jueves, 22 de noviembre de 2012

La otra partícula de Dios: los niños ultrajados de nuestro propio mundo.



Noviembre tiene una fecha demasiado importante en su calendario referente al 20 de noviembre, pero precisamente porque es importante, pasa totalmente desapercibida y olvidada para la mayoría de todos nosotros.


Noviembre es un mes de luces y sombras a mitad de camino entre el otoño con su color dorado y su llanto desbordado de exagerado lagrimeo de ríos desbordados.
 Llanto de lluvia necesaria y temida, y puente por donde viene silbando el aire del invierno que para diciembre nos saluda con su beso helado en mitad de la calle y de los campos.

Noviembre suele acuñar fechas con sabor a nostalgia trasnochadas. Algunas oxidadas, como la herrumbre del hierro de las frías estatuas, emplazadas para indicar que debajo del pedestal del homenajeado, sólo queda el broce verdoso y amarillo, para retener la memoria del que nadie repara. En medio de ese baile de efemérides el tratado de los derechos del niño - de la niña- nos recuerda cada 20 de noviembre, que hay 193 países que firmaron velar por su integridad, apoyados por el comité  de 18 expertos en el campo de los derechos de la infancia por encima de derechos y  ordenamientos distintos. Se convirtió en ley  en 1990, aceptada también por España, quedando fuera de esa convención  Estados Unidos junto a Somalia, en ese tratado internacional de buenas intenciones que no siempre son efectivas en la defensa de la infancia.

La convención tiene 54 artículos que reconoce que todos los menores tienen derecho al pleno desarrollo físico, mental y social, y a expresar con libertad lo que piensan, sin olvidar la salud y el progreso en todo su contexto humano y cultural. Irrealizable sueño y utopía altruista de la que se ríen los poderosos señores de la tierra.
                                                                                                                                                        
Los dictámenes que se formaron para la CDN, que son las siglas del Comité de los Derechos del Niño, no son cumplidas ya que 18,000 niños mueres de hambre  y de sus secuelas a diario. Niños sin ninguna protección, maltratados desde la explotación consentida de políticos que agrupados en la cúspide del poder se olvidan de su propia infancia. Niños lejanos que no importan, salvo para ser empleados como mano de obra barata por inversores y accionistas de grandes cadenas de producción a nivel mundial. Niños ultrajados porque las leyes existentes se tapan los oídos y los ojos cuando son violados, agredidos y manipulados por gobernantes abyectos con los que se comparte almuerzo y alfombra, pasando por alto la agonía y muerte de esa partícula de Dios, que son todos los niños que vienen a la vida.

Me pregunto, ¿de qué sirven los documentos firmados en esas convenciones ante los escribanos de nuestra civilizada sociedad occidental? ¿Y todos esos congresos y conferencias en palacios de cristales impolutos, donde lo ceremonial prima por encima de la equidad y la justicia?  ¿Y los que a nuestro alrededor, desde hace un par de años, son desalojados de la vivienda familiar porque el trabajo falta, y la ruina se cierne sobre los manipulados ciudadanos de España y Europa  sin otro recurso que el del trabajo que escasea? Niños nuestros, con rostro, nombre y apellidos. Niños perjudicados por la avaricia desmedida del poder gubernativo en el que se ha confiado, con sus derechos pisoteados sin miseración alguna…

Pasará el 20 de noviembre sin gloria, con la pena de saber que los niños no dejarán de ser ríos desbordados en sucesivas generaciones, mientras los que los exprimen, olvidan qué la indefensión infantil es consecuencia de  leyes convertidas en papel mojado.


                                                                                                              Natividad Cepeda








Arte digital: N. Cepeda




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