Cuadernos Manchegos
Natividad Cepeda
| Tomelloso | Sociedad | 08-03-2020
Marzo y esa cáscara rota de
mujer
Ella era
un manojo de silencio extraído del vientre de mil vientres de mujeres venidas
de aquella caverna de Platón que el filósofo inventó entre el vacío del tiempo
y lo incierto de la vida.
Ella fue
andando sin dejar huellas de su pie por donde cruzó sin historia ni epopeyas en
el almanaque de los territorios de piedra, arcilla y agua sin otra herramienta
que su hacer y su enseñanza a las mujeres que nacían.
Ella
nació con esa desventaja de ser cuna y telar de la vida en su seno para
iluminar con la sangre vertida a borbotones entre el llanto primerizo de una
criatura.
Después
ella se ciñó el vientre perdida su cintura con un lienzo cualquiera para que no
le doliera aquella piel descolgada, floja y vacía que había dejado de ser cuna
de agua del hijo mecido en las entrañas.
Y se
miró en el espejo de sí misma viéndose como una cáscara rota después de los
resuellos y los gritos de animal empujando para que saliera de la placenta rota
la criatura.
Le dolía
toda la geografía de su cuerpo porque sin previsión alguna los pechos le
escocían encima de soportar aquél cansancio que emanaba desde dentro como si
ayudar a que otros nacieran fuera un desatino que ninguna otra mujer le había
explicado.
Aquél
era el credo de la vida padecer y hasta morir en ocasiones cuando la naturaleza
se oponía a dar paso a la vida bajo el viejo precepto de ser tierra
fecunda y trasmitir la vida.
Ella
tenía ese atributo, igual que la madre tierra engendraba en su seno como la
tierra fértil que nos da cosechas, criaturas trepidantes de raíces antiguas que
luchaban para repoblar el planeta.
¡Salve
mujer encarcelada en el juego de un manual de llanto y desatino por anidar en
ti todos los hijos de los hombres! Tú compañera de fábulas antes de ser
escritas por los dioses.
Me
duelen tus duelos y quebrantos casi siempre olvidados y me duelen aquellos
horizontes que nublaron toda tu existencia de tinieblas absurdas y egoístas de
tus padres, esposos, hermanos y hasta de tus hijos que después de adorarte como
diosa profana de belleza sagrada te dejaron en cueros cuando dictaron leyes
para regir ciudades.
Te
cansaste y saliste de la penumbra y gueto donde estabas recluida y exigiste ser
igual en derechos y no solo en obligaciones. Error toda esa miseria de escribir
que eras tú diferente a ellos. Jamás te lo creíste pero pesa tanto el
amor que se abonó la estancia de toda convivencia con aquellos mandatos
de que no estabas a la altura de los hombres que de ti habían nacido. Y
callaste.
Hojeo
las páginas escritas de esa procesión de injusticias y me asombra que tú hayas
sido una sombra minúscula y escarnecida en los altares religiosos y laicos.
Porque no se ignora que en la pirámide humana la cúspide y la base no serían
posible si ti; y todos los ha permitido. Lo siguen permitiendo en países con
nombres sellados por el poder del dinero y los convenios de estado. Y aunque en
otras parcelas de la tierra se celebre cada 8 de marzo fiestas
reclamando igualdad y derechos no nos engañemos, el infortunio de millones de
mujeres sigue existiendo.
Yo no
niego que hay que proseguir educando en igualdad no sólo cada 8 de marzo, cada
día hay que hacerlo, pero sin perder la razón de saber que los dos somos seres
necesitados de amor y comprensión: hombre y mujer nacidos para la convivencia
nunca para la agresión y el odio mal entendido, y peor aún, si es instrumento
de políticas necias. Meditemos lo que se ha conseguido y aquello que hay que
conseguir sin pausa, pero sin zafias groserías y frases erróneas como eslogan
de panfleto sin tino ni cordura.
Porque
ninguna mujer es una cáscara rota a la que ultrajar, ni humillar, ni
combatir haciéndola de menos frente al hombre. Tampoco mujeres contra los
hombres, porque entonces sería como diseñar un agujero negro sin fondo y a la
vez sin vida. Nos necesitamos por igual y para ello hay que educar y legislar
sin caer en el atropello de plebe irracional.
Ella,
esa mujer anónima y yo, necesitamos ser visibles sin represión ni posibilidad
de ocupar un lugar en la sociedad de igualdad, ganado con nuestro esfuerzo pero
también sin las zancadillas y prepotencia de un sistema milenario donde la
mujer no ha sido respetada como persona jurídicamente como el hombre.
Natividad
Cepeda
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