Asistimos al olvido
del honor en esta sociedad plural y global
donde los triunfadores son aquellos que carecen de ética y moral. Las élites actuales siguen ocupando los
mismos puestos de poder que las de cualquier otro momento histórico; llámense políticos
de formaciones de izquierdas con sus mensajes populistas de paraísos imposibles
de cumplir, o de los denostados centro derechas,
conservadores, liberales, demócratas… todos, los que nos han decepcionado
precisamente por carecer de honor.
Y sin esa primicia la claridad en los enfoques que se nos
muestran carece de credibilidad. Por todo ello la duda anida en las mentes de
todos nosotros como una telaraña sucia que impide ver la limpieza de los que
nos ofrecen salvaciones.
Por eso en los asientos donde el pueblo habla sin miedos ni
complejos; ese pueblo alienado sin otra salida que las nuevas tecnologías,
donde nos miramos el ombligo, y nos dejan hacerlo, porque así nos tienen
entretenidos, se queja cuando le toca sufrir la injusticia en carne propia.
Cuando descubre que las grandes cuestiones no son las que se muestran por
ellos, los políticos y sus élites de poder dominante, donde los otros, no
cuentan, no existen, no son nada. Y sin embargo si son necesarios para
alimentar a todos ellos. Porque esa es la cuestión principal, exprimir al
pueblo ofreciendo falsas esperanzas esgrimidas desde los oradores en mangas de
camisas, pantalón semiarrugado y cortes de pelo a lo descuidado buscando
impresionar a ese pueblo del que dicen formar parte… con la discrepancia de
captar adeptos mientras tienen dividendos para esas campañas de corte revolucionario
sin explicar de dónde les viene el oro para tanta movida tan bien orquestada.
Indudablemente que todos ellos necesitan al pueblo para
poder subir hasta el podio donde se sienten señores y no siervos.
De ahí nace ese desencanto que nos ahoga y ensordece de comprobar que los
unos y los otros nos utilizan para su propio beneficio con planteamientos de
excelentes profesionales del deshonor y la codicia, aliñados con el toque sutil de la
vanidad más depurada dentro de sus atuendos y palabras. Y las tribulaciones del
pueblo carecen de importancia. Alcanzar riqueza es la meta y para conseguirlo el poder
es el camino ideal sin honor, y sin otro principio que el de conseguir el
acatamiento y el beneficio logrado de los impuestos a ese pueblo que se deja en
los papeles oficiales el esfuerzo de su trabajo y de su pobreza creciente día a
día. ¿Desencanto? Sí. Mucho desencanto y demasiada cobardía
por miedo a decir la verdad y que se nos castigue aún mucho más de los que aún
lo estamos. Porque cuando se detecta parte del cieno en el que vivimos los que
carecemos de rango social o cotas de poder político, el miedo a ser castigados
nos atenaza y sucumbimos a esa maquinaria del poder callando tatas veces lo que jamás se debiera
callar.
España se empobrece y todavía se nos dice que hay que dar a
los que llegan algo de lo que carecemos. Pregunten e indaguen la realidad de
las listas de espera de hospitales, la economía flaca de las familias que con
pudor se callan y como hacían los hidalgos hambrientos del Siglo de Oro ocultan
el derrumbe de agricultura y ganadería, de tantos autónomos y familias sin
ayudas reales. Si, preguntes sin palabras, miren los pueblos que envejecen y se
despueblan, los niños que no nace, y los viejos que se mueren solos.
Ese desencanto existe no solo en las grandes ciudades donde hay
manifestaciones en plazas y tribunas de intelectuales con aires de salvadores,
también existe en el silencio unánime de los que pueblan los puntos cardinales
de esta España que se mira el ombligo para evitar verse el verdadero rostro de
su realidad.
Natividad Cepeda
Arte digital: N Cepeda
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