Por el
espejo de los días vuelvo a pasar por sus moradas. Vuelvo a toda esa gente al
degustar el vino etiquetado con denominación de origen diverso: Vinos manchegos
que presumen de nombre y etiquetas. Vino que no crea tantos sueños y sí muchos
sinsabores en las gentes que plantan y cuidan la viña. Hay veces que el vino a
pesar de su traje elegante de botella de diseño, se queda arrinconado en las
bodegas, sin sueños en sus botellas aburridas y perfectas de higiene y
mansedumbre comercial.
Antes,
la cal anunciaba que era verano y que había que encalar dentro y fuera del
pueblo quinterías, y con las granzas sobrantes, las parcillas que rodeaban
paradores y ejidos. Por entonces había ilusión por tener todo blanco de cal;
almidonado como tapete de ganchillo: ahora la cal anuncia la ruina de esas
casas de campo, violadas innumerables veces por ladrones foráneos y
extranjeros. Ultrajadas desde los cimientos hasta el rincón último de los
cuartos, temblando de horror paredes desconchadas, escuchando crujir y caer a
golpes las puertas de pozos y aljibes, cocinas de gañanes respetadas en aquél
pasado donde la ley ponía cerco al pillaje de pícaros y delincuentes, y hoy
campan a sus anchas sin que la ley exista como tal.
Se
pelean estos días los grupos políticos por esa cota de poder que les dan las
urnas: que les otorgan con su voto los ciudadanos que depositaron el voto,
esperando sin mucha esperanza, que las leyes se cambien. Porque las gentes del
campo no suelen dar muchos quebraderos de cabeza en las plazas públicas; ni se
manifiestan en universidades ni en congresos adonde acuden los que marcan la
economía de mercados; no, esas gentes no interesan a casi nadie, salvo para
gravarles con impuestos y estrujarles hasta estrangular su tenacidad. Ya no se
encalan las piedras que señalan la división vecinal. Tampoco sueñan sus hijos
en seguir encalando casas, pozos y cámaras, porches, cuevas y bombos ¿para qué?
Para qué hacerlo si la cal es cara y el ladrón acudirá al reclamo como ave de
presa para darse el festín.
Nadie ha
defendido en los mítines a esas gentes del campo. No interesan. No existen para
los que predican igualdad y derechos. Tampoco para los que han legislado impuestos y perseguidos a esos
patrones que trabajan antes que el sol salga, y después de que se oculte, por
si no pagan salarios justos. Familias que no hicieron dinero fácil engañando a
los bancos, estafando a los que se hipotecaron e invirtieron en estampitas que
prometieron alta renta por confiarles sus ahorros. No. No fueron ellos los que
arruinaron la economía ni amasaron fortunas a la sombra de levantamiento de
bienes u trampas de los legisladores vendidos, cual Judas actuales, a los
mafiosos corruptos de todos los colores si conciencia ni honra.
Los
partidos de izquierdas pregonan igualdad. También los de derechas, los
liberales y los ecologistas, los muy encorsetados en trajes de marcas y los que
se disfrazan en mangas de camisa y
cabello desordenado imitando aires de mansedumbre mesiánica; todos los ignoran.
La cal sigue anulada de las casas de campo, expatriada de su origen. Muerta
como los sueños de las tierras de España. Y cuando perdamos esa columna
vertebral que sostiene los pueblos y todavía dan trabajo, entonces todos
pediremos que nos den trabajo los políticos, el alcalde del pueblo un puesto de
barrendero, de limpiador de comedores sociales, de bufón en las fiestas o sencillamente iremos a pedir que nos den la
ayuda social que dan a los emigrantes, a los no integrados y que no puedo nombrar
porque no sería políticamente correcto, pero que viven gracias a los tontos de
turno que pagamos impuestos y aguantamos los robos, el tirón del bolso, los
bancos destrozados, las botellas rotas en las calles, las voces a deshora y el
abandono de jueces y gobernantes de cualquier ideología ante tanta
injusticia.
Ignoro
si podemos cambiar todo esta hecatombe. Lo ignoro porque debo de
haber perdido la audición, porque nadie en esos días de proclamas y promesas para el futuro, ha alzado su
demagogia prédica, denunciando esta cruda realidad de la agricultura en todas
las autonomías. De los sufridos habitantes que soportan los robos en sus
viviendas y para evitarlo tienen que pagar protección privada, y decirlo,
poniendo la chapita correspondiente en puertas de viviendas adosadas, viejas,
sin ser mansiones de lujo, anunciando al ladrón que se paga para que los amigos
de lo ajeno se detengan.
La
gente dice que, para esa merienda no
necesitamos alforjas, o qué, para qué queremos tanto guardia y policía si pagamos a otros vigilantes porque los
oficiales del Estado no defienden a las gentes de los pueblos. La gente lo dice
en voz baja. La gente, mucha de esa gente, no ha votado. Otros han votado
desesperados a esos partidos que han prometido cambios: Cambios sociales y
económicos donde el campo y quien lo trabajo no cuenta. Tampoco los habitantes de nuestros municipios
que son asaltados en lo más sagrado, el hogar, su pequeño trozo de parcela
íntima ganada con sacrificio y trabajo.
La cal
ha huido de las casas de campo y la seguridad de todos los hogares.
Natividad Cepeda
Arte digital: N. Cepeda
Arte digital: N. Cepeda
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