En medio de la gente a veces
no sé muy bien quien soy. Cuando intento comprender algunas opiniones
escuchadas en medios de información con el afán absoluto de manejar mi opinión,
me pregunto para qué, si las soluciones más sencillas no se resuelven nunca. Si
tuviéramos conciencia probablemente acertaríamos para bien de todos. Pero
parece ser que la conciencia es mera herramienta para alcanzar los propios
fines sin pensar en los ajenos.
La desdicha del ser humano
es ignorar nuestra propia vulnerabilidad tan evidente cuando se nos presenta lo
inesperado, por ejemplo el coronavirus. De pronto los planes se han abandonado
y el miedo a morir nos hace pequeños y frágiles en este mundo globalizado tan
poderoso y lógico.
ajenos Y de pronto recuerdo una
afirmación de Stepen W. Hawking, cuando escribe: “Dios eligió la configuración inicial del universo por razones que
nosotros no podemos esperar comprender”. Afirmación bien planteada porque
si a fecha de hoy no se he resuelto el hambre que extermina a millones de
personas a pesar de mostrarnos, ahora en imágenes esos niños famélicos, cómo
vamos a comprender eso otros espacios científicos,
salvo que la fe, de los creyentes, admita que Dios es mucho más que cualquier
ecuación.
La tragedia, nuestra
tragedia humana es no saber desarrollar el bien común para lograr ese beneficio
autentico para así evitar situaciones siniestras y antagónicas. Con bellos
razonamientos se nos explica el beneficio de la muerte voluntaria, tan fácil
como tomarnos una pastilla y partir sin dolor ni sufrimiento. Y ante esa nueva
vereda por donde caminar la polémica
inicia su camino de desacuerdos. Y, ante las críticas en contra de la muerte
programada, se suceden opiniones radicales, casi siempre, exentas de amor hacia
nosotros mismos.
Porque si es tan maravilloso
morir para evitar sufrir ¿para qué
soliviantarnos ante el coronavirus o cualquier otra pandemia que nos evitará
problemas de convivencia?
No es lo mismo llamar que
salir a abrir, nos dice el refrán. La
vida de los otros no importa, sobre todo cuando hay que cuidarlo y protegerlo
porque ha envejecido o porque desgraciadamente está enfermo. Motivaciones
éstas, exentas de humanidad. El dialogo en torno a este tema está en punto
muerto. Tan muerto como el aborto que ha conseguido que tengamos una Europa
vieja, egoísta, caduca y enfrentada a los problemas de hace un siglo,
extremismo ideológico que no es el mejor camino.
La vida es pluralidad desde
su comienzo hasta su final y solo Dios, es quien la regula, nos guste o nos
enfurezca. Todos nos olvidamos de lo extraordinario que es la vida en cada una
de sus manifestaciones. La vida creada para respetarla, desde un grano
germinado de trigo hasta el aliento del que lucha por vivir. Y nadie,
absolutamente nadie, tiene derecho a mancillar y destruir ese derecho de la Creación.
Y si los matices son creer en Dios o en negarlo, en ese dualismo solo queda
respetarnos, porque si yo como creyente no puedo demostrar que a Dios lo siento
y creo en su existencia, el ateísmo, no puede demostrar su no existencia en la
creencia de la divinidad.
Toda vida es un eslabón en
medio del universo. Yo creo en Dios porque así me lo trasmitieron mis
antepasados y con esa creencia el respeto al mundo conocido. Promocionar la
muerte es talar el futuro de los que nos precederán. Franquear la convivencia
se hace cuando miramos a la gente y en ellos nos vemos reflejados. Yo he
hallado a Dios en gente desconocida que me tendieron su mano sin yo pedirla.
Natividad Cepeda
Publicado en Cuadernos manchegos Natividad Cepeda | Tomelloso | Sociedad | 27-02-2020
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