El tiempo desdibuja lo que fue real, similar a los castillos de arena de la playa que el mar borra quedando lo que capto una fotografía sin esa instantánea nadie lo recordaría. El aliento de los creadores en su faceta personal se olvida quedando para el gran público sus obras. Ha vuelto a los medios de comunicación y culturales el escritor Francisco García Pavón, en la conmemoración del centenario de su nacimiento por la celebración de esta efemérides se escribe y dan conferencias sobre su personalidad y obra literaria. Se han vuelto a reeditan sus obras completas. Dentro de la espiral de ese recordatorio todo es válido. Y todos aseguran haber leído al escritor tomellosero, nacional e internacional por lo que escribir sobre él y su legado literario es bien recibido.
La primera novela que leí a mis once años en las horas de siesta fue, Cerca
de Oviedo, de Francisco García Pavón; libro que figuraba en el armario
biblioteca del despacho de mi padre. Un libro
que me hizo preguntar por el autor al que conocí en el Casino de San
Fernando de Tomelloso, situado junto a la iglesia de la Asunción de Nuestra
Señora: Casino adonde los domingos iba con mis padres por ser lugar de reunión
con los amigos y centro de la sociedad rural de Tomelloso. Allí los niños
jugábamos al parchís automático, comíamos cortezas y patatas fritas, bacalao rebozado recién hecho en la cocina
del casino. En verano mientras los mayores hablaban sentados en los veladores de
la terraza del casino, los niños correteábamos por entre mesas, sillas y la explanada de la iglesia. Fue allí
donde mis padres me dijeron quién era el escritor de la novela que yo había
leído…
La vida es un bulevar increíble que desborda por los personajes que
desfilan por él. Y en ese bulevar tomellosero
vi pasar los años al escritor con
el que jamás hablé, porque a pesar de que me encontraba con su mirada
penetrante al coincidir comprando el periódico en la tienda popular de Quinito,
los que comprábamos prensa, y en la plaza bulevar del casino y la iglesia,
donde él paseaba solo, al caer la tarde y llegar la noche, mi respeto hacia el
personaje y mi timidez me lo impidió. También muchas noches, a través de los
años, lo vi con su amigo Manolo Perona, camarero del casino, al
que yo saludaba porque lo conocía desde la infancia; hombre educado y culto,
amigo de mi padre y de Francisco García Pavón. Los dos paseaban en la plaza solitaria dialogando
pausadamente y con los que al cruzarme, alguna vez Manolo, me preguntaba por mi
padre, cuando llevaba algún tiempo sin verlo por el casino. Con ellos me paraba
unos minutos y en la mirada de Paco García Pavón, siempre había destellos de
sonrisa a la manera de la Mona Lisa. Los
dos nos conocíamos. Y es que a veces el
lenguaje de los gestos dice mucho más que las palabras. El tiempo nos devuelve la memoria al socaire de los
recuerdo. Son tantos nombres los que han pasado y tantas las bajezas y
grandezas las que se han vivido… Tantas las que no se cuentan y las que se
exageran, omiten y se inventan…
Se celebra un centenario y en el oleaje de las pequeñas historias todos se
apuntan alardeando de conocer al escritor y su obra. En esas acechanzas todos
son versados sobre los libros publicados del escritor. Y todos, viejos y
jóvenes presumen de haberle conocido. Los que compraban el periódico en la
“tienda de Quinito” repleta de prensa y coincidían con el escritor con los que
hacían cola para sellar las quinielas del futbol, jamás intercambiaron palabra
alguna con él. Ni él con ellos.
Mientras el rodaje de la serie de Plinio por las calles de Tomelloso, en
las idas y venidas de los actores y figurantes locales tampoco levantó
demasiada expectación. Recuerdo que en la calle Belén – llamada ahora, Rvdo. D.
Eliseo Ramírez - en frente de la calle
Galileo, había un estanco: el estanco de Pedro Borlas, donde además de tabacos
se vendían sobres, cartas, lapiceros, borradores, sellos de correos y algunas
otras cosas que la vecindad de esas calles solíamos adquirir con asiduidad.
Entre descanso de rodajes era normal ver paseando tranquilamente a los actores Antonio Casal (Plinio) y
Alfonso del Real (Don Lotario), incluso pasar a comprar al pequeño estanco
donde coincidíamos con ellos y donde de la manera más natural intercambiaban
algunas frases con el estanquero y los
parroquianos; sin fotos ni aspavientos. En la misma acera, fachadas
después había una tienda donde se
vendían hilos, cremalleras, medias, calcetines y se cogían puntos a las medias
por las dependientas de Lola Merlo. Tienda de clientela femenina y donde cuando
el rodaje se iniciaba molestaba un tanto a los dueños de las tiendas porque se
cortaba el tráfico y bajito y a
regañadientes musitaban que ya podrían rodar cuando no molestaran a las horas
de trabajo. Y curiosamente casi nadie había leído los libros de Francisco
García Pavón, confesándolo sin culpa alguna. Los más viejos referían que su
familia habían tenido la fábrica de
muebles del Infierno, y que su mujer era hija de Angelito Soubriet, que había
tenido una ferretería y vivía junto a la iglesia enfrente de la farmacia de
doña Luisa: y el personal miraba al vacío como haciendo memoria de todo aquello
y alzaban las cejas o subían los hombros en silencio con lo que con aquella
explicación quedaba todo aclarado.
Fue después cuando la televisión empezó a emitir la serie Plinio que
algunas gentes empezaron a buscar libros del autor del pueblo y a presumir de
conocerlo. Luego pasó la serie y salvo
los intelectuales del pueblo casi nadie hablaba de él. Es tan cierto como que
cuando paseaba por la plaza o compraba la prensa nadie le decía nada. Recuerdo
que en un almuerzo en Madrid en homenaje
al poeta Leopoldo de Luis, al despedirme y felicitarlo me sonrío y dándome los
gracias me dijo; “En la escalera de mi
piso casi nadie sabe de mí, y en mi calle nadie me conoce”. Desde aquél
lejano día pienso que es triste que a
los muertos se les conozca y no a los vivos. Porque el novelista García
Pavón amaba su lugar manchego: Y así
quedó plasmado en la entrevista que le hizo José Vicente Ávila en Madrid en febrero de 1973. Dijo:
“Mira, ya empiezo a
estar cansado yo de tanto Quijote, de tanto Sancho y de tanta Dulcinea. Esto ya
es un abuso y un folklore. Ahora todos los pueblos de la Región dicen: “Esta es
la tierra de Cervantes. Por aquí pasó y tal y cual. Me gusta “El Quijote”,
claro. Pero le doy más importancia a la manera de ser de la gente, su
sencillez, el paisaje, esa condición de tierra inocente y descentrada y quizá
un tanto humillada. A la Mancha nadie le ha hecho caso.”
Dolor expresado del hombre definido por el extraordinario escritor.
Pues sí, es tierra donde no se queda nadie. No
se quedaba nadie antes, ni se queda
ahora tampoco. El turismo va a Andalucía, Madrid o Levante. La Mancha la
utilizan para mirarla con la mano encima de la frente, para echar un sueño
hasta llegar al paisaje más ameno a las ciudades más divertidas. Somos la
tierra más universal de España, pero donde nadie se para. A la Mancha va el que tiene una curiosidad
intelectual o por cuestiones de “El Quijote”. Es una tierra difícil para irse
allí a darse la vida bomba.”
Cierto que es duro vivir aquí, ayer, y también hoy, con la despoblación
actual.
Se le quedó sin cumplir el sueño de la película sobre su personaje Plinio
para sacarse la agridulce herida de los comentarios que sus paisanos hicieron
sobre la serie, al verse reflejados y no gustarse. Ocurrió, aunque ahora
pasados los años nadie lo recuerde ni quieran sacarse a la luz. Libros, crónicas, artículos y algunas
definiciones escritas que lo definían como un señorito de pueblo; fue un
intelectual estudioso de lo que le rodeaba y veía. Un escritor y notario de una
época y un pueblo. Hijo de la Mancha geográfica, conocedor de que la Mancha
política no era la real. Cuando se lee con parsimonia su legado literario sin
otra búsqueda que el encuentro con el creador y su idiosincrasia, se atisba
el alma que subyace en todo los que nos dejó. Madrid fue su otro lugar,
la corte de los cafés y las conferencias, de las editoriales y los contactos
donde darse a conocer para ser respetado y admirado entre los paisanos porque
ser profeta en la tierra de uno no es fácil ni regalado. Con la celebración del
centenario de su nacimiento a Francisco García Pavón se le devuelve su
notoriedad y las generaciones de niños y jóvenes escuchan y escriben sobre el
escritor desaparecido, aunque lo verdaderamente importante es obligar a leer su
obra en las aulas.
La pluralidad de García Pavón es magnitud por la extensión de su obra por
lo que no se le puede sintetizar de forma breve. Su capacidad literaria
trasciende el límite de definirle como novelista ya que abarcó géneros
literarios diversos. Tampoco el lector que escrudiña al autor le es ajena su
personalidad, atrae porque define sus ideas y el marco histórico donde
transcurrió su vida. Y es entonces cuando el carácter del escritor se nos revela sin artificio
encontrando en sus libros retazos biográficos donde, Francisco García Pavón, es
narrador universal en el devenir del tiempo donde todo fluye dándose el
encuentro entre el lector con el autor sin límites de fechas.
Natividad Cepeda
Escritor: Francisco García Pavón nace en Tomelloso (Ciudad Real España) el
24 de septiembre de 1919 fallece en Madrid el 18 de marzo de 1989. Doctor en Filosofía y Letras por la
Universidad de Madrid. Profesor en la
Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid. Novela, Ensayo, Cuentos, Crítica Teatral, Crítico Literario. Novela
Policiaca y Ciencia Ficción. Premio Nadal y de la Crítica entre otros
premios.
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