Septiembre ha llegado en hora buena con su aroma de uvas vendimiadas y el
regreso de los muchachos a las aulas. El sol es joya con matices de membrillos
en los días perdidos de bienaventuranzas descalzas de malicia por las tardes de
Tomelloso cuando te dice adiós al despedirte.
Septiembre, éste septiembre nuestro, se sienta con dulzura en las plazas a
la vera de las iglesias que siguen dando cobijo al Santísimo en la penumbra tenue
del Sagrario. Sagrarios de mi fe y de tantos otros que esperan que las manos
del sacerdote bendigan el pan y el vino de nuestras cosechas para que el
misterio de Cristo resucitado sea
presente vivo entre sus manos de
oficiante sagrado.
Han pasado los años entre la repentina luz azul de las mañanas y el sonido
de campanas que llaman a la oración de la misa diaria en la que tú, Matías
Rubio Noblejas, oficiaste durante dieciséis años en esta pobre y limpia iglesia
de Tomelloso, carente de cúpulas de altura y sillares de afamados
canteros, pero con un caparazón de fe
entre sus muros viejos que tú remendaste y lavaste la cara, dejándola hermosa
cuando ahora se la mira desde esa Pasada vieja de los Portales, que es junto a
ella nuestro referente del pasado. Los recuerdos afloran similares a olas de
playas barriendo las arenas vividos entre los afanes de los días, de esos más
de tres lustros, que hemos compartido contigo. Ahora, cuando te marchas a
seguir en otro pueblo y parroquia, a seguir bendiciendo las cosechas de Dios
entre tus manos. curtidos por los años, regresan en tropel a mi memoria todos
ellos, y en esos contornos están los que se fueron a descansar en la paz de los
justos y que tú, sacerdote católico, despediste en el templo.
No es fácil para mi repasar las vivencias que prevalecen a veces adormidas
unas, y otras, muy presentes, porque han marcado mi presente y también el de
otros que junto a ti, emprendimos con fe y perseverancia recobrar la santidad
de un joven pacifista que por encima de odios y venganzas de fratricidas guerras convulsas, oró con su rosario de
cuerda entre sus manos, por la paz y el amor entre todos los seres humanos de
este mundo: Ismael de Tomelloso, fue el misterio de Dios en su llamada a los
que se nos fueron y, a los que hoy quedamos
por el camino emprendido.en su canonización. Hasta hoy tú has sido el
consiliario de esa empresa de amor y fe que nos legaron los que lo conocieron y
el empuje de Blas Camacho Zancada, que revolvió el pasado para traer de una vez
por todas a Ismael de nuevo entre nosotros. A veces estimado Matías, ignoramos
el porqué de lo que nos sucede y nos cambia la vida y nos la marca. Yo creo que
eso es misterio de Dios y también su llamada.
Septiembre te lleva a otro pueblo vinatero y agrícola, a ese Bolaños de
realengo antiguo, que permanece gracias
a su esfuerzo, vivo y seguro igual que Tomelloso, sin escudos de nobleza en sus
paredes, pero fuerte defendiendo el terruño donde morar los hijos. Siento,
sentimos que te marches en este porche por donde nos cobijamos a la sombra de
la fe de nuestros mayores; son ellos, los ancianos y enfermos a los que tú has
visitado desde que llegaste, los que se siente descobijados con tu marcha: así
lo he escuchado de sus labios. Huele el amanecer a sinfonía temprana de otoñada
y también al rito de esa ceremonia de adiós y bienvenida que la sencilla
mancheguía de estas gentes te dará en los dos pueblos.
Crecemos, sin darnos cuenta, entre
la dimensión del pasado y el presente con nuestra identidad entre luces y
sombras buscando la infinitud del Creador entre tanto ruido ensordecedor, que
nos aturde, y en la lectura de la Santa Escritura y el Evangelio, quedan tus
homilías en el templo repleto de la misa dominical y en las misas diarias, de
la mañana y de la tarde. No ignoro que
en las alforjas de la actualidad no es importante la noticia del traslado de un
sacerdote de una parroquia a otra, de puntos geográficos distintos. Porque esa
trilla diaria de orar por los vivos y los muertos no es noticia en el cuajado
frontón de las ciudades.
Pero, no quiero olvidar que nos has servido a esta comunidad de fieles sin
otro premio que mostrar a Dios desde la soledad del altar mayor de nuestra
iglesia. Gracias por compartir mesa y fe desde el cáliz y la patena alzada de tus manos, Matías Rubio Noblejas,
por dejarnos ese Centro Parroquial que te ha desvelado y, por irte un poco
desgastado de este pueblo que es tuyo como mío. Sabes que tienes nuestras
puertas abiertas de ese racimo amplio que te despide en este tiempo de vendimia. Dios te aliente y
te bendiga, hermano sacerdote de Cristo, allá donde tú mores.
Natividad Cepeda
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