domingo, 13 de septiembre de 2020

Reatas y carreros de Tomelloso los últimos Quijotes


 En este pueblo mío hay tantos Quijotes que sin conocerlos es imposible  imaginarlo.  Los hay tan entusiasmados  que invierten su tiempo y su persona, ademas de sus ahorros, en devolver a la actualidad las mulas que ahora no son utilizadas en la agricultura y sí se utilizaron en el pasado.  Son hombres esforzados y cuidadosos de esa tradición hasta en los más pequeños detalles. 

En esa tarea inconcebible al ser desconocida no les importa apostar su pasión y vida, al margen de que las corporaciones municipales que hay, y han pasado por el ayuntamiento no les brinden un apoyo económico digno de ser considerado como patrimonio de Tomelloso.
Cuando las reatas desfilan en la Romería del último fin de semana de abril en honor de la Santísima Virgen María de las Viñas, el publico se emociona al contemplar las mulas enjaezadas con una belleza inusitada y barroca en sus arreos desde las mantillas bordadas a los correajes impolutos que lucen los animales.
Todo lo hacen ellos, el esquile, la labranza durante el año para que las mulas no se enfermen, sacarlas  por las calles para que se acostumbren a desfilar por el asfalto y aprendan a no resbalar...
Y todos los gastos de mantenimiento, piensos y arreglos de carros en perfecto estado  lo sostienen ellos. 
Hombres, casi todos jubilados con pensiones exiguas y escaso patrimonio, sus viviendas y poco más. 
Los veo desfilar y admiro su férrea voluntad por preservar esa tradición arcana de engalanar las mulas mimándolas y amándolas, orgullosos de su linaje campesino. 
Desfilan ataviados de pantalón azul o negro, camisa blanca, chaleco negro, gorra en la cabeza y pañuelo de yerbas  atado al cuello con su látigo nuevo de no haber sido usado,  perfecto, en la mano, y el gesto altivo de quienes se saben poseedores de un linaje que les ha valido y les vale, esfuerzo personal  que a nadie deben.  
En los días de romería, los políticos se hacen fotografías con ellos y sus reatas,  al velos hacer las fotografías pienso que cuando se marchan no vuelven a recordarlo porque no les conceden ayudas para su mantenimiento.  
Son quijotes nacidos en esta tierra áspera y seca, hermosa en el azul limpio de su cielo que permanece viva gracias a los muchos soñadores que se pagan sus sueños hasta que mueren. 
Cuando leo los euros concedidos a asociaciones que nadie conoce y menos sabemos de sus logros, pienso en estos carreros de mi ciudad rural y urbana, donde un grupo de personas mayores, hombres y mujeres, se afanan en mostrar esa gallardía campesina con el lustre de la vieja tradición castellana, sin mendigar ayudas, sin quejas en sus labios, sin mostrar dolor por el abandono y despereció por lo que hacen  e invierten las familias...
Los carreros tomelloseros y sus mujeres, bordadoras de mantillas de seda que lucen las mulas en sus cuerpos, cooperadoras con sus hombre en que ellos hagan realidad sus anhelo; anónimas todas ellas, en la sombra de la casa familiar al cuidado de esas ropas que sus hombres llevan limpias como chorros de oro. Porque para esas familias su fortuna es mostrar la vieja tradición del carro entoldado y enjaezado tirado por la mulas briosas y con nervio, tan valientes como ellos. Cuando alguno de ellos se muere al desfilar en las romerías y ferias, buscamos sus rostros, su gesto duro y su andar echado hacia atrás, llevando el ramal de las mulas, o andando otras veces al lado del carro y de las reatas dejando que los miren las gentes con esa postura que sólo ellos tienen desfilando con sus reatas.

Son figuras a extinguirse, sin que pase demasiado tiempo porque no tendrán fortuna para ser sostenidas por las próximas generaciones, ni arrestos para continuar en esta sociedad arruinada en valores y en sueldos  y patrimonios pequeños.  Esos patrimonios de la clase media española desapareciendo por los elevados  impuestos y la bajada continua de los productos agrarios.
Mientras escribo veo los rostros de los carreros que se han marchado de entre nosotros y si hay un cielo estoy segura que ellos estarán en un cielo de surcos arando con la mulas, mientras sueñan con ponerlas guapas para desfilar junto a ellas por las calles y plazas de los pueblos. 

Natividad Cepeda
  

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