lunes, 3 de octubre de 2022

Al otro lado del infierno

 

                                  


           Cerca de la ventana está la cama, la separa de la pared algo más de un metro, desde ella se ve un trozo de cielo azul: un trozo de cosmos por donde no vuelan  pájaros ni pasan aviones. Al otro lado de la cama una cortina sostenida desde el techo por  un riel separa otra cama que a duras penas alcanza a ver el trozo de cielo. En el pasillo se escuchan los agiles pasos de los sanitarios y también los pasos desapercibidos de los acompañantes que esperan afuera porque ha pasado el médico o porque tienen que atender al enfermo. 

La expresión del rostro no deja dudas al dolor que inunda al ocupante de la cama. El ambiente es una espiral que penetra por todos los rincones de la estancia. Y lo peor es que los días se suceden sin garantía de éxito inmediato. Si faltara el amor de los acompañantes la vida de los postrados carecería de sostén para seguir viviendo. Solo cabe luchar sin perder la esperanza para salir de ese infierno. Cerca de la ventana el contorno del día navega en su quehacer con olor a carne avasallada y sin muchos recursos para salir de allí. Lo bueno  es que a pesar de las largas listas de espera todavía tenemos la esperanza de ser atendidos. Durante los dos años de la pasada pandemia del Covid-19 en España se dejaron de atender enfermedades de cáncer y las metástasis extendidas no pudieron ser combatidas.   

No se habla de esos pacientes fallecidos porque no están en las estadísticas se nos han ido poco a poco envueltos en ese silencio de dolor y lágrimas de los que los han perdido. Los lloramos y sabemos que viven en nosotros a pesar de la ausencia.

Pienso en lo injusto e inhumano que es no dejar  acompañar a un enfermo cuando ingresa en el hospital. Lo he vivido y siento mi impotencia ante el muro infranqueable de las normas impuestas. El infierno es ese, la soledad del enfermo y la angustia del familiar que afuera espera y espera pensando si volverá a ver a la persona amada al día siguiente.

 He conocido demasiados hospitales y ahora los temo por su dictadura férrea. Los temo y los necesito y pienso en los miles y miles de personas que carecen de ellos.

Mi mundo es pequeño y aun así  me siento perdida en su inmensidad.

 

Natividad Cepeda

 



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