Recuerdo las casas familiares
otorgándome amor todos ellos
con ese bien logrado del cariño
que se les da a los niños.
Hay veces y ocasiones
que regresan al venir por el aire
los olores y aromas de guisados
degustados en casa de tíos
y abuelos al calor de fogones
y manteles y, aquel decirme,
muy pacientes, como se debe comer
con buenas maneras urbanamente.
Los patios, y las viejas columnas
de madera tan pintadas de almagre,
y arriba el viento que soplaba
haciendo tiritar a los grandes
ventanales por donde me asomaba
para ver como soplaban duendes
que jugaban conmigo al escondite.
Aquesto se esfumó y sin pretenderlo
suspiro cuando los recuerdo
y me pregunto ¿adónde fueron…?
No me enojo, melancólicamente
revivo vuestras señas, aquellas
que relumbran en mi alma vuestra ausencia.
Sin fallos me convierto en vasallo
de aquellos que libraron la batalla
de vivir y morir prestos a donarme
su dicha como escudo y blasón de mi linaje.
En noviembre encendíamos velas
por los muertos y sin triste
plegaria ni absurda cantinela
además del rosario por las ánimas
se asaban en el fuego las castañas.
Facerlo con vosotros ya no puedo,
más, sí recodaros, y dejar en el aire
mi susurro sin otro razonar que recordaros
y enseñar vuestras fotos a mis nietos.
Natividad Cepeda
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