Noviembre
tiene una fecha demasiado importante en su calendario referente al 20 de
noviembre, pero precisamente porque es importante, pasa totalmente
desapercibida y olvidada para la mayoría de todos nosotros.
Noviembre
es un mes de luces y sombras a mitad de camino entre el otoño con su color
dorado y su llanto desbordado de exagerado lagrimeo de ríos desbordados.
Llanto
de lluvia necesaria y temida, y puente por donde viene silbando el aire del
invierno que para diciembre nos saluda con su beso helado en mitad de la calle
y de los campos.
Noviembre
suele acuñar fechas con sabor a nostalgia trasnochadas. Algunas oxidadas, como
la herrumbre del hierro de las frías estatuas, emplazadas para indicar que
debajo del pedestal del homenajeado, sólo queda el broce verdoso y amarillo,
para retener la memoria del que nadie repara. En medio de ese baile de
efemérides el tratado de los derechos del niño - de la niña- nos recuerda cada
20 de noviembre, que hay 193 países que firmaron velar por su integridad,
apoyados por el comité de 18 expertos en
el campo de los derechos de la infancia por encima de derechos y ordenamientos distintos. Se convirtió en
ley en 1990, aceptada también por
España, quedando fuera de esa convención
Estados Unidos junto a Somalia, en ese tratado internacional de buenas
intenciones que no siempre son efectivas en la defensa de la infancia.
La
convención tiene 54 artículos que reconoce que todos los menores tienen derecho
al pleno desarrollo físico, mental y social, y a expresar con libertad lo que
piensan, sin olvidar la salud y el progreso en todo su contexto humano y
cultural. Irrealizable sueño y utopía altruista de la que se ríen los poderosos
señores de la tierra.
Los
dictámenes que se formaron para la CDN, que son las siglas del Comité de los
Derechos del Niño, no son cumplidas ya que 18,000 niños mueres de hambre y de sus secuelas a diario. Niños sin ninguna
protección, maltratados desde la explotación consentida de políticos que
agrupados en la cúspide del poder se olvidan de su propia infancia. Niños lejanos
que no importan, salvo para ser empleados como mano de obra barata por
inversores y accionistas de grandes cadenas de producción a nivel mundial. Niños
ultrajados porque las leyes existentes se tapan los oídos y los ojos cuando son
violados, agredidos y manipulados por gobernantes abyectos con los que se
comparte almuerzo y alfombra, pasando por alto la agonía y muerte de esa
partícula de Dios, que son todos los niños que vienen a la vida.
Me
pregunto, ¿de qué sirven los documentos firmados en esas convenciones ante los
escribanos de nuestra civilizada sociedad occidental? ¿Y todos esos congresos y
conferencias en palacios de cristales impolutos, donde lo ceremonial prima por
encima de la equidad y la justicia? ¿Y
los que a nuestro alrededor, desde hace un par de años, son desalojados de la
vivienda familiar porque el trabajo falta, y la ruina se cierne sobre los
manipulados ciudadanos de España y Europa
sin otro recurso que el del trabajo que escasea? Niños nuestros, con
rostro, nombre y apellidos. Niños perjudicados por la avaricia desmedida del
poder gubernativo en el que se ha confiado, con sus derechos pisoteados sin
miseración alguna…
Pasará
el 20 de noviembre sin gloria, con la pena de saber que los niños no dejarán de
ser ríos desbordados en sucesivas generaciones, mientras los que los exprimen,
olvidan qué
la indefensión infantil es consecuencia de leyes convertidas en papel mojado.
Natividad Cepeda
Arte digital: N. Cepeda
No hay comentarios:
Publicar un comentario