La esteticién de la publicidad y la política nos
engaña con su maquillaje haciéndonos olvidar lo que carece de color y verdad por
las calles y hogares. Pero no podemos negar que nos encanta dejarnos engañar
por sus mensajes, luego cuando hablemos con los amigos, que creemos más
reflexivos, decimos que la vida está muy mal argumentando que ya no es como antes. Aclarando, que hay mucha
gente alocada. Claro que la gente no somos nosotros. La gente, son los demás, y
al negarnos a aceptar esa realidad nos convertimos en las medusas que no queremos ver reflejadas en
los espejos interiores.
Sin
duda que el mayor de los ídolos actuales es el dinero.
Todos los
paraísos que soñamos tienen acceso gracias a su poder. La felicidad, no es
felicidad si no podemos adquirir todo aquello que desde la publicidad se nos
muestra incitándonos a consumir desenfrenadamente.
¿Pero quién es el valiente que
se enfrenta con la sociedad del bienestar y el consumo?
Y ¿quién recuerda que
en los cinturones de las ciudades hay chabolas. También paro callado, miseria
educada, crisis y desamparo. Nos acordamos de esos barrios marginales y de esas
situaciones sin límites creadas por la avaricia sin escrúpulos de unos pocos,
cuando saltan noticias de asesinatos y robos, y cuando desde las instituciones
religiosas y laicas nos recuerdan que hay que paliar con parches las
necesidades más urgentes de las personas desamparadas. Triste realidad. Cáncer de
hoy y de ayer esa llamada que escuchamos
con oídos tapados, y nos recuerdan, los que se dedican a ejercer la caridad
altruistamente. Nos lo recuerdan, sin
dejar de llamar a las puertas de los que quieren escuchar, alertando de
que hay caras en las ciudades menos deslumbrantes que también existen. Y lo
grave, sin mucha esperanza de cambio.
No veo
que hayamos avanzado mucho en la equidad. Y tampoco veo ni escucho que nos preguntemos ¿por qué hemos avanzado tan
poco en el reparto de riquezas? Al hacerlo obtenemos la misma respuesta de hace
miles de años; el Hombre sigue sin cubrir y amar al Hombre. La persona, ese
animal civilizado, continua siendo un depredador empedernido para su propia
especie. Las palabras cultas y generadoras de discursos y proclamas políticas y
sociales, son sólo eso, palabras. Palabras al servicio de los astutos que se lucran
sin transformar el sistema social en la mayoría de los pueblos de la
tierra. Las palabras viajan con el viento. El viento barre generaciones, imperios
y nunca se olvidan los ídolos que inducen al poder y condenan a la esclavitud
a seres indefensos. A pesar del tiempo transcurrido la crueldad reina en las
ciudades. Las ciudades han cambiado de nombre, de lugar, pero no ha variado la
soberbia de sus habitantes ni los crímenes nacidos en sus entrañas.
Estamos
viviendo en la plenitud de la idolatría sin darnos cuenta. Sin ver el vacío que impera y
nos engulle con sus falsos reflejos de felicidad. La sangre vertida de tantos
inocentes anónimos, el dolor por la enfermedad que sí puede curarse, pero que
no les es posible a millones de seres humanos que carecen de dinero para
comprar medicinas… Las patrañas en nombre de tantos reyes sin coronas es un pantano donde se siguen hundiendo los
humanos.
Tenemos titulares de periódicos, casi libres, que
nos informan de masacres espeluznantes. Tragedias repetidas. Historias que nos
parecen sacadas de películas y que, de tanto repetirse, nos dejan sin asombro. No
soy culpable, no me atañe, nos decimos, y el poder del dinero y sus premisas,
nos engulle y engaña. Casi nada ha
cambiado en la historia de los vencedores. Mediante el genocidio de millones de
seres el poder de los ídolos se sustenta. Con mentiras de poder nos controlan y
nos permiten caprichos inservibles para
ahogar nuestro sentimiento de culpabilidad. La misma culpabilidad de otros pasajes de la Historia. Violación
acolchada de los que tienen seguridad frente a los que nada tienen. Y lo peor
de esta situación es que ya, ni el corazón grita, y nos disculpamos diciéndonos
que siempre ha sido así.
El
tiempo guarda misterios. Dentro de su cadena imperturbable el ídolo crece y no
se extingue. Nos engulle en sus fauces,y seguimos contentándonos con ponernos
la moda en las relaciones sociales, o de
asistir a la programación estudiada a
entretenimientos de índole diversa a cambio, de que nuestro espíritu, siga enclaustrado
en las cavernas de los ídolos de nuestro tiempo. Un tiempo, el nuestro, plagado
de falsos mitos coartadores de libertad verdadera.
Natividad Cepeda
Arte digital: N.Cepeda
Leyendo tu acertado y rasgador comentario me he acordado del rico Epulón y el pobre Lázaro. Los poderosos, aquéllos autoidolatrados por la suntuosidad de sus riquezas, deberían leer diariamente esta parábola. Los jefes de Estado y de Gobiernos también. Las injusticias cometidas entre los hombres claman al Cielo. Nos conformamos con campañas solidarias generalmente por la Navidad, y todos tranquilos. Los Estados se conforman con dar unas cuantas migajas, unos pocos peces a los países pobres; pero no se atreven a enseñarles a pescar porque temen que otros, los desheredados, participen de unos beneficios legítimos pero molestos y perjudiciales para ellos. Sin poner en práctica el amor al prójimo, muchos millones de seres humanos perderían la sonrisa; esa sonrisa que los ricos difícilmente pueden transmitir, porque en el fondo de sus conciencias sienten la tristeza de no tener más bienes que el de las riquezas, de las que un día tendrán que desprenderse y se convertirán no en pobres, sino en miserables, porque habrán perdido la esperanza de ser seres humanos; es decir, personas con humanidad.
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