramos al niño que nos nace en diciembre, no será posible atisbar una pequeña luz de la estrella mensajera de amor.

Al amor de la lumbre del mensaje navideño todavía es posible acertar a ver la luz de las estrellas verdaderas, lejanas y bellísimas, misteriosas e inaccesibles pero necesarias al igual que la fe en Dios y en las personas.
Poca cosa es la fe cuando no aparece en los catálogos navideños de papel cuché ni en los anuncios televisivos. Pero Dios suena en diciembre con llanto y con sonrisas. Llanto por los niños asesinados en las escuelas,  en los campos de guerra, en la desahuciada batalla del  hambre diaria de los países paupérrimos. Niños dentro de la arquitectura del amor plagado de regalos y atenciones: Amados niños que sostienen la esperanza en su mirada franca y limpia confiando en el mundo que los rodea sin saber que les traerá el mañana. Rito de nacimiento remansando en la alborada del 24 de diciembre para festejar la venida del Amor, desde el regazo de una madre que sigue diciendo Sí a la vida del No nacido. Lo demás es pura banalidad, parva de  corderos en un belén de plástico o de barro que se contempla desde la ojiva del portal de Belén; cuando en esa ciudad la paz tampoco es lo que debiera ser.

El aire de diciembre nos trae el balbuciente llanto de un recién nacido  cuajado de amor fraternal y por ese discurrir dentro de un privilegio no entendido aún hoy, las gentes de buena voluntad siguen encendiendo hogueras en el corazón para calentar su orfandad.  Tiembla diciembre en sus cimientos por el gesto repetido de que Dios se acuerda de nosotros a pesar de la avaricia desmedida del rico que genera miseria, porque entre las manos del Niño Dios, hay antorchas de luz para los desamparados de la tierra. 


Por los entresijos del invierno, sin catálogo editado, se percibe el canto de los ángeles diciendo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad… En voz baja diciembre escucha el coro de los ángeles  por las calles rumorosas de gente,  a veces hay quien dice que ha pasado un ángel, y casi nadie lo cree. Si los ángeles se retrataran en papel cuché seguramente tendrían muchos seguidores y la Navidad dejaría de de existir.
Cuando el amanecer se santigua en las mañanas de invierno, canta tembloroso el orbe en ese instante, naciendo en el ajimez del misterio,  Dios en la Nochebuena.


                                                                                                                    




                                                                                                                                                       
                                                                                                                                                                 Natividad Cepeda

                                                                                                                                            

 Arte digital: N. Cepeda


No hay comentarios:

Publicar un comentario