Para
ver aquél fascinante mundo de barro, madera, tomillo, agua y harina simulando
nieve con estrellas de platina en el cielo azul, me empinaba en la punta de mis
pequeños pies, y solo alcanzaba a ver el enorme y temeroso castillo del
malvado rey Herodes en su cima poderosa. Los soldados romanos y hebreos
aparecían en legiones, apartados de la gente que buscaba la gruta de Belén.
Intentaba
abarcar con mi mirada todo el espacio fantástico donde los ángeles bajaban a la
tierra y se aparecían a los pastores en
medio de su luz y sus alas blancas y resplandecientes por encima de la lumbre
que calentaba un caldero con la comida que guisaban los pastores. Y a duras penas lograba ver el molino y los
sacos de harina en hilera que el molinero cargaba en su espalda, junto a la
mujer, que me decían, que guisaba gachas dulces para el niño Jesús en una
sartén de patas puesta en la lumbre. Me esforzaba por ver a las lavanderas,
lavando en el río y los pañales tendidos en los romeros que se cantaban en los
villancicos.
Todos
tenían un trabajo que hacer en el belén; a las gallinas, gallos, palomas, conejos
y cerdos les echaba de comer hombres, mujeres y niños sin descuidar corrales y
pilas de agua donde también bebían burros y mulas porque en el belén también
había hombres arando la tierra y sembrándola. Y al fijarme en la posada me
entristecía ver al posadero asomado por una ventana alta, con candil y gorro de
dormir, negando cobijo a la Virgen María subida
en el borriquillo sentada de medio lado, envuelta en su manto azul, y a San José, con su mirada hacia arriba
sujetando los ramales del burro en una mano y la otra, puesta en el llamador,
de la puerta de la posada.
Miraba
sin reparar en el tiempo todo lo que sucedía en ese espacio, detenida en la
mirada risueña de un niño rubio, desnudito, con un pañal, encima de las pajas
de un pesebre junto a una mula, un buey,
su madre y su padre que recibían a mucha gente, mirándolo de rodillas y de pie, con un
ángel encima del portal con un lienzo
blanco donde se leía: Gloria In Excelsis Deo. Deletreaba despacio y mal las
letras, intentando descifrar su mensaje. No lo conseguía y me apoyaba en el borde de aquella plataforma
cubierta de serrín, porque creía
escuchar lo que mis padres y abuelas me decían cuando yo preguntaba por su significado. Mi pregunta infantil era insaciable: ¿qué dice
ahí? Y con paciencia me repetían: Gloria en el cielo, y en la tierra paz a los
hombre de buena voluntad. Ah, sí, balbuceaba intrigada, y volvía a preguntar si los ángeles habían
bajado para escribir aquella frase y dejarlo sobre el portal…
Los
días transcurrían serenos en medio del frío del invierno rodeado de oraciones y
cánticos sencillos. Al atardecer tía Julia y tía Benigna abrían sus breviarios
y en silencio leían. Cuando preguntaba a mamá por esos libros de las abuelas -tías, ella me explicaba que eran unos libros
con todas las oraciones del año.
Los
inviernos continuaron trayendo otras
navidades. Un año en la iglesia se levantó el piso de madera, que no hacia
ruido al pisar sobre su pavimento. Los albañiles fueron poniendo unas baldosas
de terrazo blancas y negras, que eran más frías
y por donde sonaban los herretes que el zapatero me ponía en la punta de
los zapatos y las botas.
El
belén grande lo hicieron más pequeño, y yo lamenté que ahora que había crecido
ya no estuviera para verlo sin tener que empinarme sobre las puntas de mis
pies.
Me
seguía intrigando la lectura de los ángeles y su mensaje a los pastores y pregunté quien lo había contado. Entonces me
dijeron que lo dejó escrito San Lucas, que fue quien escribió el tercer
Evangelio, discípulo de San Pablo. “Lucas, el médico querido” Ni él ni Pablo conocieron
a Jesús. Lucas nació en Antioquia en el seno de padres paganos. Su cultura fue
griega y recibió una esmerada educación
en literatura y medicina. Dirigió su mensaje a gentiles cristianos. Era
incansable, y escuchaba con mucha atención todo lo que le contaban los que sí
habían conocido a Jesús y fueron testigos de su mensaje. Él, es quien cuenta la infancia del niño nacido en Belén, y
nos habla de su madre, la Virgen María, porque se piensa, por lo que escribe,
que fue ella quien le narró todo lo sucedido al visitarla en la ciudad de Efeso, Allí, según la tradición, San Juan
Evangelista, fue donde se llevó a la madre de Jesucristo, después de su
crucifixión, huyendo al ser perseguidos en Jerusalén. Y allí, todavía se visita
la “Casa de María” situada en la actual Turquía en Selçuk, a tres kilómetros de
Efeso.
Escuchaba
con la atención de quien está descubriendo lugares legendarios. Preguntaba cómo
era Lucas, el discípulo de Pablo y me
explicaban que lo seguía a todas partes. Viajó con él a Troas, donde decían que
se encontraba la ciudad de Troya; a Tiro, Jerusalén, Roma…conocieron naufragios
y jamás perdieron la fe.
Los
días navideños traían historias anexas
al nacimiento del niño Jesús y así fue como en la misa de Nochebuena escuché el
Gloria In Excelsis Deo de los ángeles y los pastores que nos dejó escrito Lucas
en su Evangelio que dice así:
Había en la misma comarca unos
pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño.
Se les presentó el ángel del Señor, la gloria del Señor los envolvió en su luz
y se llenaron de temor. El ángel les dijo: "No temáis, pues os anuncio una
gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad
de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal:
encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre." Y de
pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a
Dios diciendo: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres
en quienes él se complace." Cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al
cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vamos a Belén a ver lo que ha
sucedido y el Señor nos ha manifestado." Fueron a toda prisa y encontraron
a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que
les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se
maravillaban de lo que los pastores les decían.
María, por su parte, guardaba todas estas
cosas y las meditaba en su corazón.
Los pastores se volvieron glorificando
y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como se les había
dicho.
En la
iconografía, San Lucas, es representado con un libro, un novillo alado o
pintando por lo que es llamado el
“pintor de la Virgen” Es Patrón de artistas, doctores, encuadernadores,
escultores, cerveceros, notarios y un sinfín de profesiones por sus cultura
cristiana. Amó al mismo Jesús que llevo en mi corazón. Es el legado recibido de
los que me amaron y acompañan por encima de la muerte, cada Navidad.
Natividad Cepeda
Imágenes:
Adoración de los pastores: El Greco. Niño dormido Inmaculada Lara Cepeda “Maku”
Poema: Natividad Cepeda
Arte digital: N Cepeda
Arte digital: N Cepeda
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