Se ha ido quedando en la penumbra con los ojos cerrados sin
que lo que hay junto a él le interese. Día tras día su voz se ha ido apagando
como si le faltara aceite en el candil de su cuerpo gastado. Apenas si mira la
luz del día cuando amanece y él está levantado, recorriendo el pasillo con pasos vacilantes. Tantea la puerta, la pared
y quiere andar sin el bastón…hay veces que consigue llegar a su sillón, a la cocina o al baño; otras
veces se derrumba y cae como un cristo vencido y dolorido por el peso de la
edad: Por los años que le han dejado los ojos cubiertos de noche impenetrable,
vive esa noche oscura de la que nos habla Juan de la Cruz. Le preguntamos,
todos le preguntamos por el pasado y todavía su memoria resucita pasajes
vividos, momentos de ese viaje grandioso que es la vida. Mamá lo mira pesarosa
y se le escapa una lágrima que oculta con su mirada entretenida en leer un
libro o en ver programas televisivos de los que hacen preguntas. O mueve la
cabeza impotente porque ya nada puede hacer por el compañero que ama por encima
del tiempo, de las arrugas y la devastación inmisericorde de la vejez. Todos lo
queremos. Hasta los pequeños biznietos se despiden del Yayo con un beso y él, con sus manos los acoge como si fueran
preciosas y frágiles figuras de cristal
de Murano. Nos duele a todos verlo tan débil. Y sabemos que no hay cuenta adelante y nos sigue doliendo como si
tuviéramos una espina clavada en el centro del pecho.
Para todos nosotros
esta es la Pasión; la que vivimos
y no, nos consuela ser un poco cirineos, porque no le podemos quitar su
cruz. A veces asumir la indigencia de ser tan poca cosa es difícil para el
orgullo humano. Mis padres rezan cada tarde el rosario, y mamá recita misterios
y letanía sin dejarse ni una sola jaculatoria olvidada. Viejos cristianos, sin
presumir de ello, jamás lo han hecho. Rezan con la fe de quienes esperan resucitar en la Pascua
Florida, sin asomo de duda y sin otro misterio de teologías, no lo han
necesitado. Quisiera ser así, no dudar ni pensar que la fe en Cristo Jesús, el
Señor del amor, es sencilla como esa creencia que no ha dejado de crecer con
los años.
Lo hermoso de esta tristeza es tenerlos en medio de la
familia, como tienen los árboles los
nidos sujetos a sus ramas sin hojas, sin caerse, esperando que al llegar la
primavera regresen las aves a sus
nidos cuando reverberen sus hojas. Y los
árboles, al saludar a los que llegan de su largo viaje, preguntan por los que
se quedaron en esa travesía. Pero duele verlo tan débil, tan caído en mitad del
camino. Calvario y Gólgota de los seres humanos, tan soberbios a veces, tan
crueles y huecos como si nos tragáramos el mundo de un bocado, y el mundo sigue ahí cuando unos y otros nos vamos, y dejamos de
ser números hábiles.
No entiendo muchas cosas, y ni juzgo el por qué suceden esos
abandonos porque hay que vivir dejando en la cuneta el amor y la entrega. No lo
entiendo. Y cuando en primavera desfilan las imágenes de los cristos sangrantes
de madera o escayola, al mirar sus bellas esculturas me sigo preguntando qué
hacemos con esos otros cristos que yacen olvidados. Aparcados en pulcras
residencias, tan solo porque no se murieron y llegaron a viejos. No entiendo
como el tiempo, tan escaso y veloz, se les niega a los que no tienen tiempo.
Viejos que hasta es posible que algunos no amaran suficiente cuando eran muy
jóvenes, aun así, no entiendo que si se tenga tiempo para ir y venir de un lado
para otro buscando el agasajo, el goce, la prebenda de ser muy importantes y
restar ese tiempo a los padres tan viejos. Lo he visto, lo veo y me sobran
palabras cuando escucho, que antes son los compromisos, de cualquier índole,
profesión y oficio. Si el dolor es verdad que santifica la vida, yo creo que
todos los pecados cometidos se perdonan cuando se llega a viejo y falla la
energía.
Me duele, a todos nos lacera el verlo tan caído. Papá se nos
marchita como una flor de invierno. Es como el quejido de la saeta que llora y
se lamenta de la muerte, y grita ante esa derrota que no puede impedir. Dolor
de penitencia es verte reducido a depender de otros. Dolor de ser pequeños
muñequitos de barro. Pasión de cada uno
cuando la vida falta y las fuerzas son una tela manida que ya ni podemos
zurcir.
Cuando se cae mi padre y queda de rodillas sin poder
levantarse, yo pienso en Jesucristo, hombre y Dios al tiempo, y si en Él no
creyera, también le preguntaría por qué
nos amó tanto. ¿Por qué, Señor, la vida es tan dura y nos pasa factura? Y creo
que me responde, porque os amé más allá de la muerte. Ese es el misterio, amar
y amar sin cansarnos de hacerlo. De darnos.
Publicado 27 marzo 2015
Arte digital: N. Cepeda
Pasión cotidiana, sin certidumbre de resurrección. Tú has puesto la letra a esta saeta sobre la huella del tiempo en quienes nos rodean, en nosotros acaso.
ResponderEliminarAbrazos, siempre
Pasión cotidiana, sin certidumbre de resurrección. Tú has puesto la letra a esta saeta sobre la huella del tiempo en quienes nos rodean, en nosotros acaso.
ResponderEliminarAbrazos, siempre