martes, 1 de septiembre de 2020


 Ha llegado septiembre con sabor a uvas y susurros de enfermedad y muerte enrevesada y cruel. Ha llegado con ese canto antiguo de vendimia donde anteriormente, no ahora, se celebraban fiestas en honor al vino que después nacería. 

La muerte de las uvas en los lagares era la prosperidad de las familias, el reencuentro con los frutos de la tierra y el sustento para los meses venideros.

Escucho en estos primeros días, solo dos días septembrinos, la desazón en la sociedad por la apertura de los colegios y toda esa carga de incertidumbre frente a la pandemia del Covid 19 que persiste en ser nuestro azote diario.

No soñamos en conseguir la luna porque se nos han roto los sueños en los bares y restaurantes arruinados, en los millones de parados sin ayudas, en los miles de personas que llegan en pateras buscando en este país nuestro desolado, un imposible refugio para mejorar su vida. Se nos han roto los sueños y la esperanza está hecha pedazos de impotencia ante la actualidad que nos entierra en miseria y muerte.

En la foto fija de España  vemos a la clase política dominante vivir a cuerpo de rey mientras el pueblo se traga sus lágrimas y su rabia. Nos hacemos esas preguntas que nadie nos contesta ¿hasta cuando podremos aguantar? y ahora hay que recoger la cosecha que las manos de los españolitos, apuntados al paro, no quieren  hacer porque no es trabajo para ellos...

En la semipenumbra del escarnio a los viticultores se les ha llegado a llamar esclavistas, explotadores y otros adjetivos difamadores que no quiero escribir porque, no es así.  Que en este sector hay también  malvados, no lo dudo, pero en número pequeño porque la agricultura en España va amenos precisamente por la forma de vida del sector, agobiado y perseguido por  las administraciones y sindicatos, amén tener que lidiar con una mano de obra extranjera y no tan eficaz como se quisiera. Y, nadie, absolutamente nadie, investiga las bolsas del paro; de esos parados que durante años no han trabajado y vive cobrando de la sopa boba dela administración y los impuestos de los que trabajan.

Escribo de toda esta realidad sabiendo que sería mejor callar  convencida de que seguirán medrando los picaros y vagos  y en la cuneta iremos quedando los demás. Es demasiado profunda la impotencia de este futuro incierto y cuando se vendimie vendrá la inseguridad de cómo se venderá la cosecha  en un mercado a la baja con los precios de salarios y gasóleos subiendo... 

Y además esta pandemia que nos engulle  sembrando de muerte pueblos y ciudades. Septiembre ha llegado y al ir terminando el verano no vemos solución a tantos males como nos rodean.


Natividad Cepeda

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