Se ha
escrito que Dios lo ve todo: que no hay brizna de hierba que su ojo vea brotar
ni grano de arena que su aliento no mueva.
Se nos
dice, que Dios que es el primero y el último, la respuesta que buscamos desde
nacer hasta morir. Y en esa historia nuestra el legado verdadero es dejarnos
elegir en libertad el camino a seguir.
Nos
alegramos cuando escuchamos decir que Dios ama a cada uno de nosotros, pero convivir es a veces terriblemente inhumano.
Porque cuando caemos, porque otros nos
tiran y no hay una mano que nos socorra
y ayude, dudamos de la existencia de
Dios.
En
medio de nuestro mundo actual y enfebrecido por todo lo conseguido por la
ciencia y el estudio de las nuevas tecnologías, nos suena engañoso la palabra
Dios y la fe en él. Y el laicismo con su rostro escrupuloso de autenticidad coopera
a alejarnos de ese misterio que es Dios, porque no creemos nada más, que en lo que vemos y tocamos. Aunque ese ver, sea
una pantalla de ordenador, de plasma televisivo o de nuestra argolla particular
del teléfono móvil.
Soñamos
con un mundo mejor. Y para conseguirlo copiamos y pegamos en muros inventados
por la tecnología, citas y frases que nos dicen que con eso es más que
suficiente para lograr esa felicidad buscada desde la noche perdida de los
tiempos, de los que no tenemos historia atestiguada. Y en este conformismo
civilizado vamos nadando contra toda corriente humanizada. Las palabras de
sometimiento nos inundan. Son una riada que avanza engullendo a su paso el
espíritu sagrado que busca la existencia de Dios. La ceguera es tan usual que nuestro estilo de
vida ha conformado la disculpa de los que nos hacen esclavos y medran sin ética
ni culpa de pecado, gracias a la hipocresía del mercado sin fronteras, donde
una vida humana solo cuenta cuando aporta riqueza a los engranajes de los que
ostenta el poder y la riqueza.
La
palabra que nos fue dada por Jesús de
Nazaret: Cristo Jesús –El Mesías- es la fe de todos los cristianos; en Él
creemos como Redentor nuestro. Creemos cuando nos conviene dentro de nuestra
envoltura egoísta. Somos sus seguidores, cuando su mensaje y enseñanza, no
aborta la ambición personal. Cuando nos escondemos detrás de telones que nos
ocultan la realidad macabra de los que son perseguidos por ser creyentes en
Cristo. Por los que son ultrajados por carecer de derechos, cuando todos,
tenemos derecho a una vida digna. Cuando
con facilidad nos dejamos seducir por los juguetes que nos proporciona el
Estado, cualquier Estado actual para
impedir que busquemos soluciones a la injusticia, al abuso de poder y la
corrupción de legisladores y gobernantes olvidando, dar a Dios, lo que es de
Dios, y al Cesar lo que es del Cesar.
Ósea, a todos aquellos regidores, presidentes, reyes o gobernantes llamados con
nombres distintos, con el mismo significado para manejar la vida de las
personas que viven y mueren bajo su poder y dominio.
Y por eso Jesucristo es
molesto. Tan nocivo que olvidamos su
amor. En esto momentos de comunicación constante se
habla de solidaridad como una producción
de abundante cosecha fraternal, pero
olvidamos que la solidaridad no es acoger por unos días a las personas y
dejarlos después sin apoyos y sin defensas. Carecemos de verdadera
conciencia responsable. Y en estos
días donde la primavera desgreña de madera muerta árboles y arbustos, cubriéndolos de brotes y flores,
vuelve ese Cristo Nazareno a preguntarnos qué hacemos al seguir crucificando a
otros cristos, mujeres, niños, ancianos y hombres en el monte de la calavera
del mundo.
Y yo me pregunto, ¿en qué espejo nos miramos cuando no
vemos los infiernos consentidos? Si Dios es
ese Cristo que pasea por calles y plazas, alzado y exhibido en ricos
tronos del fervor popular, que reclama con su ornamento y luces quitar
tinieblas y pesares a tanto sufrimiento… ¿Dónde queda la palabra de Jesús de
Nazaret? ¿Dónde el amor? ¿Dónde el pan de cada día y el perdón?
Semana Santa en España es el fervor popular; la
catequesis del ocio y la fe de los que siguen orando en templos solitarios y
olvidados. Semana de Pasión, cuando
recordamos a las religiosas asesinadas, hace pocos días de la Congregación de
Teresa de Calcuta y por cobardía y
complejos no se dice en medios informativos.
Semana Santa de tantos perseguidos por su fe, y sin fe,
por el terror de los fanáticos, sin Dios y sin amor. Dolor de Viernes Santo; de
todos los viernes sin esperanza y con dolor. Y amor fraternal de
Jesucristo cuando nos dice, también hoy “Yo soy la resurrección y la vida” “Yo
Soy, el que habla contigo”
No, la Semana Santa no es sólo imágenes religiosas
talladas y mostradas para recordarnos una muerte: no lo es para mí. La Semana Santa es para meditar sobre
la esclavitud que tenemos y la libertad predicada por Jesucristo, actual y
vigente en cualquier esfera del mundo conocido.
Natividad Cepeda
Arte digital: N Cepeda
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