Por fin cayó la lluvia anhelada, y la
tierra,
sedienta, bebió cada gota como un
milagro.
Llovió, y nosotros, con los paraguas
abiertos, parecíamos invocar al agua
para que no nos abandonara.
Dicen que en el monte los colores han
mudado,
aunque los humedales y los ríos
siguen sin despertar de su letargo.
Nos faltan lluvias, y sentimos en la
piel
la misma aridez que oprime nuestros
campos.
Llovió, sí, pero hoy el sol regresa
altivo,
coronando el cielo, y apenas quedan
nubes
que prometan nuevas caricias de agua.
Es noviembre, otoño en mi tierra
manchega:
pobre en agua, rica en belleza,
exultante en su desnuda verdad de
siglos.
Natividad Cepeda
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