Con el resol del invierno
abro el catálogo navideño con un índice desacostumbrado buscando la consolación
que el destino deja sobre la herradura señalada en el polvo de los días.
En estos días hay que volver
a cantar los villancicos de siempre; aquellos aprendidos al calor familiar
cuando la familia hablaba con Dios sin complejos y sin tapujos.
Diciembre es el mes que busca
pan dulce con sabor a mazapán y turrón sin reparar en el vestido de quien lo
come.
Diciembre lleva impreso en
sus días el dibujo de un niño nacido por amor, que es como todos los niños
deberían nacer. Y por esa poderosa razón nos marca con su signo de lumbre las
entrañas, y el reloj del invierno se postra de rodillas ante un portal
simbólico que se contempla con respeto, y al que de labios adentro, pedimos
protección para el huerto de la vida.
Por el paso del solsticio de
invierno llega hasta nosotros la ternura disfrazada de ruegos envuelta en velos
de alas angelicales para paliar el frío gélido de la desnudez que origina la codicia.
Codicia de los que abren el
catálogo de las firmas comerciales para seleccionar regalos de alto coste,
olvidando, o ignorando a conciencia, la precaria situación de miles y millones
de personas con rostro conocido, hoy también en esta España que ha vuelto a
mendigar un plato de comida en los comedores de caridad de instituciones
religiosas, la mayoría de ellas católicas, y también en esas otras que recogen
alimentos en bancos sin divisas ni acciones, precursores de empresas
solidarias.
Catálogo navideño empinado en
la crestería del siglo que se nos prometía del ocio y el trabajo reducido, con
sueldos fabulosos, que a la vuelta de unos meses se nos ha mostrado desolado,
sin orilla que cruzar para alcanzar el paraíso del consumo.
Fragilidad con fondo de
barrizal que nos nubla la vista en medio de calles ataviadas de frágiles
mentiras selladas con fría luz de figuras de bombillas.
Este diciembre nos ha traído
un beso de lodo miserable en el mar oscuro de la putrefacta política, que juega
con los derechos de las personas, sin escrúpulo, dejando el alma desasosegada y
con escaso atisbo de esperanza.
Se nos ha vuelto diciembre de
espaldas ante tanto infortunio, entre murmullos de intrigas y evasiones de
cantidades de euros, imposibles de contar, alojados en paraísos fiscales y
asociaciones fraudulentas, a donde el ciudadano normal y con escasos recursos,
no tiene, ni ha tenido acceso, por lo que todo se cierra a su paso.
Hojeando ese catálogo sórdido
plagado de impurezas, resbala por las comisuras del alma la desazón de que si
no miramos al niño que nos nace en diciembre, no será posible atisbar una
pequeña luz de la estrella mensajera de amor.
Al amor de la lumbre del
mensaje navideño todavía es posible acertar a ver la luz de las estrellas
verdaderas, lejanas y bellísimas, misteriosas e inaccesibles pero necesarias al
igual que la fe en Dios y en las personas.
Poca cosa es la fe cuando no
aparece en los catálogos navideños de papel cuché ni en los anuncios
televisivos. Pero Dios suena en diciembre con llanto y con sonrisas. Llanto por
los niños asesinados en las escuelas, en
los campos de guerra, en la desahuciada batalla del hambre diaria de los países paupérrimos. Niños
dentro de la arquitectura del amor plagado de regalos y atenciones: Amados
niños que sostienen la esperanza en su mirada franca y limpia confiando en el
mundo que los rodea sin saber que les traerá el mañana. Rito de nacimiento
remansando en la alborada del 24 de diciembre para festejar la venida del Amor,
desde el regazo de una madre que sigue diciendo Sí a la vida del No nacido. Lo
demás es pura banalidad, parva de
corderos en un belén de plástico o de barro que se contempla desde la
ojiva del portal de Belén; cuando en esa ciudad la paz tampoco es lo que
debiera ser.
El aire de diciembre nos trae
el balbuciente llanto de un recién nacido
cuajado de amor fraternal y por ese discurrir dentro de un privilegio no
entendido aún hoy, las gentes de buena voluntad siguen encendiendo hogueras en
el corazón para calentar su orfandad. Tiembla
diciembre en sus cimientos por el gesto repetido de que Dios se acuerda de
nosotros a pesar de la avaricia desmedida del rico que genera miseria, porque
entre las manos del Niño Dios, hay antorchas de luz para los desamparados de la
tierra.
Por los entresijos del
invierno, sin catálogo editado, se percibe el canto de los ángeles diciendo:
Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena
voluntad… En voz baja diciembre escucha el coro de los ángeles por las calles rumorosas de gente, a veces hay quien dice que ha pasado un ángel,
y casi nadie lo cree. Si los ángeles se retrataran en papel cuché seguramente
tendrían muchos seguidores y la Navidad dejaría de de existir.
Cuando el amanecer se
santigua en las mañanas de invierno, canta tembloroso el orbe en ese instante,
naciendo en el ajimez del misterio, Dios
en la Nochebuena.
Natividad Cepeda
Arte digital: N. Cepeda
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