Si entramos en la casa una mañana de primavera nos sentiremos inundados del renacer de las semillas en la tierra y veremos la luna en su portal
Si
avanzamos por sus pasillos y corredores sentiremos música en el alma cual
imágenes transparentes en la serenidad de la noche.
Porque
todo en esa casa es música misteriosa. Al andar por el silencio de sus gruesas
paredes nos vienen otros seres que adivinamos sin ver.
Y
percibimos que toda ella: la casa, es obra concebida por una mujer
extraordinaria, y su rastro permanece en cada una de sus estancias.
Aquí,
en esta casa, decrece la prisa, y suave el aroma del sándalo nos sumerge en
labranzas de sabor campesino con ruedas de norias y molinos.
Hay
acorde de violines alojados en uvas de
septiembre que nos congrega a saborear el vino que nos da la tierra para
brindar por ella.
Pasa
el visitante a ese mágico reducto y se va desnudando de viejos ropajes
para
renacer a un tiempo nuevo.
La
casa se alía con el pensamiento de cada uno que la penetra, que la posee y la
respeta como algo suyo y ella lo acoge en su seno.
Nada
es esquivo al peregrino que busca en ella su reposo, desde el salón con su
chimenea, donde arde la leña y se escucha
suave música invadiéndolo todo
No
se pueden descifrar sus notas pues todo es raíz del aire que transita en cada
rincón de esa mansión hecha para el amor y para la paz del alma que busca sosiego. Su
acogida se anuda en la epidermis
poesías que se creían olvidadas, y que vuelven cuando descansado en el
lecho se recuerdan como un dulce milagro que sólo es nuestro.
Entrar
en esa casa es entrar en el cofre de lo que reconforta. Es sentirnos
estremecidos por el júbilo a la orilla de lo que subyace en el cuerpo de las
cosas más sublimes.
Todo
aquí es eco de lo que criba el tiempo. De lo que tiembla en la piedra y la
madera. De lo que permanece en el mantel extendido y dispuesto para el yantar
del día. Huelen los muebles a membrillo, a la rama seca de laurel, al azúcar
tostada para calmar la tos, al arrope y
al queso en aceite. Al romero que salva de cualquier maleficio.
Tenemos
en esta casa la oración de las campanas que acuden al oído, ungiéndonos del
sagrado tañer ángeles de bronce para custodiar nuestro quehacer y nuestra prisa.
Mirando
la torre de la iglesia el viajero que ha
llegado hasta la casa sin claves
escritas
en su diario de viaje, se le desvela el mensaje secreto de su éxodo.
Por
el aire intuimos que a todos nos aguardan sonidos. Llevamos en la memoria un
bautismo de idas y venidas plagado de emigraciones de color azul.
Azul
es la Señora de la casa. Azul el mar y el cielo y el sexto color del arco iris.
Azul
es la paz cuando un ángel pasa por la
casa y su huella sobrevive en el patio y en agua del pozo. Pasa, hojea los
viejos manuscritos, custodia galerías y pasillos, deja quietud en las bóvedas de las
habitaciones. Pasa la vida por la casa con cangilones de agua bendecida.
Señora
de la casa, Dios la guarde, y el santo
del día le traiga huéspedes de bien con
santo y seña. Calla el ama de la casa, lleva en su sangre cicatrices que no nublan sus ojos. Mirándola,
se ve el incendio de la tarde cuando detrás de los olivos viene la noche.
Sobre
los campos se duerme el pueblo quién
sabría de ti si se muriera la magia que dejaste? ¡Abre mujer tu casa, ven ama
de este lugar donde dicen que te ocupas de tus labores para denigrarte al
hacerlo. Ven y en el comedor majo enciende los candelabros!
Hay
voces en el zaguán, risas de niños. Anochece, van naciendo jazmines y por la
yedra se enredan las estaciones. Yosi, mira desde su cesta las golondrinas. Todo
se desmorona. La casa vierte su coraza de amor por las ventanas. Reciedumbre
con sabor a miel para el invierno. Ladra Yosi. Luego, todo es silencio sobre
las tapias
Y
llevados por el encantamiento de sus estancias, pasan furtivas entre los muros
madres que amaron cuidar de ella.
Cuidaron sin protestar de los abuelos y de los jóvenes que allí
nacieron. Se fueron todos y se olvidaron de las mujeres que la habitaron. Sueña
la Casa con aquellas mujeres que custodiaban cada rincón de cada estancia..
Duermen las horas.
Se
asoma el alma en ésta casa sobre la aurora. Todo está escrito sobra la tierra.
Todo es misterio, palabra y piedra, agua y sendero, niño, vejez, hombre y mujer.
Después, la marcha. Se borra el pueblo. La casa
queda en la memoria. Hay que volver. Algo de ella se queda entre los
huesos que permanece en nuestro ser.
Algún
día contaré que conocí una casa que tenía
alma de mujer y en su carnet de identidad discriminada y
despreciativamente aparecían dos letras
S/L o lo que era igual a “sus labores”; sin profesión reconocida…
La
casa sabe de todo aquello. Entre el silencio de las paredes se escuchan gritos
de libertad. Madres que abrieron puertas al aire de otras mujeres.
Casas
que saben de mil trabajos allí oficiados siempre en silencio.
Siempre
invisibles. La casa se llamaba hogar y
la mujer era una torre convertida en faro invisible y humilde a la que
le negaron reconocer aquél trabajo no asalariado.
Ocho
de marzo un día más que recordar a las que hicieron aquél milagro.
Natividad Cepeda
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