Estoy aquí a
destiempo de tantos discursos y
eventos que van por los senderos de mi
amada tierra manchega. Por todos los rincones mediáticos días pasados he escuchado
mensajes de repulsa de los
representantes de los diferentes partidos políticos en su esfuerzo de
convencer para llenar su granero con
nuestros votos. Ahora se reparten la dicha o la desdicha de las ganancias
o las pérdidas y yo y tantos otros
esperamos ver esas promesas prometidas cumplidas, si no todas, sí algunas de
ellas. Y en esta tierra de nadie y a la
vez de todos los que la habitamos, suenan los escasos clamores de la
celebración del Día de la Autonomía de Castilla- La Mancha y la miramos con ojos
de esperanza un poco incrédula, por
aquello de que los fastos a festejar no nos unen lo que debieran.
Y allí, bajo
la tierra del olvido, yacen los íconos invisibles de esta pobre tierra que es
la nuestra en espera de que alguien los nombre antes de que llegue la
resurrección anunciada por la fe religiosa de cualquier época. Difícil será nombrarlos porque no figuran en placas de homenajes ni
recibieron medallas de reconocimiento. Tampoco sus huesos descansan en
mausoleos que invitan al recuerdo; no, sus huesos cansados de derrotas son todo
silencio. Todo es aire de olvido bajo este mes de mayo que se despide con
fiesta profana y con mujeres, rezando en los templos semivacíos, el santo
rosario a la Santísima Virgen María, Madre
de los creyentes cristianos. Casi
todas mujeres las que rezan, y algunos
hombres como caídos por casualidad entre los bancos de madera de los
templos. Y en los campos de mayo los
olivos de un pie y los almendros
alienados igual que los viñedos en líneas
largas y perfectas entre surcos arados y, el color de los tutores de los
árboles niños, para evitar que los protegidos conejos, se coman el trabajo
diario de estas gentes manchegas tan calladas ante tanta injusticia de unos y
de otros.
El campo sin
armas ni chamizos donde proteger la vida de sus labradores, hombres y mujeres
anónimos que semejan sombras sin quejidos. Pero sin esa multitud invisible nadie cobraría los impuestos.
Impuestos como muros petrificados de
funcionarios que nada saben de las horas invertidas en esos vastos terrenos
cultivados de soledad en cada uno de
nuestros pueblos.
Se nos
mueren de pie, enjutos y quemados la piel y la esperanza cuando el pulso les
falla y escuchan los reproches de que son malos y explotadores empresarios. Se
nos mueren sin hijos que continúen la labranza porque no merece dejarse tanta
vida para tan poco rendimiento.
Son ellos,
los hombres y mujeres de los pueblos,
los íconos nuestros. Sus huellas no se
ven en el cielo lleno de sol de nuestros
cielos. Y como tejas de arcilla muerta se deshacen y desintegran rodando
su polvo por horizontes de éste mayo que se nos va vestido de triunfadores y
vencidos en la liza de las votaciones nacionales.
La voz de la
tierra es la voz ancestral de la gente que la ama y en ella nace y muere. La voz
de la mañana castellana y manchega es voz
inaudible sellada en agujeros de vejez sin niños que recojan el
testigo. Miramos los barrios del mundo,
los hombres y mujeres que emigraron y muestran sus paraísos a miles de
kilómetros de nosotros; esos que se fueron y no volverán y olvidamos que la
vida de ellos vivida en otros pueblos, es la muerte de los nuestros.
Día de mi
región, brindis al aire de balcones y plazas. Y detrás de la fiesta las manos
apretadas de que hay que seguir vadeando robos o pagando seguridad privada, y
por eso las placas de las aseguradoras son los escudos visibles de las calles. Nos quedamos sin íconos manchegos y nos
crecen miles de íconos diseñados.
Debería suceder algo distinto para recuperar lo que se fue: los trenes
en los pueblos para viajar entre nosotros… Los trenes traqueteando, aquellos
trenes nuestros rápidos y veloces sin humos. Los trenes nos dejaron al irse,
aislados los unos de los otros. Y era u ícono verlos pasar por los campos y
llegar a los pueblos.
Hemos enterrado
tantas cosas que la final las hemos olvidado. Y el olvido es morir incluso en
mitad de la fiesta.
Natividad Cepeda
Arte digital: N. Cepeda
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