Amigo y compañero de
palabras y rutas soñadoras, también de
soledad y de tristeza y de tantos acontecimientos que se van por el filo
agridulce de la vida se nos ha ido Jerónimo Calero Calero en este mes de mayo
plagado de golondrinas y amapolas de
todos nuestros pueblos manchegos.
Jerónimo Calero tenía el
latir de la tristeza de la tierra,
palabra sincera en el dialogo y la duda de la existencia para después de
la vida; me lo dijo la última vez reunidos con los poetas de Oretania. Y su mirada era tan cierta como si en cueros
vivos te mirara. Escribía para no dejar de vivir y así repartir en sus poemas desgarros y sueños
de él mismo. Era como la tierra nuestra,
un poco de Quijote y mucho razonamiento de Sancho, cuando hablaba de la familia
y de la vida. Jerónimo ejercía de poeta incluso cuando ahuyentaba pesares de lo
que no le gustaba de los avatares de la vida.
Porque los pasos que damos a
través de los años a veces no nos llevan a donde soñamos de jóvenes y en esos
encuentros fortuitos que, vivimos en los encuentros poéticos, dejamos libertad
a las palabras del encuentro.
Versificamos con lo
cotidiano en busca de ese misterio que no se palpa pero que sí sentimos. En su busca somos peregrinos del
estremecimiento adentrándonos en las cuevas del ingobernable latir de la
existencia con la única alternativa, de escribir un poema para dejar en él
nuestra propia huella. Porque no dejar huellas es no haber existido.
Se ha teñido de negro este
día al decir adiós a un poeta. Y todo sigue igual. Y nada cambia porque somos
peces en el mar de la tierra. La idea de
la creación es la misma idea de la creación poética, perdurar en los otros
gracias a un libro: no extinguirnos
dentro del entramado generacional donde todo se olvida y se oxida. Y Jero, lo
sentía, como tantos otros.
Doblarán las campanas por ti
y retumbarán en tu dormido lecho de la muerte
en ese bosque umbroso donde dicen que nos espera Caronte con su
barca.
Nos vestimos de negro a pesar de
haber desterrado ese color de nuestra
sociedad pretenciosa de sabiduría y, tan estúpida como un payaso que ríe entre
sus ojos pintados de blanco; porque a pesar de tanta bufonada cuando la muerte
nos golpea no remontamos tan alto el vuelo como pretendemos mostrar. Y es
cierto que me duele que te vayas Jerónimo Calero, poeta de Manzanares, amigo de fugaces encuentros y por tu partida toda yo me visto de
negrura a pesar de la claridad de los
campos verdes de trigos y rojos de amapolas.
Quedan tus libros y tus
poemas. Quedas tú en mi recuerdo. Quedas en el color del cielo que se tiñe de
tristeza cósmica en el crepúsculo cuando en lo profundo del horizonte el sol se
oculta y avanza la noche. Allí te buscaré con tu gesto triste y tu búsqueda de
esos porqués inacabados. Y rezaré por ti en el silencio de mi fe, la misma fe
que tú me dijiste que te faltaba la última vez que nos vimos. Quizá yo vengo
desde antiguo oyendo la voz de Dios en sus orígenes y es para mí borbotón de
luz enigmática para cruzar las brumas de tantos túneles sin luz.
Me llegan tus palabras en
estos versos tuyos rescatados de un largo poema sobre el olivar…
“Por eso mi canción se toma estela
y deriva a merced de la corriente
que la trae y la lleva en un fundente
deseo de trazar la paralela
razón, para llegar a esta gemela
pronunciación, acaso diferente
porque trata de unir por la tangente
un círculo de luz y un alma en vela.
Jerónimo Calero”
Descansa en paz desde el silencio de tu marcha y perdura en
las páginas de los libros a pesar de la levedad de la vida.
Natividad
Cepeda
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