Mi Señor Don
Quijote:
Habéis de saber que jamás tendré otro caballero que no seáis Vos. Lo
reitero en ésta carta que comienza sin fecha ni día, porque todo el amor me
irrumpe como un campo de amapolas en mayo.
Todos saben que mi nombre es Dulcinea; dama de mi señor, al
que también se le conoce como el Caballero de la Triste Figura, el mayor
defensor de los oprimidos, el único idealista que no se cansa de cabalgar por
encima del tiempo para imponer justicia allá donde no la hay. Vos, no ignoráis
que solo nací para amaros y ser amada por vos. Sin vuestro nombre en mis labios
mi existencia no tendría razón de ser. Los dos nos hallamos en el espacio sin
tiempo terrenal, inermes ante la profunda sed de nuestro amor. Dicen los muchos
viajeros que sois un loco echado a los caminos para desfacer entuertos, que de
tan locura estáis llenos que se duda de mi existencia. Pero mi señor; los
rumores de nuestro amor se extienden como polen y son muchos, -mujeres y
hombres- los que nos envidian.
Tú eres para mi distancia y tiempo de geografía dilatada, y
se condensa mi amor por detrás de la tarde y, fugitiva de lo que me rodea me
interno en tu voz y en tu figura concreta y masculina. Así, te imagino cansado, detenido al repecho
de un derrumbado hastial, mientras nuevos y jóvenes lectores dejan sus libros
de texto y leen tus aventuras.
Yo en estos días de comunicación desorbitada y febril, donde
la prensa, destaca las muchas muertes de mujeres a manos de malos hombres, me
refugio en tu conmovedor amor y cierro mis ojos para guardar dentro de mi
soledad vuestra mirada.
enamoré del azul transparente de las tardes manchegas hace
ya mucho tiempo: dicen que la Mancha es un mar de llanura por donde los sueños
navegan...
Así, como perdida, me quedo desmigando nuestros muchos
naufragios, mirando la ciudad con los muchos rostros que en ella deambulan.
Todo cabe entre sus paredes y sus calles, el deseo de recibir una caricia sin
testigos, así, frente a la tarde que adolece de luz. Y en el juego de luces
crepusculares dejar que vuestra ausencia se desvanezca, y me asistan vuestras
manos, su tacto y su temblor sentirlas
por mi piel como una procesión de
estrellas primerizas. Por eso ahora turbada, llena de eternidad y de misterio
escribo esta carta empapada de tiempo.
Tiempo cosido a tus aventuras, a la inmensidad de tus
hazañas, a tu doliente grito enfrentado a tanto malandrín que puebla nuestro
mundo, y nos mancha la dignidad, y nos ensucia
la alacena cuando desde la televisión nos dicen que la sangre de un
cuerpo de mujer a vuelto a oscurecer el sol.
Yo que solo por vuestro amor fui llamada bella, emperatriz y
señora, princesa y dama a la que desde entonces cantan los trovadores y poetas,
os escribo desde la niebla de los días, entre este jirón de vida que nos
asiste, y nos hace coincidir en este nuevo siglo, para así demostrar que los
milagros aún son necesarios y precisos, porque sin ellos el camino al futuro
sería un triste funeral, una tumba donde ni la yerba crecería porque se me
hiela la sangre ante tanta miseria y
destrucción.
Mi buen amor, mi señor, don Quijote en estos días os digo
que me siento como un ángel sin alas, roto, y cubierto de sangre que me llama y
reclama, que os suplique, que por Dios, vengáis de donde estéis a defender a
tantas pobres mujeres maltratadas, ultrajadas, vejadas, violadas, asesinadas
como si el fruto de aquella manzana primigenia aún nos pasara cuentas...
Sé que solo vos, defenderéis a esas damas sin hacerles
preguntas, sin repasar sus vidas, sin pensar que alguna se lo tenía merecido.
¡Oh, Dios! no sé, las que ahora están
amenazadas dónde podrán hallar cobijo. No lo sé, y me siento yo misma por ellas
perseguida, y me duele la memoria de pensar en tantos nombres olvidados, y me
tiemblan las manos cuando rezo por ellas...
Por eso mi señor don Quijote, os escribo esta carta, que sin
fecha ni dirección os mando, para así calmar mi dolor y mi impotencia, y siento
que por mis venas galopan el miedo y el dolor que junto a mi corazón llora por
tanto amor asesinado. Cuando la recibáis, Señor Hidalgo, no dudéis en volver
del más allá, las damas de hoy en día os reclamamos vuestra ayuda, y no es que
todos los hombres sean malvados y perversos, no señor, pero algo de valentía y
de coraje, sí que les falta para de una vez por todas acabar con tantas muertes y hacer causa común y no mirar
para otro lado...
Venir mi amor para que dejen de haber ángeles negros en los
labios que hoy, llevan y hay sólo frío. Venir para dejar en las manos de las
mujeres ramos de flores. Flores que sean recibidas por ellas, como tributo de
amor, y no que sean flores de mortaja y de adiós.
Llegar para que esta arisca realidad termine, para que en la
besana de la vida el luto no se convierta en algo cotidiano. De verdad mi
Señor, que ahora más que nunca necesito vuestros brazos, dejarme abandonada en
vuestro pecho, escucharos, hablar, y comprender, que la nobleza de la estirpe
masculina aún persiste, porque quiero volver a amar y en el rellano de mi
sangre no sentir la violencia de la muerte; sentir que el amor es poderoso y
que gracias a él los buitres infernales
del crimen se disipan.
Al borde de vuestro amor y mi esperanza esta mujer a la que llaman
Aldonza y Dulcinea os espera.
Febrero, mes de la fiesta del amor, del año de gracia de
2004
Natividad Cepeda
Hoy a primeros de septiembre del año 2014 las muertes de mujeres asesinadas en demasiados pueblos y ciudades del mundo
conocido continúan. Son asesinadas mujeres en Europa, América del Norte y del Sur, Asia, África… y maltratadas, castigadas y ultrajadas en todos
los países donde no hay Derechos Humanos amparados sus jueces y gobernantes en
leyes inhumanas y fanáticas. Por cada una de esas mujeres asesinadas mi
plegaria y mi recuerdo con el dolor de que cuando escribí esa carta que fue
premiada en un certamen literario pensé, equivocadamente, que diez años después
la muerte de las mujeres asesinadas habría terminado. Por todas y cada una de
esas víctimas debería volver mi Caballero para salvarlas del exterminio. Amen.
Arte digital: N. Cepeda
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