Salimos rotos, en vigilia por el vacío dejado de los que no volvieron a salir de los trenes. Recuerdo el temblor impotente y la voz apagada por una losa de muerte.
Cayeron sobre todos nosotros los espejos rotos de ventanas que no tocábamos, y sentimos el grito desgarrador de aquellos que fueron masacrados.
Errantes continúan sus pasos cuando marzo se asoma al calendario. Las lágrimas vertidas se olvidaron. Y cayó el silencio de aquella crueldad innecesaria.
Por un instante vuelvo a remover el pasado. Los muertos abrieron las puertas de los palacios para unos, y para otros las mismas puertas se cerraron. Los reyes que ocuparon el palacio se marcharon pero los muertos siguen sin regresar al mundo de los vivos.
Desde aquél funesto día la sombra de la duda se quedó entre cimientos de mentiras vertidas en aras
del poder. Y una telaraña se retiene en el recuerdo del atentado de los trenes
ocurrido en España. Algo se le cayó a nuestra democracia, su diadema impoluta
de brillante señora nos ha venido oscureciendo la claridad de parlamentarios e
informadores; y bajito, muy quedo, seguimos pensando, muchos más de los que
parece, que lo ocurrido aquel once de marzo en Madrid de España, guarda alientos nauseabundos entre la garganta de los años
transcurridos.
Pienso, por un instante, que quizá en el ministerio del tiempo,
esa serie televisiva que se adentra en el pasado, nos descubra quienes fueron
los que nos robaron la vida de los nuestros y la confianza en los políticos.
Hoy doce años después la duda sigue alimentando la cepa de la incertidumbre porque
queda una cavidad que nadie ha llenado con datos fidedignos.
Pienso, por un instante, que las voces de los muertos siguen preguntándonos
quienes fueron los que firmaron su sentencia de muerte.
Probablemente los acontecimientos actuales tienen algo que ver con
lo que no se esclareció en el pasado.
Natividad
Cepeda
Arte digital: N Cepeda
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