Sobre las piedras de todas partes se escancia el llanto topacio que acarician las gargantas, mientras en el exterior hay escarpadas despedidas. Nosotros, ya sabes, somos viejos camaradas que mordemos el nido del color de las hojas que desguazan el corazón, pero no la esperanza de escuchar acordeones callejeros, al vacilante paso del viejo músico, que al igual que tú y yo escribe gavillas de palabras en el ventanuco de las estrellas.
Si vienes hasta mí por la tarde, invitaré a los nidos vacíos que se columpian de los árboles, al perro flaco que duerme en los quicios de cualquier puerta, a la última hormiga y al grillo que se quedó en el mástil de una banderola de papel, a brindar por tus vestidos , por tu voz profunda…y, por tus distancias tras los vidrios, en éste tiempo húmedo que llega derribando los follajes que no ha mucho sirvieron de cúpula nupcial de mariposas frágiles, de ocultas voces rotas bebiéndose los besos desteñidos de verde con decorado de uvas agridulces, con un suspiro prieto que se ahogaba en la saliva espesa sin lamento neutral y cómplice.
Si quieres, delante del tambor de unas copas de vino, recordaré tu mentón altivo de aquél día, mirando en el poniente, las hileras de vid, esmeralda de luz y el temblor de tus párpados como el fruto que descuelga su carne de uva hacia la tierra tatuando la sombra. Hasta el atardecer tenía sabor a pámpanas.
Arraigaban soles crucificados, relámpagos de agujas enmedio de los surcos, fidelidad que a veces llora en los inviernos con ribetes de frío en la besana.
Si retener el tiempo fuera posible, mojaría otra vez mis labios en el hervir del vino nuevo que, en la oscura panza de la tinaja de la bodega, sabe todas estas cosas. Pero hay que escalar las piedras de los años, como el vino recorre su nacer en la tierra y su morir en mi boca, como clama en septiembre el ruido de la prensa que separa la sangre de su piel y se inunda arrastrando consigo mis miedos, y tus ojos, que desnudaron mi congoja apenas nuestras manos se quedaron unidas. Pero todo esto, es algo que el tiempo sacude y solo deja su huella en las copas vacías, en la noche con olor a toneles, en el humo esparcido, en ese látigo caliente que aviva tu recuerdo cuando bebo con otros, en los odres vertidos que recuerdan tu esperma en mi cadera.
Espero cada día con el mantel y las viandas a que surjas de nuevo, hombre de vino y verso. Me seduces y aguardo con los vasos hasta el borde del ensueño. Me llego en esa espera a las plazas viendo jugar a enamorarse a los más jóvenes, igual que un primer vino que es loco y se derrama, rebautizando como una espada los lagares.
Pasear, esperar al volver de una esquina a encontrarnos, y andar, andar… En ocasiones singulares tu sabes que sobran las palabras.
Viejo amigo, añorado amor, platónico y carnal, si mañana partiera sin verte, camarada de brindis, no sería del todo, los dos sabemos que volvería tímida y quebradiza en marzo con los primeros brotes, para julio que abrasa sería lecho de sombras igual que parras, y de esplendor de rosas y uvas en octubre. Seré en las noches de diciembre y enero, el viento golpea las paredes filtrando fantasmas invisibles de nube luna.
Por favor, no aventes los recuerdos en esas horas amigo de fiestas destinadas al exilio de envejecer, encierra entre tus manos un añejo y sosegado vino. Nosotros, tú lo sabes, cuantas horas los tres reconstruimos.
Sobre las piedras de todos los lugares, alguna vez sonó una música y se hizo brindis inocente y convulso.
Sembrador de aventuras, espero alzar las copas por un encuentro más allá de cualquier dimensión, más sagrado cuando se sella con el néctar de Dios.
Natividad Cepeda.
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