Ocurrió un día; fue en diciembre,
de pronto, un niño
se hizo carne y habitó un
lugar en la casa.
Cuando llegó, lo miramos,
y después de peinar canas
y de haber visto muchos
niños
antes de que él naciera,
volvimos a mirarlo
emocionados.
Volvimos a ver el milagro
de la vida
y a sentir miedo por si
después de verlo
le sucedía algo terrible y
lo perdíamos.
En el cuaderno familiar,
donde se anotan los días
tristes
en los que la muerte nos
arrebata
una persona amada,
escribimos, que un niño
nos devolvía la esperanza.
Mirándole, comprendimos,
que un niño es mucho más
valioso
que lo que se puede comprar en los bazares.
Llegó y nos cambió el
paisaje cotidiano.
y pedir disculpas a los
amigos
por no poder asistir a
comidas y cenas.
Tuvimos que hacer un hueco
en las habitaciones
para cuando él llegara...
Bajamos la cuna que dormía
el sueño
del olvido en el trastero,
compramos colchón y
biberones,
trona y juguetes, al mismo
tiempo
que dejábamos de ver la
televisión
Las cosas importantes se
redujeron
a mirar sus primeros
balbuceos,
a indagar como le salía el
primer diente,
y asistir asombrados
como al destetarlo su
madre
se tomaba su primer
biberón sin protestar…
En el transcurso de los
meses asistimos
extasiados a escuchar sus
primeras palabras,
su risa y su alegría al
conocernos.
Gracias a ese niño
el alma se vistió de gozo
y fue un
invierno diferente.
Natividad Cepeda
del libro “Camino de amor” finalista del Premio Mundial de Poesía
Mística “Fernando Rielo” 2011
Arte digital: N. Cepeda
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