Hay por los pueblos de aspecto
sobrio y señorial de la Mancha,casonas cargadas de añoranza y
penumbra. Y el beso de la tarde en la sombra del pozo. Allí, los
patios rescatan el murmullo convaleciente de los sueños y
dejan de ser cenizas en el viento.
Llego en la tarde, invisible, a
los ojos de todos, para reconocerme a través de postigos y alacenas,
con el firme propósito de ser azul, y tenue sombra de aspas de
molino. Para llenar de harina el yugo de mi ausencia dejando de ser
mujer de sueños y paisajes.
Ahora, voy recuperando, lentamente, desde las
amplias salas
donde se cuelgan retratos de otros tiempos, la
congoja y el tacto
detrás de los cristales, cuando la luz que se
marcha al poniente,
es antigua existencia almacenada, en símbolos
de extraña soledad.
Ando sin salvoconducto, sin
ninguna coraza que me aleje del riesgo
de que al descubrirme otros ojos,
me crean enajenada. Y es sutil
el vértigo perenne y poderoso al
pisar una vez más las piedras
de las calles, los sillares
caídos, las alforjas, yacentes en la estaca.
Todo, aquí, sigue su rumbo de
siglos y se abraza el misterio en nubes
que pasan, y dan sombra fugaz a
los rebaños, que persisten alrededor
de la pila del pozo. Todo, es
sustancia que lo Eterno alimenta y tutela,
desde las estrellas que trazan
los caminos en la osamenta de la noche.
Vengo desde la frontera de la
alucinación donde ya no hay memoria
ni sed, ni vaticinio que me
asalte. Sin prisa, amo cada perfil de rama
dibujada por las luces del día en
las viejas carrascas, estáticas y nobles,
como son todavía las mujeres
nacidas de mi carne, a su sombra y cobijo.
Somos en este puntual lugar del
mundo ráfagas de amor multiplicada. Y temblamos por esta tierra con
el mismo temblor del pabilo al arder en la cera. Somos barro que Dios,
como hábil alfarero, una y otra vez moldea en el troquel de mi
estirpe. Por ello somos sueños que regresan.
Somos voz alzada encima de los pueblos, el pedernal
que enciende los rubores y el engranaje de
posibles futuros. Soy mujer que se inventa o es convocada para que los
lugares sean mágicos. Molinos de mástil carcomido vistos desde la lejanía
y añorados por gentes de razas diferentes.
Somos mujeres nacidas a la sombra
y la audacia del caballero más noble
y legendario, el más loco y el
más cuerdo, el de la tristeza más humana,
el primer solidario que se echo a
los caminos para ser universal hermano
de toda injusticia y desatino.
Perdura y vive en el alma de la gente de aquí.
Me duelen sus heridas, como me
duele la tierra sedienta de la Mancha.
Y vuelvo con nombres diferentes a
ser bella y altiva. A ser mujer
de este lugar de fábula para amar
sus rojos amapoles, el rudo tomillar
de sus montes, la cardencha que
desafía al sol reinando en los veranos.
Mi nombre puede ser Quiteria o
Dulcinea. Teresa o Dorotea, surgidas
de la sangre de uvas y candeales.
Dispersadas entre el misterio de ayer
acudimos a renovar ensueños, en
este tiempo donde la luna ha empezado
a contar otros mil años. Mil años
de aventuras que crecen y nos buscan.
Mi distancia de siglos tiene los
pies ligeros. Mis cabellos al aire trazan surcos arados por los
hombres de aquí. Y oigo el pulso de la vida, de la tierra que
llama a sembrar la besana. A nacer
del impulso para morir amando. Al
menos por amar, un instante.
Por sentir el sudor después de
haberse entregado. En silencio, como yunta de futuras raíces, a
conciencia, y segura de llevar en mi seno, el fluido no acallado
de la risa de un niño. Ofrenda que sostiene amor y vida. Batalla
sin derrota de toda ensoñación.
Mi libertad
se asienta en no olvidar el talle del molino y la plaza,
de compartir pan en la posada, fuego en
invierno, y agua para la sed
desde el agua del pozo. Desde el
vaso con vino en la taberna, brindando
por una mujer, soñada, por un hombre en el
remanso de la noche ...
Hay que recuperar lo esencial por si alguien nos espera sin saberlo.
Tener mi lámpara encendida, por si el Caballero de la Mancha
decide invadir mi corazón con su tristeza. Probar que es temprano
aún, para buscar en los caminos una historia de amor que nos ampare.
Natividad Cepeda
1º Premio de Poesía del Concurso Literario del Molino de "La Bella
Quitería" 2001
Munera (Albacete)
Arte digital: N Cepeda
No hay comentarios:
Publicar un comentario